lunes, 16 de noviembre de 2015

Noche de tormenta

El cielo se había elevado mas de la habitual sobre la faz de la tierra, casi desapareciendo de la vista humana. La lluvia había iniciado de manera repentina emergiendo como nubes similares a globos de agua que habían sido desgarradas con un cuchillo. La ciudad estaba bajo una catarata; algunos se habían despertado súbitamente por el intenso golpeteo sobre sus techos, otros se habían acomodado mejor en sus camas y algunos más observaban la tormenta desde sus escondrijos oscuros. Un relámpago golpeó el centro de la ciudad y casi de inmediato el sonido del trueno descendió pesado como un mazo que golpea un yunque aplastando el silencio que lo recubre.

Joel despertó con el fogonazo producto del clima; después de meses de ahorrar para su modesto apartamento de soltero no quería arriesgarse a perder sus electrodomésticos por la tormenta eléctrica. Su mente cansada le decía que los reguladores de energía de cada aparato los mantendrían a salvo, disparando los brakes de la energía en su casa con la más mínima subida de voltaje; pero no quiso arriesgarse. Se sentó pesadamente al borde la cama y trato de disipar la capa de sueño que cubría su rostro frotándoselo con las manos.

Dudó un segundo al borde la sala: era un gran agujero sin ningún contenido mas que las sombras; al tocar el interruptor los  muebles, el cielo raso y el suelo se materializaron ante sus ojos. Desconectó su televisor, el equipo de sonido, su consola y dvd. En la concina desenchufó el microondas y dudo brevemente si también debía desconectar la nevera; finalmente decidió hacerlo, de todas maneras adentro sólo habían una botella de agua y sobras de su cena.

Ya listo para regresar a su cuarto, dio una última mirada a la habitación, todo parecía acurrucarse ante la insistente lluvia. Cuando estaba a punto de apagar la luz un ruido seco llamó su atención: algo había golpeado contra el cristal de su balcón que daba a la calle principal. Joel se giró esperando ver algún murciélago perdido en medio de la tormenta, sin embargo justo fuera de su ventana había un enorme gusano blanco de casi un metro de largo retorciéndose adherido al vidrio mediante doce ventosas púrpura. En lo que parecía ser la  cabeza del animal un par de ojos rojos brillantes examinaban el interior del cuarto con curiosidad mientras un par de antenas peludas exploraban el vidrio en busca de alguna apertura.

Atemorizado, Joel apagó la luz, con la esperanza de desinteresar a la criatura, como quien apaga una lámpara para alejar a las polillas. La oscuridad devoró a Joel en medio del cuarto mientras la lluvia y las ventosas continuaban rugiendo fuera de la ventana.


La tormenta pasó la historia como una de las más fuertes de los últimos 20 años, colapsando autopistas, desbordando ríos  y derrumbando viejos edificios consumidos por el moho. Sin embargo todos los destrozos pasaron desapercibidos en las noticias locales, cuando se dio de la información de un apartamento en el centro de la ciudad, el cual fue encontrado cubierto de una extraña pelusa blanca creciendo a través de los muebles y las paredes. En el cuarto principal yacía el cuerpo descompuesto de un hombre muerte que albergaba en su vientre cientos de pequeños huevecillos traslucidos que dejaban ver pequeñas larvas blancas con ventosas purpuras creciendo en su interior. 

viernes, 30 de octubre de 2015

Cristales

El sonido de los nudillos contra el cristal la despertó en medio de la noche; era claramente el golpeteo de alguien que quería llamar la atención. Se recostó de nuevo en la almohada: vivía en un sexto piso, era evidente que nadie podía estar tocando a la ventana. El ruido se repitió de nuevo, tres firmes golpes contra el cristal que resonaban en todo el cuarto.

Laura se sentó en el borde de la cama con la cabeza entre las manos, llevaba ya dos noches de insomnio y esperaba poder dormir hoy. “Tal vez alguna polilla esté pensando en entrar a la caza y se esté chocando contra el vidrio” pensó para tranquilizarse un poco. Repentinamente el golpeteo se hizo más melódico tres golpes seguidos una pausa y dos rápidos golpes de nuevo, otro silencio y de nuevo los tres golpes.


