miércoles, 31 de diciembre de 2014

Día 330: Año.


Por estas fechas muchos tienen la idea que la vida les va a cambiar de la noche a la mañana. Personalmente veo esta noche como la noche de la cosecha, veo el año como una gran planta que entrega sus frutos de manera periódica y casi contante, pero es el día de hoy en las que eligen que frutos pueden dar lugar a mas plantas y enriquecer la vida; y cuáles deben ser desechados ya que no sólo no darán frutos, sino que se pudren y dañan todo a su alrededor.
Es inevitable detenerse a hacer balances, sacar cuentas, recordar a los que se fueron, celebrar a los que están y esperar con ansias a los que vienen. Hay días que justifican haber vivido todo el año, y hay meses que sólo pueden esperar el olvido; dolores desgarradores, derrotas amargas, lagrimas acidas y sonrisas brillantes. Hombros que consuelan, palabras que alientan, abrazos que llenan, aventuras magnificas que están develarse en cuestión de segundos y catástrofes anunciadas desde antes de nacer.
Sería ridículo creer que lo que me depara este nuevo años no es más que el acumulado de mis esfuerzos en años anteriores. Mi suerte no debería cambiar de la noche a la mañana –aunque claro está, la mano del destino es muy inquieta, aunque a veces está ocupada moviendo otras fichas –reafirmar mis metas, eliminar los imposibles y replantearse otras cuantas están en la agenda de hoy.

En fin, para el próximo –y es algo me repito cada año –quiero la energía, la salud y la fortaleza para realizar mis metas. Las amistades para disfrutar del viaje, la familia para llenar mi corazón y; porque no, un buen libro y una taza de café tibio.  

martes, 30 de diciembre de 2014

Día 329: Techo.


El techo era sorprendentemente bajo, casi ni lo dejaba ponerse de pie, para colmo de males el espacio estaba lleno de obstáculos voluminosos y de apariencia borrosa que se ocultaban en un manto de oscuridad. Prendas de ropa, cajas, algunos juguetes e incluso trozos de comida a medio descomponer llenaban el lugar haciendo que fuese difícil moverse en ese mar de caos.
Sin embargo la respiración rítmica, rebosante de ego hacía las veces de faro sonoro, el techo –con trozos de madera a medio roer por algunos insectos –se había convertido en un gran amplificador, permitiéndole guiarse a pesar de lo denso de los inconvenientes. El espacio era tibia y algo húmedo, pero al acercarse al borde una corriente fría le corrió la piel y le reseco los ojos; así que tomó una gran inhalación del último aire tibio y se asomó al borde.

El pequeño monstruillo asomó sus largas orejas calvas desde debajo la cama, en cuanto supo que todo era seguro sacó su cuerpo largo cubierto de espinas del estrecho lugar. Tal y como lo había sospechado: el pequeño dormía tranquilo…Por ahora. 

lunes, 29 de diciembre de 2014

Día 328: Migraña.


La presión aparecía justo después de una corriente que palpitaba atrás de las orejas y se extendía con patas de arañas a través de toda la cabeza, últimamente la presión se incrementaba con rapidez alarmante al punto que las venas se apeñuscaban en sus ojos, dándoles un extraño tono rojizo metálico. En alguna ocasión durante uno de estos ataques un ligero liquido transparentoso  empezó a salir en forma de lágrimas ya través de la nariz, inexplicablemente no era saldo, era tenuemente dulce y aceitoso –la idea lo atravesó tan rápido como la primera punzada de dolor –acaso ¿eso era líquido cefalorraquídeo? Pero la idea se desvaneció para la siguiente oleada.
Este episodio era particularmente fuerte, sentía las sienes llenas de agujas, la mandíbula soldada, la nariz hinchada y los ojos nublados. Una ligera fiebre le subía por el cuello y el estómago se le encogió al tamaño de una pequeña uva. Dejó el libro a un lado y se dispuso a recostarse un rato en la oscuridad, talvez así el dolor bajaría.
En cuanto se puso de pie una gran fuerza presionó su cerebro contra la base del cráneo, sintió que se le iba a escurrir por la nariz y las orejas, el equilibrio se le escurrió por las rodillas haciéndole tambalear por la habitación, el líquido aceitoso empezó a brotar rápidamente por las orejas, enfriando su piel de manera violenta. Se golpeó con una silla antes de caer, una oleada de pánico atravesaba su mente entumecida: tenía que llamar a emergencias.
Ya no recordaba donde estaba el teléfono, así que se arrastró en busca del preciado objeto mientras sentía encogerse su cráneo, amenazando con sacarle los ojos y cortarle la lengua. La habitación se tenía de rojo oxido y las nariz se le hinchaba en un desesperado intento de detener la salida de líquido, los oídos empezaron a emitir un agudo pitido que amenazaba con romper los vidrios de la casa. La presión y el dolor alcanzaban niveles críticos, como un huevo justo antes de romperse.
Finalmente su mano temblorosa y fría alcanzó el celular que había caído cerca de su cuerpo sudoroso, por un acto mecánico ubicó los números en la pantalla del celular. El tiempo que tardaban en contestar se prolongaba dolorosamente, entonces entendió que el pitido de sus oídos no le dejaría saber cuándo hubiesen respondido. Así que gritó con todas sus fuerzas su dirección y la palabra “ayuda” repetidamente hasta desvanecerse en  medio de la presión.
Cuando los paramédicos llegaron, le encontraron en el piso, junto al teléfono, sobre un charco de sangre y liquido de olor dulce con los ojos abiertos.
-Wow –El más joven palideció de inmediato mientras daba un par de pasos atrás –¿Qué diablos le pasó?

