jueves, 31 de julio de 2014

Día 178: Partida.


Estaban sentados en la terraza bebiendo, uno de ellos bebía una cerveza fría y otro una taza de café caliente, repentinamente el mas joven interrumpió la trivial conversación:
-Voy a irme. Ya sabes voy a hacer esa cosa estúpida que te dije que no haría.
Ronald arrojó su taza lejos y esta se hizo añicos contra la pared.
-A mi no vengas con esa mierda, si tantas ganas  tienes de hacerlo ¿Porqué no lo hiciste sólo en tu casa? Yo te habría llamado mañana y al ver que no respondías habría ido hasta tu casa y todo habría terminado.
El joven levantó los hombros con indiferencia. “Eres mi amigo, creí que debías estar informado.”
-No, no eso –Dijo Ronald con un tono amargo en la voz –Tú sólo quieres publico para tu numerito, si de verdad fueras a hacerlo estarías callado como si nada. ¡Tú quieres que cuando te hayas ido quede un puñado de personas consumidas por el miedo y la angustia de tu partida! ¡Cargando con el peso de tu ausencia!
-Yo sólo estoy cansado ¿sabes?
-¡Claro que lo sé, soy tu amigo! Pero no buscas ayuda, sólo te quedaste para revolcarte en tu miedo y tu incompetencia. En lugar de buscar otras soluciones decidiste despedirte de una manera que todos a tu alrededor se sientan culpables por no brindarte una ayuda que nuca pediste –Hizo una pequeña pausa y se puso de pie –Dios, claro que sé lo que estar cansado y tener miedo; y ser débil. Pero si no puedo con la carga la arrojo lejos de todos, en lugar de hacer que otros la carguen por mí.
-¡Yo no quiero que toques mi carga! –gritó mientras las lagrimas empezaron a caer por sus mejillas.
-¡Eso debiste haberlo pensado antes de haberme dicho! No puedes ir por allí mostrando tu teatro sin pensar en los espectadores. –Se dispuso a irse, pero antes le arrojó una tarjeta que guardaba en su bolsillo –Si de verdad crees que no puedes hallar otro solución ve a este lugar, tal vez alguien allí pueda darte una nueva idea.
El muchacho leyó la tarjeta “Esto de un psiquiatra…¿Por qué tenías la tarjeta de un psiquiatra contigo?”

-Ya te lo dije –La voz de Ronald se tornó melancolica –Yo también sé lo que estar cansado. 

martes, 29 de julio de 2014

Día 179: Campo.


La gran plantación esta silenciosa e inmóvil, ni una hoja se movía en los campos de caña, sólo el crujido constante de sus botas en el suelo enlodado separaban el paisaje de una pintura.
La creciente crisis económica había empujado a muchos a trabajos mal pagos donde eran sobre explotados. Cortar caña era de las tareas mas básicas y seguras que se podían hacer en la localidad, pero era terriblemente infructuosa; así que buscando una manera de agilizar el proceso Héctor se había reunido con un grupo de compañeros y habían contratado una bruja o adivina.
Esta había hecho unas muñecas con trapo, paja y otros objetos. Después de algunas oraciones les dio la muñecas rellenas de agujas y alfileres y les dio la instrucción de enterrarlos justo en medio del campo. Al terminar de cosechar el terreno debían desenterrarlas, cambiarles el relleno y enterrarlas en el nuevo sector a cosechar.
Con algo de escepticismo Héctor siguió al grupo de veteranos hasta el lugar  indicado, y sembraron allí las muñecas. A la mañana siguiente bajo el sol abrazador, Héctor cortaba los largos tallos con un ritmo lento y pausado, pero no podía evitar sentir que avanzaba muy rápidamente, la cuota estaba casi cumplida a las 10 de la mañana, y el resto sería la paga extra.
A todos les había ido igual, el campo estuvo cosechado para las 5  de la tarde. Sin duda las muñecas eran una gran ayuda, así que esa noche regresaron al campo, las desenterraron y las cubrieron de nuevo en el próximo terreno.
-Esto es grandioso –Decía Héctor mientras caminaban a casa en medio de la noche –No se porque no lo había hecho antes.
Uno de los trabajadores mas antiguos se detuvo y miro a Héctor a los ojos.
-Esas muñecas no comerán agujas y alfileres para siempre, un día notaras que el trabajo fue muy lento, como antes de tener la muñeca. Entonces deberás rellenar la muñeca con monedas y un tiempo después de eso, la muñeca volverá a fallar y deberás darle de comer otra cosa.
-¿Qué otra cosa? –preguntó Héctor con un nudo en el estomago.

-Digamos –Dijo el hombre que guiaba la marcha –Que un día vendremos 6 hombres a desenterrar las muñecas, pero sólo 5 regresaremos a casa.

lunes, 28 de julio de 2014

Día 178: Estación.