Laura se posó frente a la ventana con las cortinas cerradas, esperando ver alguna sombra proyectarse desde el exterior de su apartamento, pero afuera sólo se movía el viento en pequeños remolinos que arrastraban envoltorios de comida y hojas secas. Los golpes se hicieron más fuertes, hasta producir el sonido que delata un cristal rompiéndose y cayendo estrepitosamente sobre el suelo. Fue en ese momento que Laura se dio cuenta que los golpes y los vidrios rotos provenían del espejo al otro lado del cuarto. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

El sentido de la vida

¿Y entonces? -Me preguntó como quien no quiere la cosa -¿Cual es el sentido de la vida?

Suspire. Era algo no esperaba, a pesar que sabía que cuando estaba deprimida formulaba preguntas extrañas, pero nunca había cuestionado su existencia. Para ser sincero eso me preocupó.


-Bueno -La atraje hacía mí, al principio se resistió, pero de apoco cedió hasta encajar recostada en mi pecho –en mi experiencia, el sentido de la vida es encontrar una acción que nadie más hubiese podido hacer. Es hallar el motivo por el que somos indispensables para el universo, averiguar qué cosa no habría pasado por ningún motivo si nosotros no hubiésemos existido. Sea grande o pequeño, debe haber algo que sólo pueda hacer un individuo especifico en un tiempo determinado. 


-¿Y tú? –sentí como se secaba las lágrimas en mi camisa mientras se abrazaba a mí con fuerza -¿Ya encontraste eso que nadie más puede hacer? 


Tome sus manos y las llevé hasta mi cara, las usé para acariciar mis labios y peinar la punta de mis pestañas mientras el aroma cálido y acido de su piel se desprendía lentamente con cada palpitar de su corazón. Luego las eleve un poco más y besé las cicatrices de sus muñecas.


-Sí, ya lo encontré –Le dije mientras ella se apretaba más contra mi pecho.