-Bueno –La joven se inclinó para observar mejor, llena de una extraña curiosidad morbosa, una ligera sonrisa se dibujó en su rostro –No estoy segura, pero podría jurar que la cabeza le estalló. 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Día 327: Jaula.


Un olor agrío llenaba la habitación atrayendo un enjambre de moscas que zumbaban haciendo vibrar el aire como si las atravesara una corriente eléctrica. La carne se podría lentamente, algún fuego invisible la quemaba de manera casi imperceptible, el guardián del zoológico observaba curioso como el guepardo lo miraba desde el punto más alto de su habitad sintético; con los ojos entrecerrados y la cola meciéndose a un ritmo regular, el hombre estaba casi seguro que el animal conspiraba en su contra.
-¿Qué estás haciendo? –Alguien le golpeó la cabeza desde atrás –Si tanto quieres verlo compra una entrada. Estas aquí para trabajar.
Era su jefe, quien llevaba un gran costal sobre sus hombres mientras giraba en el esquina, camino al habitad de los hipopótamos.
-Saca esa carne de una vez, está apestando todo el lugar –Su voz se perdía en los laberinticos corredores del edificio –El gato encerrado no te hará daño.
Era cierto, el guepardo estaba en la parte más alta de su jaula, en un pequeño compartimento sellado mientras esperaba que el humano limpiara todo. Andrés entro con precaución en la habitación: había una caverna hecha de acero y concreto, una fuente, pasto sintético,  y algunas enredaderas subiendo por troncos naturales que atravesaban los barrotes que hacían de techos. Andrés reunió la carne en una pequeña carretilla que llevaba consigo, bajo la atenta y suspicaz mirada del felino.
Un escalofrió le recorrió la espalda, un instinto visceral le decía que saliera de la estrecha jaula, pues allí no era más que una presa confiada. El gran gato pareció ronronear, cambiado de pose al interior del pequeño lugar, lo que más le inquietaba a Andrés era la disposición de las sobras, parecían un rastro de migas, alejándose cada vez más y más de la puerta de la jaula. La portezuela estaba abierta, en caso de alguna sorpresa Andrés quería marcharse de allí tan rápido como fuera posible.

Un ruido metálico, una bisagras que chirrean se hizo presente de manera repentina en la habitación, Andrés se giró rápidamente para ver al guepardo saltar desde la cima de su jaula hasta la mitad del recinto para salir corriendo por el portón abierto. El hombre se apresuró a cerrar la puerta de la jaula en cuanto escucho los gritos de terror de algunos desafortunados que se encontraron en el pasillo con el animal. Mientras gritaba por ayuda recorrió el habitad para determinar por donde había escapado el gato de su encierro: sobre el pequeño contenedor había una apertura que parecía hecha con un constante afilar de garras y colmillos; todo cubierto por el ultimo trozo de carne podrida. 

sábado, 27 de diciembre de 2014

Día 326: Corcel.

La fiesta al interior había alcanzado su punto álgido, risas y el chocar de algunas copas en brindis difíciles de entender por la ebriedad de quienes los profesaban, El par de ladrones asechaban fuera de la casa del rancho, ahora era el momento perfecto, todos estaban distraídos. Empujaron el barril de vino por el oscuro jardín, el ruido de liquido meciéndose al interior era lo único que se oía a lo largo de todo el lugar, no habían grillos, sapos, ni siquiera los animales en los establos profesaban algún sonido.
-¿Y el vino vale la pena? –Gerardo, el bajo y regordete casi ni hacía fuerza para empujar el voluminoso objeto -¿Por qué no compran un botella y sacan de allí la receta?
-No han podido –Antonio, el alto tuerto se esforzaba por no perder el control del barril –Creen que hay algo en los barriles que no aparece en las botellas, tal vez la madera con que este hecha o algo así.
Subieron dificultad el barril a la parte trasera del auto mientras observaban paranoicos a su alrededor en busca de testigos o señales de una huida prematura; pero todo estaba en calma. Gerardo subió al asiento del acompañante y encendió un cigarrillo con el pequeño dispositivo bajo la radio, Antonio se ubicó frente al volante y ajustó su cinturón de seguridad.
-Este trabajo fue fácil, y lo pagan muy bien –dio una larga expiración, sacando de su cuerpo una gran nube de humo –¿Por qué será? Creí que iban a haber más problemas.
-Nadie quería hacerlo –Antonio intentaba guiarse en medio de la oscuridad, si encendí las luces podría llamar la atención, pero el sonido del motor estaba cubierto por la música –Se supone que el dueño tiene un pacto con el diablo para evitar que la receta sea robada.
-Eso es ridículo –Gerardo termino su cigarrillo con una profunda inhalación y abrió su ventana para desecharlo, en ese momento un gran corcel negro de ojos rojos asomo su cabeza al interior de la cabina lanzando un largo relincho agudo.

