Los hechos confusos se agitaban en su cabeza como olas en un mar
embravecido que amenazaban con hundirle. Un penetrante olor a hierro húmedo se
elevaba por el aire mientras una punzada lo atacaba desde la base del cuello
hasta la mitad del abdomen, todo el lado izquierdo de su cuerpo parecía bañado
en acido hirviendo que lo derretía poco a poco disolviendo su conciencia.
Una corriente de aire de frio entraba a la fuerza por su nariz, amenazando
con hacer estallar su pecho su seguía oponiendo resistencia, hilos fríos ingresaban
desde la periferia de su piel sumiéndolo en un estado casi glacial mientras un
embotamiento nublaba sus sentidos. Lo único que permanecía a pesar del frenesí
que lo rodeaba era la quemazón constante a su lado izquierdo.
No estaba seguro cuanto llevaba así, pero podía sentir al tiempo deslizándose sobre su ser como un
fluido viscoso que lo envolvía en capas y capas de aire frio. Un pitido rítmico
emergió desde los confines de la oscuridad que lo rodeaba, el aire frio que
entraba por su nariz perdía potencia y el ambiente a su alrededor empezó a opacarse
hasta convertirse en una corriente que le hacía tiritar. Finalmente la quemazón
desapareció dando lugar a un adormecimiento casi generalizado.
-¡Fausto! –Podía escuchar como alguien le gritaba cerca la oreja. Estaba muy adormecido para saber quién
lo llamaba, parecía una voz femenina al interior de una caja –Fausto despierta.
Había una nota de angustia en aquella voz, Fausto sintió que debía
despertarse, salir de aquella prisión efímera en la que había. Se obligó a
abrir los ojos, que parecían sellados desde interior, como si sus parpados se
hubiesen fusionado a la piel de su rostro. Una luz mentolada lo llenaba todo,
junto a él había un atril del cual colgaban dos bolsas casi vacías que contenían
los restos de algún líquido transparente, que parecía tener aceite disuelto en
su interior.
Frente a él se extendía un gran espejo, Fausto había visto esos espejos
antes, se dio cuenta inmediatamente que había personas observando desde el otro
lado: era un espejo de un solo lado. Estaba sólo en la habitación, la voz que
había escuchado provenía de un micrófono colocado en la cabecera de su cama. “Fausto”
la voz se hizo presente de nuevo, emergiendo de entre los cables y circuitos
que contenía el pequeño dispositivo “Van a entrar a la habitación, no te muevas”
La frase sonaba sospechosa, se sentía como una mano que se extiende en
la oscuridad. Pese a la advertencia, Fausto se puso de pie lo más rápido que su
entumecido cuerpo se lo permitió, repentinamente una caricia fría calló por su
muslo izquierdo haciéndole mirar de manera automática.
Para su horror, gran parte de su costado había desaparecido y ahora era reemplazado por una plancha
conformada por varias capas que se mantenían unidas con remaches que estiraba
su piel como una manta fusionada. Su brazo izquierdo era ahora un pistón único a
una articulación flotante que conectaba con otro juego de pistones; su mano era
una gran placa de la cual emergían grupos
de circuitos enrollados para parecer dedos.
-Aún no está listo, falta activar los circuitos que transmitirán presión,
temperatura y dolor–La voz resonó en la pequeña habitación –Cuando terminemos será
más…anatómico por decirlo de alguna manera. Incluso tenemos un compuesto que asemeja
piel, lo recubriremos con eso al terminar.
-No –Fausto estaba fascinado, el aparato producía sonidos de mecanismos similares
a los relojes; algún tic tac por el codo, otro en la palma. Algunos sonidos de
pistones que se deslizaban a través del aceite freso y piezas que se
reacomodaban para darle movilidad –Me gusta justo como está.