domingo, 19 de julio de 2015

Descendencia

El día que Verso Valverde escuchó el rumor por primera vez, tendría siete años, recién cumplidos, pero las secuelas lo acompañaron hasta el día de su muerte a los 63 años, decía la gente del pueblo que Héctor Manzanares, apenas dos años más joven que Verso, era el hijo ilegitimo de su padre, concebido durante un viaje de negocios en una vecindad cercana. Este hecho nunca fue negado ni aceptado por ni por Alexander Valverde –quien se limitaba a decir “lo obvio no se pregunta” –ni por Ana Manzanares, que cada vez que alguien le preguntaba por el padre de su hijo, ella le respondía: “¿Y a usted que le importa? ¿Es que alguien le está pidiendo que mantenga al niño? Él es hijo mío y no hay nada más para decir”.
Verso Valverde era el último de cuatro hermanos, el tercer varón, el segundo hijo favorito y el primero en escuchar los rumores que, de aquí en más, rodearían a su familia. Verso también era el hijo que más se parecía a Alexander: con la barbilla partida, un hoyuelo en la mejilla derecha, el cabello ocre y los ojos aguamarina; por su parte Héctor era un muchacho escuálido, hecho con hambre y frio. Sólo aquel día en la iglesia, cuando la mujer al lado de Verso había dicho “había viene el bastardo de Valverde”, Verso tuvo conciencia de la existencia de Héctor y de allí en más, nunca pudo ser indiferente a la misma; a pesar que la misma pasará inadvertida tanto para sus hermanos como para su padre.
Mientras Verso y sus hermanos superaron la escuela con gran facilidad, ocupando siempre los primeros lugares, el pequeño Héctor apenas y pudo superar la primaria, desde los diez años aprendió el oficio de relojero, labor a la que se dedicaría el resto de su vida. Para los hijos de Valverde, la vida parecía sonreír: Su hermano; el mayor, Alexander, se había hecho abogado en la gran capital, trabajando para altas ramas del gobierno. Su hermana Verónica era profesora en un acaudalado colegio en otro país. Fernando; se había enlistado en el ejército y ahora el capitán de la única unidad que no había conocido la derrota en la guerra de la frontera.
Verso, por su parte, se había dedicado al periodismo, trabajo que no sólo le llevó a conocer gran parte del mundo, sino también a ser testigo de la caída de su familia. Todo comenzó el 3 de mayo, cuando avalancha devoró la parte norte del pueblo de su infancia; sepultando entre otros 1500 seres humanos a su padre y Ana Manzanares. Verso reportaba la noticia en vivo, mientras al fondo se observaba a Héctor escarbar con las manos desnudas en busca de posibles sobrevivientes. Verso Valverde tenía 25 años.
Dos años después, afuera del capitolio de la nación, Verso reportaba un grave caso de corrupción descubierto por causa del derrumbe: la mitad del presupuesto nacional había sido dilapidado en cuentas extranjeras. En medio del reportaje, Verso tuvo que entrevistar a quien fuera hallado culpable y condenado a varias décadas de prisión –donde moriría de una extraña enfermedad producto del hacinamiento –un joven abogado: Alexander Valverde. Mientras Verso viajaba a cubrir otra noticia, en el palacio de justicia, el automóvil pasó junto a puesto de relojes; “Manzanares” estaba escrito con letras doradas como título de la modesta tienda.
El día que Verso cumplió los 30 años tuvo que reportar la noticia de una joven maestra, asesinada a golpes por la esposa de su amante, un respetado gobernador; quien utilizó toda su influencia para evitar cualquier atisbo de justicia contra  la madre de sus hijos. Al terminar la noticia, que horas más tarde fue censurada por los amigos del gobernador, Verso dio paso a otra nota: una empresa de relojes nacional abría una convocatoria para becas destinadas a hijos de madres solteras; “Becas Manzanares, es hora de estudiar” decía el slogan de la campaña.
El 24 de septiembre, día en que Héctor Manzanares abría su primera tienda internacional, un veterano de guerra, víctima de grave caso de estrés post traumático, abrió fuego en un museo militar, matando a doce personas para luego suicidarse. “La última misión del Teniente Valverde” titulaba la noticia que más adelante debería desarrollar Verso. Aquel día Verso tenía 55 años; y esa su último programa.
Ya entregado al retiro, dedicado a escribir a pequeños periódicos y a viajar a las diferentes tumbas de sus hermanos; Verso Valverde, de 60 años, se encontró soltero, sin hijos, sin más que una larga lista de amantes y enemigos que se entremezclaban con la única similitud de no querer volver a verlo jamás. Repentinamente, Verso se dio cuenta que estaba sólo en el mundo; justo como aquel día en la iglesia, cuando tenía siente años, sentado junto a su padre mientras las mujeres a su lado cuchicheaban rumores de un hermano bastardo al paso del féretro de Doña Alicia Gonzales de Valverde.

El primero de Febrero, mientras caminaba con el atardecer en la espalda a lo largo del bulevar del rio, la soledad terminó por desgarrarlo, se condensó en un tampón amarillo y duro que obstruiría de manera estrepitosa el suministro de oxígeno y sangre al ya de por sí, deshilachado corazón de Verso Valverde. Eran las 6 y 15 de la tarde, cuando colapsó en medio de la calle el famoso periodista; un grupo de curiosos lo rodearon con temor mientras llamaban a gritos una ambulancia. Sólo un hombre se abrió entre la multitud y sujetó la mano del moribundo: un viejo relojero hecho como con hambre y con frio, con la frase “ H. Manzanares” bordada a mano en la camisa. Verso Valverde sonrió en silencio mientras su conciencia se deslizaba en medio de la oscuridad borrosa; un solo pensamiento ocupaba su mente que se apagaba de apoco: “Este bastardo no puede ser hermano mío. Es demasiado buena persona para estar emparentado con alguien como yo” 

domingo, 5 de julio de 2015

Blanco Y Negro.

La luz de la luna se vertía perezosamente sobre los bordes, como una gelatina sedosa que chorreaba a gotas por los contornos de las casas y se estancaba en charcos vaporosos atrapados en los tejados repletos de hojas secas y papeles traídos por el viento. La luna parecía un gran foco, cuyo voltaje subía y bajaba constantemente produciendo la ilusión del flash de alguna fotografía tomada desde el infinito.

Los ladridos del perro perforaron como disparos incorpóreos, que atraviesan un pecho etéreo; al principio eran distantes y profundos, pero continuaron hasta hacerse agudos y seguidos como una ráfaga de balas sonoras. Algunos gatos miraban con desdén de la copa de árboles: conjunto de brazos oscuros enredados en abrazos solitarios. Parejas de enamorados salían a asomarse a   las ventanas, y se sorprendían con el aquel destello plateado que inundaba la ciudad como una gas dulce que se colaba por las hendiduras de los ladrillos y las cerraduras de los closets para entrar en los cuartos de los niños forrarlos en un manto de plata.


De a poco la ciudad despertó para encontrarse con aquel mediodía blanquecino y  metalizado. Todo aquello que la luz tocaba parecía cromado, brillando en una noche futurista mientras los pozos de oscuridad, inalcanzables para los rayos estratosféricos, lanzados desde aquella bombilla a medio fundir. Las personas se agolpaban en las esquinas y levantaban sus cabezas al firmamento por primera vez en milenios, redescubriendo el espectáculo la luna. Lo que nadie podía advertir, en medio de la ceguera provocada por la sorpresa; era lo que perro con sus desesperados aullidos trataba de advertir: Esa noche, la luna se descolgaba lentamente de su posición en el cielo mientras se precipitaba a la tierra. 

lunes, 29 de junio de 2015

Castigo

Yo te quiero más que a mi dolor, y como el masoquista empedernido que soy, eso ya es decir mucho.  Te quiero porque es el castigo más apropiado a mi colección de pecados, porque ningún dios maquinaría una condena tan despiadada y dolorosa. El amarte hace del mundo un lugar más justo; pues alguien tan malvado como yo no puede quedar impune.

El que alguien como yo quiera a alguien como tú, es la prueba que la tierra no perdona nada, que todos los crímenes se pagan en vida, que ninguna deuda queda sin pagar. El quererte como te quiero me hace peligrosamente agradable, despiadadamente justo y desgarradoramente misericordioso.


Para mi desgracia te quiero mas que mi sufrimiento, y eso me ha condenado –y me perdonaras la expresión –a vivir feliz por siempre. 

miércoles, 27 de mayo de 2015

Hilo.


Y es que el alma va unida al corazón por un hilito de sangre, tal vez sea por eso que algunos nos morimos de a gotitas, con un hilito que se deshilacha con el trajín de la vida diaria, que se estira y se arruga en una madeja carmesí que nos hace poner rojas las orejas o se nos cae de la cara hasta las rodillas. El largo de este hilo y su grosor varía de persona a persona, de país a país, de año en año. A veces el hilo se corta, a veces el hilo lo rompen, a veces uno mismo se lo arranca.

Este hilito suele anudarse en el hilo de otra persona, a veces salido en medio de un suspiro y en ocasiones se hacen nudos enredados con la lengua en un beso bajo un farol. Y así como se anuda, se desanuda o se revienta de tanto tirar cada uno para su lado; el problema viene a ser cuando el hilo se rompe más cerca de uno que del otro, y queda alguien con un hilo incompleto y la otra persona queda andando por la vida con un pedazo de uno.

Así como el hilito se enreda, se deshilacha, en medio de sustos, deudas, uno que otro cigarrillo, amarrado a una lata de cerveza y a veces, el hilito amarrado a un cuchillo o una bala. Este hilo también puede salir disparado por la boca cuando a uno lo atropella un auto, se cae por una ventana o le dicen cuanto debe en el banco.
Y es que uno también puede sentir el hilito, lo puede saborear al fondo del paladar, escapándose por la nariz o como escurriéndose por el oído. También se puede sentir cuando se anuda en el pecho o se atranca en la garganta, incluso hay algunos pervertidos que lo sienten por allá en el vientre, haciendo un ovillo.


En esas personas que ya tiene el hilo muy delgado –o yo que sé, los textiles no son mi fuerte –el hilo se revienta y se escapa por la boca en las noches de estrellas titilantes o en medio de una tos que envuelve a la gente en la amoratada muerte. Cuales fuesen los motivos para que el hilo se rompa, al final todos quedamos en lo mismo: Un corazón descolgado y alma suelta. 

sábado, 23 de mayo de 2015

Reflexiones de Cementerio.


Algo que hago en cada ciudad a la que voy de vacaciones –aunque no es algo que les recomiende a todos los turistas –es visitar el cementerio local. Ya sea por una costumbre morbosa o una extraña perversión que no quiero discutir; es inevitable para mi ver como tenemos la costumbre universal de morirnos, sin importar la edad, el sexo o la causa, y como lidian las comunidades con el producto final de la muerte: los envoltorios desprovistos de esencia que guardan más dignidad que la que tenían sus amos en vida.  

Si he llegado a alguna lección en esta travesía mortuoria, es que irónicamente son las tumbas majestuosamente adornadas las que más me entristecen. Al ver una tumba reseca, rodeada de maleza y polvo; con el nombre y las fechas ya borrosas, surge en mi un extraño sentimiento de paz, pues independientemente de lo que se oculte al interior del panteón, los vivos han continuado con sus asuntos y el difunto puede descansar. Pero aquellas tumbas relucientes, rebosantes de flores frescas muestran que hay muchas personas atrapadas en ellas: madres atadas con cadenas de dolor a los despojos de un hijo que nunca llegó; amantes rompiendo su promesa y siendo fieles más allá de la muerte, hijos arrepentidos que se castigan duramente o niños inocentes que esperan el despertar de una madre ya fallecida. Estas ultimas me molestan de sobremanera, pues me dicen que es el cuerpo –y sólo el cuerpo –quien define la existencia de las personas; que una vez después de muertos, seguimos atrapados en una bolsa de carne a medio podrir, escuchando como la vida de algunos se estaciona de apoco por nuestra causa.


A nivel personal no creo en la muerte, es evidente que partimos, que dejamos este contenedor para no regresar al mismo estado; prefiero pensar que mi huella en el tiempo es más que 50 kilos de entrañas y uñas, prefiero ser un recuerdo que surge en medio de una llovizna nocturna, un olor atrapado en el armario, una canción vieja en la radio, una frase heredada a través de historias. Yo quiero ser algo más que un trozo de piedra al cual visitar, yo elijó ser inmortal.  

viernes, 24 de abril de 2015

Elan.


Para pedir un favor buscas en el  cielo. Para pedir un trato buscas en el infierno. Pero nunca debes buscar a Elan.