Los hombres lanzaron un grito que irrumpieron en la fiesta, todos los invitados se asomaron a la entrada y a través de las ventanas, rápidamente el grupo de seguridad encendió las luces exteriores y rodearon la camioneta: estaba vacía y del lado del pasajero se observan un solo par de huellas de herraduras y un cigarrillo encendido rodeados de un penetrante olor a azufre. 

viernes, 26 de diciembre de 2014

Día 325: Nervios.


Visualizaba los nervios como cables delgados y rígidos recubiertos por alguna sustancia parecida a la mantequilla rancia. Las pequeñas conexiones eran tiradas como un cordón grueso a punto de reventarse con cada movimiento, aplastándose constantemente con mas superficies óseas bajo el peso de los músculos rojizos y palpitantes que presionaban los hilos hasta acercarlos a su punto de quiebre.

La imagen se repetía varias veces al día, a veces era un pensamiento repentino que atravesaba la mente como una lanza oxidada que rasgaba todo a su paso; otras veces crecía de manera lenta e imperceptible como raíces que estrangulan lentamente las otras ideas hasta matarlas. Sea como fuese, la idea de los nervios pelados como cables de energía chispeantes en un rincón, era una imagen recurrente y casi permanente incluso en un mar pastillas e inyecciones. En pocas palabras esa imagen de los nervios haciendo corto circuito se hizo tan normal que incluso solía evocarla por mera nostalgia, se convirtió en parte de mi reflejo en las mañanas, de mi rutina en las tardes de café y preparativos para ir la cama; se hizo parte de quien era y de lo que podía hacer. Aun hoy, en las tardes frías y tras largas caminatas, se repiten los zumbidos de los nervios desprendiendo chispas al interior de mi pierna.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Día 324: Despegar.


La gran montaña exhibía su herida reseca a todo el horizonte, la luz proyectada por el sol a sus espaldas la hacía parecer más profunda y siniestra de lo que era en realidad. Casi un cuarto de la prominencia se había evaporado de la noche a la mañana en medio de un silencio filoso y tenso. El agujero era sospechosamente simétrico, aunque en su interior se levantaban pequeñas imperfecciones puntiagudas como lanzas que buscaban apuñalar el firmamento, era un perfecto círculo sin ángulos extraños, era una órbita perfecta. Un grupo de hombres vestido de traje, corbata y gafas oscuras observaba el gran agujero polvoriento.
-¿Sabemos algo de cuando ocurrió esto? –Preguntó una mujer de cabello color avellana.
-No mucho –Respondió el joven pecoso de gruesos lentes –Debió ocurrir entre las once de la noche y las tres treinta de la madrugada, no hubo ruidos ni interferencia con aparatos electrónicos. No se reportan daños en centrales eléctricas, carreteras o fuentes de agua en un radio de 1500 kilómetros.
-¿Algún avistamiento, subida de marea o crecimiento de montículos en ese radio? –La mujer se quitó los lentes oscuros examinando el borde de la llaga en la montaña.
-No, aún no se reporta nada –El joven tragó sonoramente –Y usted ¿Qué cree que paso?  
-Amplíen el radio otros quinientos kilómetros –La mujer se dirigió de regreso al auto y le hizo una seña al joven para que la siguiera mientras ignoraba la pregunta –Alguien debió ver algo, cosas tan grandes no desaparecen de manera inadvertida.

La mujer encendió el auto y empezaron su descenso por la empinada carretera que conectaba el cráter con la llanura que apresaba la montaña, un grupo de autos los escoltaba mientras una base se establecía en la ciudad cercana. “Pues la verdad” La mujer retomó la conversación con un gesto distraído “Quiero creer que fueron a casa” 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Día 323: Mensaje.


La cena estaba puesta: una soda tibia y un tazón de palomitas a medio reventar. Las luces del árbol de navidad que descansaba sobre el escritorio funcionaban a medía marcha, de hecho sólo encendían los bombillos verdes ocultos entre el escaso follaje del pequeño adorno.  Había un pequeño pesebre de cristal que le habían regalado en el trabajo, pero aún no lo había sacado de la caja. En televisión se proyectaba una película de comedia de hace 20 años “la mayoría de actores deben estar muertos” pensó con nostalgia.
 Se sentó en el desvencijado sofá verde y se dispuso a pasar la noche buena en soledad. Ahora mismo Martha debía estar con su nuevo novio, besándose en algún lugar del centro lleno de luces; un nudo se le hizo en la boca del estómago, ya no quería comer palomitas.
En medio de la oscuridad, su teléfono vibro al mismo tiempo que un leve zumbido inundaba el pequeño cuarto del universitario. Emmanuel observó indiferente el celular, pero a medida que avanzaban las letras una sonrisa se fue dibujando en su rostro melancólico: “Feliz Navidad, con cariño Martha” 

martes, 23 de diciembre de 2014

Día 322: Piscis.

Según la mitología un huevo cayó al río Éufrates, siendo devuelto a la tierra por unos peces. Entonces Afrodita salió del huevo y, en agradecimiento a los peces los colocó en el cielo.
El estanque parecía un manto traslucido que ondeaba con una corriente de viento que se arrastraba perezosamente sobre la superficie del agua, arrugándole como un trozo de papel. Los peces se deslizaban, ingrávidos en medio de la laguna con los ojos fijos en las algas que danzaban a su alrededor.
Uno de ellos era color carmesí, como una gota de sangre condensada y su cola me mecía como una estela sangrienta a su paso, el otro era blanco, con una absoluta carencia de color parecía un trozo de nube que se deshilachaba al contacto con el agua.
El pescador observaba en silencio desde su lancha, los peces eran igual de grandes a su pequeño bote, pero contaba con llevar al menos uno de ellos, los animales habían rasgado su red, roto su sedal y lo habían dejado en manos de un arpón, era toda una desgracia; no sólo era el método que más le costaba trabajo, también podía arruinar fácilmente su trofeo si fallaba aunque fuese un poco.
Aun así, el sol empezaba a ocultarse tras las montañas, el gran pez carmesí pasó bajo el bote, haciendo que se agitara un poco. El pescador frunció el ceño: en cuanto el pez emergiera por el otro lado le clavaría el arpón entre los ojos, el animal se deslizo lentamente a paso de tortuga, como si el agua fuese demasiado viscosa. En cuanto el pescador vio la figura del animal, arrojó con fuerza su arma, rompiendo la quietud del lugar y agitando el agua.
El pez blanco saltó desde el otro del estanque, asustado por el repentino caos; su cuerpo empezó a fragmentarse en trozos diminutos que se elevaban rápidamente hacía el cielo malva. Los fragmentos centelleaban como un pequeño palpitar, el pescador miraba absorto el espectáculo cuando su bote fue volcado repentinamente, el pez carmesí también saltaba para disolverse en el aire y seguir a su compañero al cielo ennegrecido.

Mientras el pescador intentaba regresar a la orilla dejando atrás su bote volcado, tocó con sus dedos algo redondo y liso que sobresalía del suelo fangoso. El hombre se sumergió para luego emerger tras unos segundos, llevando consigo un enorme huevo. 

Día 321: Gemelos.


Siempre había sido extraño verse a sí mismo fuera del espejo, hablar con otra versión de él en las mañanas y porque no ver a este triunfar en campos donde ya había fracasado. Pero no sentía odio, envidia o misterio por este otro sujeto, era inevitable proyectar el amor que sentía por sí mismo a este sujeto.
Eran gemelos, esos afortunados ganadores de la lotería genética: una vida que se divide y escoge dos rumbos, que se multiplica pero permanece unida a si misma. Dos gotas de lluvia, un espejo frente al otro, un par de granos de sal; así habían pasado toda su vida desde la tierna infancia donde parecía que se comunicaban sin palabras hasta la vida adulta donde seguían rutinas iguales a varios kilómetros de distancia.
El último jueves de Enero, camino al trabajo en una mañana lluviosa, el gemelo mas joven –aunque fuera por sólo segundos –recorrió la calle medio vacía, el torrente de agua que caía desde el cielo dificultaba la visión con una densa cortina de humedad turbia. Un freno chirriante se escuchó en la esquina, mientras un cuerpo caía en el pavimento húmedo. La muerte fue casi instantánea.

Tardaron dos días en encontrar un familiar, el gemelo mayor –aunque fuese sólo por instantes –no había salido de casa desde el jueves, así que haciendo uso de la fuerza la policía rompió la puerta de su casa, para encontrarlo tirado en la sala, con la ropa del trabajo puesta, una taza de café derramada por el suelo y marcas de llantas sobre su rostro. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Día 320: Apis.


El dios egipcio solar, representado por un toro, asociado a la fertilidad y a los ritos funerarios.
Los campos verdes se extendían hasta casi tocar el cielo azul más allá del horizonte, delgados ríos de agua fresca y cristalina corrían por entre los cultivos, alimentándolos a su paso. Pequeños pajarillos descendían en picada y tomaban pequeños frutos son agitar las hojas de los árboles, varias cigarras vibraban a lo largo del aire tibio antes de ser devorados por pequeñas ranas que se ocultaban entre el frondoso pasto.
El faraón admiraba la fertilidad del delta, ciertamente había sido premiado por sus duros años de trabajo y el sufrimiento de su pueblo. Por el rabillo de su ojo, pudo ver un toro flaco cuyo pelo empezaba a caerse, era obvio que estaba lleno de alimañas tanto por dentro como por fuera, sus cuernos estaban gastados y empezaban a desprenderse de su cráneo. El animal masticaba algunos tallos tiernos mientras delgados hilos de saliva se desprendían de su hocico, el faraón se molestó por el impacto que tenía la bestia en su glorioso paisaje, así que hizo una seña y un guardia disparo una flecha en dirección al campo.
Un mugido agudo y prolongado se esparció por el campo mientras el toro caía desplomado sobre un costado, el faraón dio orden de sacar el cadáver del animal antes que dañara los cultivos, pero a medida que los hombres se acercaban al animal un olor agrio y penetrante se hacía presente. Las plantas empezaron a marchitarse en una ola que nacía del cuerpo en el piso, los pequeños ríos empezaron a llenarse de agua enlodada con olor a sangre podrida, el flujo se hizo tan denso que se detuvo en la mitad del campo formando una gran laguna de podredumbre.
Los pajarillos que se lanzaban a comer, ahora parecían llover desde algún punto incierto del cielo, cayendo violentamente sobre el campo y las cabezas de las personas que habían emergido ante el extraño suceso. Una nube de cigarras apareció ennegreciendo el cielo y consumiendo el poco cultivo que aún no había muerto. Un manto de ranas emergió de la tierra llenado las calles como un nuevo suelo viscoso y palpitante, todo se llenó de una oscuridad tan densa que podía palparse.

