La observaba desde el arbusto, con el arco listo, en unos segundos ella
alcanzaría en medio de su carrera, la posición adecuada en el prado y estaría
al alcance de su flecha sedienta de sangre. Era una extranjera alta, delgada,
con el cabello largo hasta la cintura, de un color cenizo, con una cara fina
tallada con excesivo cuidado por los genes de su familia. Corría agitada, con
el pánico dilatando sus ojos negros.
El soldado tomó posición y afinó la visión mientras la mujer corría por
el prado, una trampa se disparo de entre las hojas aprisionado las piernas de
ella, haciéndola patalear de la angustia. Era una zona fronteriza, los
extranjeros eran comúnmente usados como esclavos, frecuentemente considerados
sólo como bolsas de pus y era de vital importancia para el imperio acabar con
su raza inferior; por eso le habían enviado allí: matar a una esclava que huía
a escasos metros de la frontera sin duda iniciaría la disputa. Podía saborear
la sangre y oler la pólvora quemada que se extendería por el suelo y el cielo.
Tiro su brazo derecho hacia atrás con fuerza, presto a soltar la flecha
y ponerle fin a la agitación de la mujer que se movía desesperada en al trampa.
Un súbito frio le entró por las costillas y paralizo sus pulmones, se desmayó.
Los prosistas -Entidades encargadas de guiar y vigilar que
las acciones humanas obedezcan siempre al destino trazado por los amos
–Observaron al joven caído y a la mujer que luchaba cada vez con menos fuerzas
y mas angustia.
-¿Qué haces? –Dijo Concordia, el prosista encargado de las acciones que
desencadenan la paz -¡Sabes que no debemos interferir en las acciones de los
mortales a menos que los amos lo ordenen!
-He visto lo que pasará –Dijo Caos, el prosista encargado de la guerra y
el desorden, mientras pateaba el cuerpo del soldado –No vale la pena, esas
criaturas ya han soportado mucho y si los amos no van a hacer nada, nosotros
que tenemos el poder deberíamos hacerlo.
-Entonces, ¿Qué sugieres que hagamos? –Dijo Concordia, repentinamente
interesado en la posibilidad de hacer algo sin una orden previa –Si manipulamos
a los mortales y algo sale mal será nuestra culpa, pero si algo sale bien…
-Es fácil, si algo sale bien ganamos todos. Pero si vamos a perder vamos
a hacerlo en grande, por el gran premio hermano. –Dijo Caos, mientras maquinaba
y recorría cientos de estrategias de las que había sido testigo a lo largo de
la eternidad.
Hizo dormir a la mujer al igual que al hombre, momentos atrás y se
acercó a ella, hizo un movimiento con las manos, como si estuviera hilando
algún tejido delicado, como entretejiendo el aire entre sus dedos. Pronto un
hilo delgado de sangre brotó la nariz de la mujer, el constante hilar de las
manos del prosista lo hizo condensarse en cristal turbio y centelleante cuyo
interior parecía palpitar. Se acercó al hombre inconsciente y descubriéndole el
pecho empezó a empujar el cristal en su interior. Podía sentir la elástica piel
cediendo en el punto critico, el musculo desgarrado, el hueso astillado y
finalmente, la densa masa de musculo que el corazón; cediendo ante la presión
que ejercía.
-¿Qué haces? –Preguntó Concordia mientras veía la cara de dolor que hacia
el humano mientras el cristal entraba en su pecho.
-Esto se llama el hechizo del corazón ajeno. Pongo una espina de sangre
de otra persona en su corazón, así cuando despierte su corazón latirá única y
exclusivamente mientras la sangre de la espina lo alimente –Explicó Caos
mientras terminaba de poner el cristal y volviéndole a cerrar la camisa se
alejó del humano –Un interesante efecto segundario, es que quien tenga la
espina queda locamente enamorado del portador de la sangre original.
-¿Y no se agota nunca? ¿Qué pasa si la otra persona muere? –Concordia
estaba intrigado, no solía manipular mortales tan directamente.
-Nada, esa espina se alimenta de la vida del huésped, su combustible no
se agota mientras le portador de la espina sigue vivo, por eso dije que era un
molesto efecto secundario –Dijo Caos, con un tono de voz que daba a entender
que estaba perdiendo el interés –Ahora vámonos, es cuestión de tiempo para que
los amos se den cuenta que nada ha sucedido.
Los prosistas se disolvieron en una brisa cálida que recorrió el prado y
se oculto entre los arboles. Al mismo tiempo el hombre y la mujer despertaba,
él sentía algo atascado en pecho, como una costilla desviada; ella sentía la
angustia de ser prisionera nuevamente. Buscó en la cercanías algo con que
liberarse, al frontera de su libertad estaba a pocos kilómetros, tal vez uno o
dos cuando mucho; repentinamente su mirada se encontró con la de un hombre que
salía de los arbustos, estaba vestido como un militar y tenia en su mano un
arco que arrastraba tras de si, parecía perdido.
El hombre se encontró la mirada de la mujer –Era hermosa, podía sentir
su sangre agitarse por esos ojos -Su cara, su figura, su pánico y su proximidad
le hicieron sentir una espina en el corazón.