El pantano estaba húmedo, cubierto por una fría manta de neblina que se extendía como una sombra palpitante a través de la oscuridad, el agua podrida se agitaba pausadamente, casi en cámara lenta, perturbada por el vuelo de algunos insectos que se disolvían en la noche y algunos caimanes, que asomaban sus ojos en la superficie como pequeñas lunas sedientas de sangre. La cabaña desvencijada se levantaba como el cadáver semidescompuesto de un gigante varado en un banco de arena, su techo de paja estaba casi caído, dejando entrar el frio viento de la noche en medio de un silbido. Por su única ventana rota se asomaba una luz tibia y titilante que hacía danzar a las sombras de los manglares cercanos como milpiés que ardían en llamas.
Adentro de la cabaña, los cuerpos despellejados de conejos y ardillas colgaban desde el techo, atados con grueso hilo de cáñamo entretejido con los huesos de algunos otros animales. El cráneo de lo que alguna vez fue el jefe de bomberos, reposaba sobre una manta desgastada en el suelo, desnudo y bañado por la luz de una vela negra; las cuencas ahora vacías parecían contener ojos perturbados que bailaban a punto de escurrirse por el marmolado contenedor. Pentagramas dibujados toscamente con tiza en las húmedas paredes mohosas, se desintegraban lentamente, absorbidos por la hambrienta madera. Les quedaban pocas horas de vida.
Diversas imágenes de santos con numerosos brazos, de personajes con cabeza de cabra y una que otra virgen con la piel color canela adornaban todo aquello que no estaba cubierto por pentagramas u oculto en medio de la oscuridad expectante. El sacerdote respiraba agitadamente, en parte por el ambiente lisiado del pequeño lugar y en parte por la excitación que llenaba sus venas resecas y marchitas. Era un hombre con la calcinada, casi cuero, casi caucho con un extraño color entre purpura y grisáceo; una larga barba enmarañada como nidos de arañas se regaba por todo su rostro y se fundía con el vello  crespo de su pecho. Sus ojos saltones y vidriosos cual muñeca de porcelana observaban cada movimiento realizado por las sombras, temía ser atacado antes de terminar con todo. El anciano movía sus dedos huesos, ya sin carne como pequeñas polillas que revoloteaban alrededor de la vela que se consumía con rapidez.
Los canticos pronunciados por su boca arenosa se extendían a lo largo del pantano, moviendo las hojas resecas de algunas ramas muertas y empujando al frio viento de regreso al interior de las raíces del manglar. Un relámpago silencioso rasgó el cielo y la tierra en algún lugar al sur de la cabaña mientras un olor avinagrado inundaba el lodo cerca del pantano. El hombre aceleró sus canticos mientras un sudor frio y espeso caía por sus hombros raquíticos, la vieja camiseta deshilachada se adhería a su cuerpo como una piel descompuesta que se sujeta para no caer. El hedor se hizo tan intenso que l vista del hombre se hizo borrosa mientras su mente bailaba en la intensa curiosidad y el pavor desenfrenado: No importa cuántas veces lo haga, siempre es aterrador convocar un demonio.
Y entonces, fruto de lo inesperado, como un cocodrilo que atrapa a ciervo que bebe de la orilla del pantano, uno de los viejos arboles que rodeaba la cabaña cedió ante su propio peso, desgarrando el barro podrido que aprisionaba sus raíces cayó sobre la mitad de la cabaña que se encontraba en la oscuridad, partiéndola al medio con un aterrador rugido crocante. Este hecho provocó duda en el sacerdote, quien detuvo su cantico en la parte cumbre: con el hechizo incompleto los pentagramas terminaron de consumirse en las viejas paredes y la vela terminó de escurrirse sobre el cráneo sonriente. El tiempo había terminado.
“¡¿Quién será?!” Se preguntó el hombre enterrado en medio de la oscuridad, con la oración incompleta cualquiera estaba invitado a venir: “Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer” El sacerdote repasaba nervioso los nombres mientras observaba la oscuridad en busca de movimiento, sus oídos, abiertos de par en par por el terror parecían maximizar los pequeños aleteos de las criaturas de la noche que huían despavoridas del lugar. El árbol caído, aun yacía recostado sobre la pared este de la cabaña, dejando sus hojas caer como pelambre sobre el piso que agrietaba a cada momento con un pequeño palpitar.
El hombre pensó en irse, abandonar el altar y correr en medio del pantano, pero sabía que no encontraría ayuda de ninguna clase, ni humano ni de otros planos. Morir aquí era mejor que ser cazado en medio de la oscuridad. “¿Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer?” continuaba pensando mientras los sonidos del pantano bajaban el volumen, para la llegada de su nuevo invitado.
-¿De verdad crees que alguno de esos idiotas interrumpirá su ocupado horario, por un mero mortal? –La voz emergió desde el árbol caído, era cálida y dulce, con un ligero acento que indicaba que su dueño no estaba hablando su lengua materna –Tal vez por eso no merezcan salir de fiesta.
Desde el gran matorral creado por la copa del árbol, un hombre hizo su aparición: vestía de traje negro, con una corbata roja oculta bajo el saco y unos relucientes zapatos de charol. Su rostro era pálido como la luna, con un aligera barba que rodeaba sus labios delgados y unos ojos negros parecían brillar con intensidad. El hombre chasqueó sus dedos y la madera expuesta de algunas vigas empezó a arder con una llama azul que proyectaba sombras vino tinto sobre todo el pantano.
-¿Vienes a cerrar el trato? –El hombre se encogía de miedo ante la presencia del ser sobrenatural, era evidente que no era ninguno de los invitados que esperaba.
El hombre rio con gracia sarcástica y potente, sus colmillos blancos centellearon con luz propia mientras la lengua bífida se asomaba fugazmente a través de su boca y negaba con la cabeza. La insolencia humana no tenía límites.