El lugar se hizo infértil durante siglos, sin importar las suplicas de los hombres ya fuesen ricos o pobres, poderosos o débiles, faraones o esclavos. Y en medio de una zona muerta que se extendía con pequeñas palpitaciones, estaba el cadáver a medio descomponer de un toro desgarbado que brillaba como un pequeño sol. 

sábado, 20 de diciembre de 2014

Día 319: Mandíbula.


Con la llegada de la mañana se hizo consiente de su cuerpo: le ardían los ojos como si estuvieran recubiertos por jugo de limón, la boca sabía amarga, cada diente era una semilla dejada al sol recubierta por agua salada; un pitido leve y constante emergía desde el interior de los oídos, tenía la piel tirante y reseca, además de una sensación de hinchazón en las entrañas.
Cuando se sentó en la cama se sintió como una masa gelatinosa e inestable atrapada por el sueño, moviéndose en cámara lenta. Bostezó en su intento de recargar energía, pero su mandíbula continuó el trayecto otorgado por la gravedad, estirando la piel de sus mejillas como si estas intentaran sostener un bloque de concreto. La piel se quebró con el sonido de dos trozos de plástico que se separan, una oleada de desconcierto y terror recorrió el cuerpo flácido que se puso de pie tan pronto como pudo.
Rápidamente recogió la quijada del suelo, pero la carne a su alrededor empezaba a deslizarse como gelatina a medio derretir, trató de contenerlo todo usando la manta como reservorio y corrió fuera de la habitación en un intento de buscar de ayuda, pero con cada paso podía sentir sus vísceras descendiendo por paredes pegajosas a su interior, goteando lentamente en su vientre y amenazantes con salir en cualquier momento.
Así mismo, en la base de la cabeza y los pómulos se acumulaba una leve presión constante, como si los ojos y el cerebro fuesen a escurrirse por la gran apertura que ahora yacía donde alguna vez había estado su mandíbula, sostenidos únicamente por el débil paladar que se sentía desgarrar lentamente. Tras dos pasos, su abdomen se abrió como un tomate, dejando escapar un grupo tibio, viscoso y palpitante de entrañas a medio derretir; la habitación se llenó del sonido de un papel que se rasga lentamente y el olor del agua tibia.

Después de eso su vista se ennegreció, dejándole como última imagen, su carne deslizándose de sus huesos, rompiendo la bolsa de piel que la contenía. Cuando lo encontraron varias horas después, no era más que una mancha de grasa y un grupo de huesos relucientes en medio de una habitación perfumada a agua tibia y limón. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Día 318: Tigre.


El gran felino era toda una sensación: su cuerpo macizo y compacto que se movía ágil y silenciosamente  por el recinto. Sus orejas pequeñas se movían lentamente como tanteando el lugar, su nariz húmeda se achicaba y agrandaba con el paso del aire; pero era su cola la que mostraba la vitalidad del animal: con movimientos repentinamente amplios, viajaba en torno a las patas traseras del gato.
El sultán miraba complacido su más reciente adquisición, traer al animal costó la vida de ocho personas y dos cajas de monedas de oro. Pero verlo pasear por su recinto valía la pena, era la perfecta ejemplificación de como aquel hombre se percibía a sí mismo: poderoso, majestuoso, indomable, su sola presencia valía más que la vida de muchos. El sultán abandonó el lugar regocijándose en su grandeza.
Los días pasaron y la actividad en el palacio había disminuido mucho, los habitantes creían que el sultán se había obsesionado con el gran tigre, enseñándole trucos y proezas que lo regocijaban durante horas. Así que en la noche de luna llena, un grupo de hombres entraron furtivamente a la espera de ver el gran espectáculo que proporcionaba el majestuoso animal.

Cuál sería su sorpresa al encontrar al felino recostado sobre la cama del sultán, con el hocico manchado de sangre y trozos del pijama del hombre esparcidos por la habitación. 

Día 317: Habitación.


