El
día que Verso Valverde escuchó el rumor por primera vez, tendría siete años,
recién cumplidos, pero las secuelas lo acompañaron hasta el día de su muerte a
los 63 años, decía la gente del pueblo que Héctor Manzanares, apenas dos años
más joven que Verso, era el hijo ilegitimo de su padre, concebido durante un
viaje de negocios en una vecindad cercana. Este hecho nunca fue negado ni
aceptado por ni por Alexander Valverde –quien se limitaba a decir “lo obvio no
se pregunta” –ni por Ana Manzanares, que cada vez que alguien le preguntaba por
el padre de su hijo, ella le respondía: “¿Y a usted que le importa? ¿Es que
alguien le está pidiendo que mantenga al niño? Él es hijo mío y no hay nada más
para decir”.
Verso
Valverde era el último de cuatro hermanos, el tercer varón, el segundo hijo
favorito y el primero en escuchar los rumores que, de aquí en más, rodearían a
su familia. Verso también era el hijo que más se parecía a Alexander: con la
barbilla partida, un hoyuelo en la mejilla derecha, el cabello ocre y los ojos
aguamarina; por su parte Héctor era un muchacho escuálido, hecho con hambre y
frio. Sólo aquel día en la iglesia, cuando la mujer al lado de Verso había
dicho “había viene el bastardo de Valverde”, Verso tuvo conciencia de la
existencia de Héctor y de allí en más, nunca pudo ser indiferente a la misma; a
pesar que la misma pasará inadvertida tanto para sus hermanos como para su
padre.
Mientras
Verso y sus hermanos superaron la escuela con gran facilidad, ocupando siempre
los primeros lugares, el pequeño Héctor apenas y pudo superar la primaria,
desde los diez años aprendió el oficio de relojero, labor a la que se dedicaría
el resto de su vida. Para los hijos de Valverde, la vida parecía sonreír: Su hermano;
el mayor, Alexander, se había hecho abogado en la gran capital, trabajando para
altas ramas del gobierno. Su hermana Verónica era profesora en un acaudalado
colegio en otro país. Fernando; se había enlistado en el ejército y ahora el
capitán de la única unidad que no había conocido la derrota en la guerra de la
frontera.
Verso,
por su parte, se había dedicado al periodismo, trabajo que no sólo le llevó a
conocer gran parte del mundo, sino también a ser testigo de la caída de su
familia. Todo comenzó el 3 de mayo, cuando avalancha devoró la parte norte del
pueblo de su infancia; sepultando entre otros 1500 seres humanos a su padre y
Ana Manzanares. Verso reportaba la noticia en vivo, mientras al fondo se
observaba a Héctor escarbar con las manos desnudas en busca de posibles
sobrevivientes. Verso Valverde tenía 25 años.
Dos
años después, afuera del capitolio de la nación, Verso reportaba un grave caso
de corrupción descubierto por causa del derrumbe: la mitad del presupuesto
nacional había sido dilapidado en cuentas extranjeras. En medio del reportaje,
Verso tuvo que entrevistar a quien fuera hallado culpable y condenado a varias
décadas de prisión –donde moriría de una extraña enfermedad producto del
hacinamiento –un joven abogado: Alexander Valverde. Mientras Verso viajaba a
cubrir otra noticia, en el palacio de justicia, el automóvil pasó junto a
puesto de relojes; “Manzanares” estaba escrito con letras doradas como título
de la modesta tienda.
El
día que Verso cumplió los 30 años tuvo que reportar la noticia de una joven
maestra, asesinada a golpes por la esposa de su amante, un respetado gobernador;
quien utilizó toda su influencia para evitar cualquier atisbo de justicia
contra la madre de sus hijos. Al
terminar la noticia, que horas más tarde fue censurada por los amigos del
gobernador, Verso dio paso a otra nota: una empresa de relojes nacional abría
una convocatoria para becas destinadas a hijos de madres solteras; “Becas
Manzanares, es hora de estudiar” decía el slogan de la campaña.
El
24 de septiembre, día en que Héctor Manzanares abría su primera tienda
internacional, un veterano de guerra, víctima de grave caso de estrés post
traumático, abrió fuego en un museo militar, matando a doce personas para luego
suicidarse. “La última misión del Teniente Valverde” titulaba la noticia que
más adelante debería desarrollar Verso. Aquel día Verso tenía 55 años; y esa su
último programa.
Ya
entregado al retiro, dedicado a escribir a pequeños periódicos y a viajar a las
diferentes tumbas de sus hermanos; Verso Valverde, de 60 años, se encontró
soltero, sin hijos, sin más que una larga lista de amantes y enemigos que se
entremezclaban con la única similitud de no querer volver a verlo jamás.
Repentinamente, Verso se dio cuenta que estaba sólo en el mundo; justo como
aquel día en la iglesia, cuando tenía siente años, sentado junto a su padre
mientras las mujeres a su lado cuchicheaban rumores de un hermano bastardo al
paso del féretro de Doña Alicia Gonzales de Valverde.
El
primero de Febrero, mientras caminaba con el atardecer en la espalda a lo largo
del bulevar del rio, la soledad terminó por desgarrarlo, se condensó en un
tampón amarillo y duro que obstruiría de manera estrepitosa el suministro de
oxígeno y sangre al ya de por sí, deshilachado corazón de Verso Valverde. Eran
las 6 y 15 de la tarde, cuando colapsó en medio de la calle el famoso
periodista; un grupo de curiosos lo rodearon con temor mientras llamaban a
gritos una ambulancia. Sólo un hombre se abrió entre la multitud y sujetó la
mano del moribundo: un viejo relojero hecho como con hambre y con frio, con la
frase “ H. Manzanares” bordada a mano en la camisa. Verso Valverde sonrió en
silencio mientras su conciencia se deslizaba en medio de la oscuridad borrosa;
un solo pensamiento ocupaba su mente que se apagaba de apoco: “Este bastardo no
puede ser hermano mío. Es demasiado buena persona para estar emparentado con
alguien como yo”