Con la llegada de la mañana lo hizo también el silencio, las aves no regresaron a los nidos cercanos y los caimanes se alejaban rápidamente de la cabaña a medio demoler que se erguía herida en medio del pantano. La barca de un pescador se desvió por un canal poco transitado: la corriente del pantano había cambiado repentinamente desde la noche anterior, parecía que el agua fluía en sentido opuesto al habitual. Un fuerte olor atrajo la atención de un pescador: parecía ser carne podrida mezclada con azufre; curioso el pescador entró al despojo de la cabaña ya que esta parecía que fuese a colapsar en cualquier momento. Los ojos del pescador casi se salen de sus orbitas ante el cuadro que yacía en medio de la destrozada habitación: Lo que parecía ser un hombre despellejado colgaba por sus brazos de una viga, un gran charco de sangre se expandía gota a gota bajo su cuerpo, mientras sus ojos vidriosos miraban con desesperación a su alrededor. En la pared del fondo, calcinado en medio de la madera había escrita una palabra: “Elan”.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Algunas palabras finales...



Bueno, hoy es el último día de un reto que inició hace un buen rato, es extraño parece que fue hace mucho y al mismo tiempo es como si hubiese iniciado ayer. Para mi es notorio la evolución en mi técnica, contenido e ideas; muchas ideas salieron a la luz, y merecen que siga trabajando en ellas de una manera mas minuciosa. Un par de grandes proyectos se iniciaron y si todo va bien, será una gran meta cumplida.

Aunque ya no publique de manera diaria, no voy a dejar de escribir, es parte de quien soy; y tras todo lo que duró este desafío me di cuenta que la única persona para la que escribo, es para mí misma. Sería una mentira decir que no disfruto cuando otros me leen, me ayudan a crecer y me brindan ideas; pero mientras yo este satisfecha con lo que hago, bueno creo que habré tenido éxito.

251 páginas después y 114.555 palabras escritas son el producto de este trabajo que han trazado el camino para todas aquellas que están por venir. Agradezco a todo, y como siempre: ¡Gracias por leer!

Día 365: Final.




Habían pasado ya seis meses desde que Maritza había fallecido, pero su ausencia seguía pensado como el primer día. En todo ese tiempo no creía –la verdad, no deseaba –que despertar al día siguiente fuera una opción. Habían vivido juntos 30 años, más de la mitad  de su vida; pero se hallaba repentinamente sólo en el gran y desolado mundo más allá de las paredes de su casa.
Corría el mes de febrero, algunas lluvias lejanas encapotaban el cielo de la ciudad y un aire frio lleno de hojas que flotaban en una marea de invisible ocupaban la ciudad desprovista de visitantes. Con el paso de tiempo se dio cuenta que no podría vivir en su miseria para siempre, así que ese frio jueves se puso su abrigo marrón, sus pantalones de mezclilla y salió a tomar un café, justo como aquel fatídico martes en el que recibió la peor noticia de su vida.
Llegó a la vieja cafetería, rebosante a pan tibio, café fresco y humo de cigarrillo, se sentó en la mesa del fondo; dio un largo suspiro. Era como si al fin todo terminara, una gran carga había caído de sus hombros y ahora era libre para volver a su vida; o eso pensaba hasta que una silueta femenina se deslizo rápidamente por la ventana a su lado, fugaz como una estrella y luminosa como una luciérnaga, una joven del cabello largo y ondulado reía mientras los audífonos dejaban escapar una leve melodía de violín antes de perderse en la multitud.
Era su viva imagen, sus movimientos, su sonrisa eléctrica su cabello rebelde. Maritza seguía viviendo, en otro envoltorio, a la distancia de una existencia diferente. Una lágrima silenciosa cayó sobre el café negro que dejaba escapar una neblina aromática: se dio cuenta que nunca tendría un final.

martes, 3 de febrero de 2015

Día 364: Cuento.




Con los ojos chiclosos y el cabello de algodón
Envuelto en una pijama de vacas sonrientes
Flotó lentamente desde las manos de su madre hasta el colchón
Luego, ella lo cubrió con una manta de sueños emergentes
Por la ventana una luna se asomaba
Y al igual que el pequeño sobre una nube se acostaba
El maullido de un gato manchado
Hacia un concierto de eco en todo el tejado
En la lejanía una estrella parpadeante
Veía con gran interés el sueño del infante
Un barco de nubarrones se formaba en el horizonte
Pero el viento cambió y lo convirtió en un esbelto rinoceronte
El pequeño cerró los ojos con un sueño entre los parpados
Esperando con ansias el nuevo día para pasarlo jugando.