El espacio era muy reducido, sólo tres por tres metros, el techo era particularmente bajo: prácticamente podía tocarlo con la punta de los dedos si se ponía de puntillas. Aparte de él, en la pequeña habitación había una cama con un delgado colchón que parecía relleno de paja, una manta, un asiento y un diminuto lavabo. El cuarto era de un irritante color gris metálico, sin más cambios de color, de la unión entre paredes y techo se extendía una delgada línea de luz que se difuminaba en cuanto entraba en contacto con el aire de la habitación.
Recorrió cada centímetro de las paredes con sus dedos: eran perfectamente lisas, se sentían como un espejo empañado, no habían juntas, tornillos o uniones de ninguna clase. Era como si toda la caja fuese una estructura única que había crecido a su alrededor; no podía encontrar una puerta o una abertura por la cual pudiera haber entrado. Tampoco podía determinar cuánto tiempo llevaba en ese lugar: estaba desnudo, lo habían despojado de todas sus pertenecías; sin luz del sol o su reloj el tiempo parecía haberse quedado por fuera de la extraña habitación.
Un zumbido punzante se extendió rápidamente, como aire afilado que rebanaba la paz que hasta ahora había inundado el lugar. La pared más lejana empezó a cambiar, decolorándose hasta hacerse transparente; un grupo de pequeños seres grises con grandes ojos negros de apariencia vacía  parecían observarlo desde el otro lado del panel. Uno de ellos –el que estaba en el centro –golpeo el muro con su dedo, creando un ruido grave y doloroso al interior del cuarto, el sonido se hizo tan intenso que debió cubrirse los oídos mientras observaba con terror como los hombrecillos parecían tomar nota de este comportamiento.
Los extraños seres se reunieron un rato, formando un círculo del otro lado del espejo: parecían discutir entre ellos, en varios momentos lo señalaban y hacían gestos extraños, algunos amenazantes y otros totalmente desconocidos. Finalmente todos asintieron, parecía que habían llegado a un acuerdo, uno de ellos se alejó hasta desaparecer del campo visual mientras los otros continuaban mirándolo de manera atenta.
Otro zumbido doloroso se hizo presente, el hombre movió la cabeza buscando la próxima pared que se haría transparente, pero para su horror, los muros empezaron a acercarse, el techo empezó a descender. La habitación se compactaba a un ritmo alarmante, sin importar cuanto empujara los muros no cedían, rápidamente empezó a comprimirse su cuerpo.

Un grito agudo llenó el complejo de pequeñas habitaciones, alertando a los otros humanos en su interior, lentamente el ruido se convirtió en un sonido de gorgoteo y finalizó como una esponja húmeda a la cual se le saca toda el agua. El grupo de hombrecillos tomo nota rápidamente: “No soportan bien el cambio de volumen”  

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Día 316: Necrofilia.

El bar estaba solo, inundando por el olor a la cerveza rancia desparramada por el piso y el tictac de un viejo reloj cucú con las manecillas torcidas. Jorge fumaba con ira su delgado cigarrillo que ardía produciendo un sonido similar a un grito ahogado; con la mirada perdida en la pared tras la cabeza de Camila quien observaba atónita una mosca muerta flotar en su vaso de cerveza. Estaba melancólica, sentía como la herida de su pecho se hacía más grande a cada momento.
Afino su vista: los ojos marrones de Jorge se veían más oscuros que de que costumbre, hoy tenía una ligera barba que apenas se levantaba sobre su piel con algunas cicatrices por acné juvenil. Jorge fijó su vista un segundo su atención en el juvenil rostro de Camila, sus ojos tímidos, casi congelados, su nariz respingada y el hoyuelo en la mejilla.
-¿Ya habías hecho eso antes? –Preguntó Camila rompiendo el silencio creado entre ellos.
-Algunas veces –Jorge salió de su trance lentamente, desvaneciendo su aparente ira –Pero es menos común de lo que piensas.
-La necrofilia es más común de lo que crees –Dijo Camila dando un largo trago a su cerveza, a pesar de la mosca.  
-¿Qué quieres decir? –Jorge no esperaba eso, el cometario provino de la nada, como salido de una conversación al azar en cualquier otro lugar del mundo.
-La gente no está consciente de si se acuestan con alguien que está muerto por dentro. –Y terminó su cerveza de un largo sorbo. 

Día 315: Tiburón

Un tiburón salió volando hasta enredarse en un árbol
Su piel brillaba contra el sol
Su aleta se doblaba de un posición incómoda,
Formando un garabato fosforescente
Un niño extendían sus dedos regordetes
Tratando de alcanzar el cielo color tiburón
Acariciando el viento frío y lleno de polución
El pequeño extendía su mano como tratando de crecer
Para alcanzar al animal
Un autobús a medio oxidar paso a toda velocidad
Haciendo que el globo de tiburón se perdiera
En medio de cielo nublado.

martes, 16 de diciembre de 2014

Día 314: Cambio.


El cambio se dio tan rápidamente que fue casi imperceptible, pero claro, esas cosas no pasan desapercibidas. Raine miraba aterrada la gruesa capa de pelo blanco que extendía como una ola sobre su piel, algo en sus pantalones presionaba rápidamente, causándole un cosquilleo en la base de la espalda que se extendía hasta las rodillas.
Una ola de calor se extendía rápidamente desde la nuca y la parte trasera de la mandíbula, instintivamente se llevó las manos –ahora a medio camino de convertirse en garras –a la parte de superior de la cabeza. Se sorprendió al encontrar un par de orejas que se movían rápidamente buscando los sonidos ahora difusos en medio de su transformación. Fue una sorpresa también descubrir lo sensibles que eran. Su campo visual empezó a encogerse rápidamente cuando un hocico largo y blanco empezó a crecer desde su propio rostro, la nariz húmeda se le enfriaba en la habitación en parte por la ventana abierta y en parte por el miedo que crecía dentro de si.
La presión en su pantalón subió hasta que este se rasgó dejando salir una cola esponjada se revoloteaba rápidamente tratando de estirarse. Rain intentaba empujar estas nuevas extremidades dentro de su cuerpo de nuevo, sus nuevas garras se enredaban el pelo que crecía precipitadamente. Lo único que se extendía más rápido que su nuevo pelaje era el miedo que ardía como pólvora en su pecho.
-¡Raine! –La voz sonaba asustada desde el otro lado de la puerta, los golpes se hacían cada vez más fuertes y seguidos, como anunciado la entrada inminente de su guardián –Hace mucho que no pruebas bocado ¿Estas bien?
Raine empujaba con más fuerza, pero sólo lograba lastimarse mientras intentaba emplear una nueva técnica para revertir ese extraño cambio.
-Sí, estoy bien –Raine trató de sonar lo mas tranquila posible, pero no lo logró –Es decir, no. Pero no entres es…contagioso.

Sabía que ahora tenía menos tiempo, necesitaba encontrar una solución rápida. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Día 313: Diario.


Aunque todo en mi diseño y mi biología está dispuesto para sentirme parte de una comunidad, no puedo evitar sentirme como una extranjera. No sólo por mi llegada como un trozo de vida envuelto en material criogénico; las reglas de las conglomeraciones humanas me las sé de memoria y entiendo su funcionamiento. Tal vez el hecho de no vivir con humanos en la nave puede significar un problema, es decir, Sam ha intento enseñarme su modo de ver las reglas pero tras varias visitas a la perrera mucho me temo que este asteroide no comparte su visión del mundo.
Hélix por otro lado, representa toda una incógnita, no se comporta como la mayoría de los robots ni como los humanos. No me disgusta su comportamiento, es más bien un pequeño experimento al que observo con curiosidad esperando a que estalle.
Lo que más ha requerido mi esfuerzo es el elevado número de robots en este lugar, y su extraña manía de catalogarme como tan pronto como me ven. Nuevamente no me siento molesta, estas inteligencias artificiales y yo compartimos el mismo modelo neural, así que de cierto modo es como estar entre los míos, aunque obviamente no compartimos las mismas necesidades y conocimientos.
Es cierto que en varios sentidos no estaba preparada para esta clase de retos, pero he sido diseñada para adaptarme; aunque a medida que pasa el tiempo empiezo a sospechar que nunca nadie podrá acostumbrarse a Sam.
Acabo de escuchar una explosión en la cocina, lo cual en esta nave sólo puede significar dos cosas: O las palomitas de Hélix están listas o pasaré la próxima semana reparando el reactor de la nave; incluso se abre la posibilidad que todo lo anterior sea posible.
La oportunidad que se me ha brindado, de enfrentarse a lo improbable y…lo inesperado por decirlo de alguna manera es algo que nunca pedí, pero sin duda han hecho de esta mi mas emocionante aventura. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Día 312: Brazo.

