domingo, 5 de julio de 2015

Blanco Y Negro.

La luz de la luna se vertía perezosamente sobre los bordes, como una gelatina sedosa que chorreaba a gotas por los contornos de las casas y se estancaba en charcos vaporosos atrapados en los tejados repletos de hojas secas y papeles traídos por el viento. La luna parecía un gran foco, cuyo voltaje subía y bajaba constantemente produciendo la ilusión del flash de alguna fotografía tomada desde el infinito.

Los ladridos del perro perforaron como disparos incorpóreos, que atraviesan un pecho etéreo; al principio eran distantes y profundos, pero continuaron hasta hacerse agudos y seguidos como una ráfaga de balas sonoras. Algunos gatos miraban con desdén de la copa de árboles: conjunto de brazos oscuros enredados en abrazos solitarios. Parejas de enamorados salían a asomarse a   las ventanas, y se sorprendían con el aquel destello plateado que inundaba la ciudad como una gas dulce que se colaba por las hendiduras de los ladrillos y las cerraduras de los closets para entrar en los cuartos de los niños forrarlos en un manto de plata.


De a poco la ciudad despertó para encontrarse con aquel mediodía blanquecino y  metalizado. Todo aquello que la luz tocaba parecía cromado, brillando en una noche futurista mientras los pozos de oscuridad, inalcanzables para los rayos estratosféricos, lanzados desde aquella bombilla a medio fundir. Las personas se agolpaban en las esquinas y levantaban sus cabezas al firmamento por primera vez en milenios, redescubriendo el espectáculo la luna. Lo que nadie podía advertir, en medio de la ceguera provocada por la sorpresa; era lo que perro con sus desesperados aullidos trataba de advertir: Esa noche, la luna se descolgaba lentamente de su posición en el cielo mientras se precipitaba a la tierra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario