Pasó como pasan las cosas sin sentido, como alguien que llama a un número
equivocado, como un rayo en medio de la noche o como el cáncer. Sin mayores
explicaciones que algunas partículas microscópicas volando en un universo
expansivo, la lotería del existir lanzado resultados al infinito; imposible de
predecir e inevitables de enfrentar.
Todo inició el tercer jueves de Abril, la tormenta había pasado, dejando
atrás sólo humedad suspendida en el aire y algunas gotas reposando sobre las
hojas verdes del jardín. La cabra había muerto, pero los motivos de su deceso eran
aún indeterminados; aunque llevaba ya mucho tiempo en la granja, aun le
quedaban por lo menos otros dos años de vida –según había calculado el abuelo
la semana pasada, mientras la observaba pastar cerca de las vacas –no parecía
haber comido algo que pudiera matarla y ciertamente nadie la había matado, sencillamente
lanzo un balido al viento, para luego caer estrepitosamente sobre su costado
derecho, tiesa como un tronco.
Habitualmente era el abuelo quien cavaba la tumba de los animales, pero con
el clima frio desatado por la lluvia de primera, una terrible ciática lo había reducido
a la cama. Era por esto que Ulises debía cavar la tumba, a pesar de tener
quince años nunca lo había hecho; sus padres siempre lo quisieron fuera de la
granja, trabajando en gran la ciudad como un abogado o un gran empresario, sin
embargo este trabajo no parecía tan pesado y Ulises quería ayudar.
Llevaba ya dos horas cavando, pero aun no era lo suficientemente profundo
para enterrar al animal sin dejar rastros que pudiesen seguir los carroñeros. Ulises
quería hacerlo bien, no necesitaba despertarse a la mañana siguiente y
encontrar el cadáver de la cabra medio comido por los buitres y los perros.
Cuando el agujero le daba por la cintura –casi un metro, aproximadamente
noventa centímetros calculó Ulises –la pala revotó contra lo que parecía ser
una roca. Ulises intentó romperla golpeando con fuerza, pero era imposible.
Aunque se sentía como una piedra, era blanco y de apariencia porosa; el
muchacho se acercó para ver mejor: parecía ser una raíz saliendo recta hacia el
cielo, de no más de cinco centímetros, con una punta redondeada.
Ulises la tomó, quería arrancarla para continuar su trabajo; era suave al
tacto pero muy rígida. El muchacho tiró con fuerza, pero sólo logró hacerse un
profundo corté en la mano, la sangre salió de manera lenta, espesa, como si se
derritiera desde dentro de su cuerpo; sin que lo notara, una neblina blanca y
fría empezó a llenar el agujero como agua flotante que se elevaba hacia el
rostro de Ulises. Cuando Martha fue al jardín para ver el progreso de su hijo,
lo vio en el fondo del agujero, pálido, temblando e inconsciente; rápidamente Su
esposo Mario sacó al muchacho que tiritaba mientras gruesas gotas se formaban
en su frente y espalda.
Mientras llevaban al muchacho adentro, su abuelo Uriel se levantó
trabajosamente de su lecho y revisó el agujero desde lo alto: pudo ver la
protuberancia blanca, manchada con la sangre de su nieto, asomándose entre la
tierra. Presa del miedo, el hombre hizo caso omiso a su dolor y empezó a
rellenar el agujero con rapidez. Esa noche, la luna llena miraba expectante por
la ventana de Ulises, parecía relamerse con nubes por lengua, que atravesaban
una gran cara sonriente; el muchacho se agitaba en pesadillas y altas fiebres,
mientras sus huesos sonaban como cuerdas que se revientan y su piel se cubría de
un extraño pelambre gris. En la sala, la madre lloraba desconsolada, el padre
bebía una gran copa de licor y el anciano observaba por la ventana; todos en
medio de un silencio interrumpido ocasionalmente por los quejidos del muchacho
y los bramidos agónicos de la bestia.
-No sé porque lo enterraste –Finalmente Marco levantó la vista de la copa y
miró a su padre con ira –Debiste cremarlo, eso es lo que el tío Saúl quería.
-Por qué a pesar de todo era mi hermano –El anciano suspiró mientras los
aullidos en el piso superior se hacían más claros –Con o sin maldición era mi
hermano.