Los hechos confusos se agitaban en su cabeza como olas en un mar embravecido que amenazaban con hundirle. Un penetrante olor a hierro húmedo se elevaba por el aire mientras una punzada lo atacaba desde la base del cuello hasta la mitad del abdomen, todo el lado izquierdo de su cuerpo parecía bañado en acido hirviendo que lo derretía poco a poco disolviendo su conciencia.
Una corriente de aire de frio entraba a la fuerza por su nariz, amenazando con hacer estallar su pecho su seguía oponiendo resistencia, hilos fríos ingresaban desde la periferia de su piel sumiéndolo en un estado casi glacial mientras un embotamiento nublaba sus sentidos. Lo único que permanecía a pesar del frenesí que lo rodeaba era la quemazón constante a su lado izquierdo.
No estaba seguro cuanto llevaba así, pero podía sentir  al tiempo deslizándose sobre su ser como un fluido viscoso que lo envolvía en capas y capas de aire frio. Un pitido rítmico emergió desde los confines de la oscuridad que lo rodeaba, el aire frio que entraba por su nariz perdía potencia y el ambiente a su alrededor empezó a opacarse hasta convertirse en una corriente que le hacía tiritar. Finalmente la quemazón desapareció dando lugar a un adormecimiento casi generalizado.
-¡Fausto! –Podía escuchar como alguien le gritaba cerca  la oreja. Estaba muy adormecido para saber quién lo llamaba, parecía una voz femenina al interior de una caja –Fausto despierta.
Había una nota de angustia en aquella voz, Fausto sintió que debía despertarse, salir de aquella prisión efímera en la que había. Se obligó a abrir los ojos, que parecían sellados desde interior, como si sus parpados se hubiesen fusionado a la piel de su rostro. Una luz mentolada lo llenaba todo, junto a él había un atril del cual colgaban dos bolsas casi vacías que contenían los restos de algún líquido transparente, que parecía tener aceite disuelto en su interior.
Frente a él se extendía un gran espejo, Fausto había visto esos espejos antes, se dio cuenta inmediatamente que había personas observando desde el otro lado: era un espejo de un solo lado. Estaba sólo en la habitación, la voz que había escuchado provenía de un micrófono colocado en la cabecera de su cama. “Fausto” la voz se hizo presente de nuevo, emergiendo de entre los cables y circuitos que contenía el pequeño dispositivo “Van a entrar a la habitación, no te muevas”
La frase sonaba sospechosa, se sentía como una mano que se extiende en la oscuridad. Pese a la advertencia, Fausto se puso de pie lo más rápido que su entumecido cuerpo se lo permitió, repentinamente una caricia fría calló por su muslo izquierdo haciéndole mirar de manera automática.
Para su horror, gran parte de su costado había desaparecido  y ahora era reemplazado por una plancha conformada por varias capas que se mantenían unidas con remaches que estiraba su piel como una manta fusionada. Su brazo izquierdo era ahora un pistón único a una articulación flotante que conectaba con otro juego de pistones; su mano era una gran placa de la cual emergían  grupos de circuitos enrollados para parecer dedos.
-Aún no está listo, falta activar los circuitos que transmitirán presión, temperatura y dolor–La voz resonó en la pequeña habitación –Cuando terminemos será más…anatómico por decirlo de alguna manera. Incluso tenemos un compuesto que asemeja piel, lo recubriremos con eso al terminar.

-No –Fausto estaba fascinado, el aparato producía sonidos de mecanismos similares a los relojes; algún tic tac por el codo, otro en la palma. Algunos sonidos de pistones que se deslizaban a través del aceite freso y piezas que se reacomodaban para darle movilidad –Me gusta justo como está. 

viernes, 12 de diciembre de 2014

Día 311: Oro.


De la vieja casucha, lo único que servía era el terreno bajo ella. Las paredes de madera a medio podrir, los muebles de latón oxidado, la tela sucia que hacía de cortina y los montículos de paja envueltos en costal que hacían de camas; absolutamente todo fue a parar al fuego.
El viudo veía con la mirada apagada como el fruto de su trabajo ardía en una llama lenta y viscosa que parecía relamerse antes de probar cada pieza. Los representantes del banco observaban indiferentes mientras las propiedades incautadas terminaban de consumirse. El anciano sujetaba con insistencia –de hecho fue lo único por lo que luchó – un pequeño cofre de madera húmeda que olía a barro  seco.

En vista de lo poco que se logró sacar del terreno, en un acto de aparente piedad, se le permitió al hombre conservar su recuerdo. Lo que nadie imaginaba era que al interior de la pequeña caja descansaba una pepita de oro. 

Día 310: Flores.


Con el pistilo al aire, derramando un aroma de apariencia oleosa, con tintes de humo. El ramo de flores reposaba sobre un papel blanco perfumado con esencia de jazmín: al lado  derecho un moño rojo sin hacer se disfrazaba como un trozo de seda enmarañado aun sin arreglar.
Oscar siempre había considera las flores como un regalo clásico e inmortal, memorable y al mismo tiempo voluble, pues rara vez duraba más de una semana. En su opinión mostraban lo frágiles y temporales que son las relaciones humanas, “nada dura para siempre”, pensaba mientras acomodaba el ramo en su envoltura de papel.
Sin embargo esta petición era por demás inusual. “Quiero un ramo de flores secas” pidió el cliente. “¿Quiere decir marchitas?” preguntó Oscar extrañado. “No” respondió el cliente visiblemente molesto al otro lado del teléfono “Las quiero secas”.
La verdad Oscar no veía la diferencia, es cierto que es ramo en particular se veía momificado, como si hubiera sido extraído de alguna catacumba milenaria, sujetado tal vez por una novia antigua en su lecho de muerte. Oscar preparó el ramo con cuidado de no deshojar las cadavéricas plantas o de romper sus resecos tallos. El ramo parecía alguna extraña imagen sacada de una fotografía sepia del álbum de su abuela.
Intrigado por el pedido, Oscar esperó tras el mostrador de su tienda al comprador, quien llego cerca de la hora de hora de salida. El hombre parecía complacido por el trabajo realizado, pago la suma pactada y se dispuso a salir sin más explicaciones.
-¡Espere! –Grito Oscar consumido por la curiosidad – ¿Para qué son las flores?
El hombre se giró y lanzó una sonrisa centelleante

-Para mi oficina –El hombre levanto un poco las cejas y su nariz se dilato por la emoción –Trabajo disecando animales.