La gente esperaba con impaciencia el próximo tren, algunos estaban sentados en las bancas, otros estaban de pie, junto al lugar de llegada, mientras miraban sus relojes de manera unísona y mecánica en la estación.
Alex miraba una gotera en el techo, recostado contra la pared, abrazando el viejo maletín contra su pecho delgado. Alex era de esas personas que se han hecho muy comunes en nuestros días, con su cabello corto en flecos, su figura y rostro finos y delgados, de una gran estatura, pero sin sobresalir demasiado, con una camisa delgada y de color pastel, unos jeans y unas botas; las personas debían mirar dos veces antes de saber si era hombre o mujer y muchos de ellos no podían determinarlo, dejando en sus rostro una mueca de incertidumbre que divertía a Alex.
El tren tenía ya media hora retraso y una creciente ola de suspiras y de sorpresa llenaba la creciente multitud. Una niña pequeña tiro del pantalón de Alex mientras hacia torpes intentos de caminar sin tropezarse. Alex estiró su mano y puso de pie de nuevo a la niña que vagaba sola por la estación, la observo durante un momento, quería asegurarse que nadie indebido la tocara. Pero una mujer salió corriendo de la multitud para tomar a la pequeña y llenarla de besos, aparentemente era su madre.
Alex desvió la mirada, la escena ya no le traía ningún interés. Finalmente el tren llegó con un gran chirrido y en cuanto las puertas se abrieron la ola de humanidad se precipitó hacia el interior. Alex se tomó su tiempo, no tenia ninguna intención de frotar todos esos cuerpos contra el suyo. Por fin  pudo encontrar un lugar entre la multitud donde su cuerpo encajó.
Tras unos minutos de música saliendo de su celular y subiendo por los audífonos, Alex pudo ver a una chica leyendo un viejo libro con un titulo en francés, y en un arranque de valor maniobró por la muralla de personas hasta situarse a su lado. La chica tenia el cabello rojizo hasta los hombros, la nariz respingada y los ojos verdes, que se asomaban tras unas gafas delgadas, con una blusa de seda azul y una falda blanca que revelaba unas piernas largas y contorneadas.
Alex se sentó a su lado e inicio una conversación acerca del libro, del autor, de otras obras y de apoco se inmiscuyó en la vida de la muchacha. Ella escuchaba maravillada y no podía evitar sentirse halagada mientras Alex hacía discretos cumplidos sobre su cuerpo y su mente. Eventualmente el tren anuncio su parada, así que ella le tendió un papel con su numero telefónico.
-Espera –Dijo la chica antes de bajarse, a pesar de haber pasado casi una hora con Alex había algo que aún no había podido determinar -¿Eres un chico o una chica?

Alex levantó una ceja y dibujando una sonrisa picara respondió “¿Acaso importa?” Entonces la chica se sonrojó de una manera que hizo que a Alex se le hinchara el corazón; y negó con la cabeza “Claro que no importa” dijo la chica antes de bajarse.

Día 177: Motocicleta.


Ezequiel aceleró a fondo a través de la negra y solida autopista, debía llegar pronto a la ciudad si quería hacer esa entrevista de trabajo a la mañana siguiente, si se apresuraba, tal vez hasta alcanzara al dormir un poco. La motocicleta rugía como un animal enfurecido que ataca a una presa de gran tamaño.
En algún punto sus ojos empezaron a cerrarse, como si estuvieran tirados por cadenas, aun así la velocidad no disminuía. El negro perpetuo frente a sí parecía ser un gran túnel sin horizonte ni paredes, no había luna ni estrellas, sólo la perpetúa oscuridad rasgada por el faro de la motocicleta.
Una ola de frio se aposentó en su espalda y empezó a crecer hacia su cuello y orejas, la inconfundible presencia de alguien que lo abrazaba por los hombros se hizo inminente, la distribución del peso de la moto también cambio, ahora era mas lenta y pesada: había alguien en el puesto trasero.
Un terror lo hizo encogerse, no se atrevía a voltear, pero por el espejo retrovisor pudo ver a una mujer con la cabeza calva como una calavera, de ojos saltones y grueso mentón respirando contra su oreja.

Ezequiel aceleró a fondo a través de la oscuridad mientras el espectro que se abrazaba a su cuerpo, durante un momento creyó que iba a perder el control del vehículo a causa del pánico. Adelante la luz de una gasolinera empezó a extenderse y a menos de quinientos metros, pudo sentir como si la aparición se cayera de la moto.
Se detuvo en el lugar  a tomas aire y reponerse. Cuando estaba apunto de partir, uno de los empelados le dijo:

-No creo que quiera continuar esta noche, los conductores cuentan historias muy extrañas sobre esa carretera. 

Día 176: Canela.


Le había caído sal a la canela. Era un mal presagio. La canela se hundió hasta el fondo del recipiente lleno de agua hirviente mientras los granos de sal se desvanecían en el contenedor. Miro por la ventana, un halo claro encerraba al sol en una prisión arcoíris. Otro mal presagio.

Jesús entró corriendo con más sangre en la camisa que el rostro, las manos apretadas contra el pantalón y los zapatos llenos de lodo.
-¿Esta muerto, cierto? –Pregunto Sara. Jesús asintió con la mirada llena de terror -¿Lo enterraste ya?
Esta vez Jesús negó cerrando los ojos. Sara tomo la vieja pala que estaba junto a la puerta del jardín trasero y se la dio “Termina el trabajo”. La noche no tardó en llegar con un abrumador calor húmedo que parecía asfixiar a la pareja, así que salieron al pórtico de la casa a recibir un poco de brisa. Había valido la pena matar al viejo hacendado y quedarse con esa remota casa de campo al borde de la frontera; todos detestaban tanto al viejo que nadie vendría a buscarlo.
El viento soplaba genialmente trayendo un olor  de humo proveniente del pueblo cercano, un extraño sonido empezó a brotar, primero lejano como el trote de un caballo, luego fuerte como el corazón justo frente a la oreja. Las flores recién plantadas se agitaron y bajo ellas, con la cabeza destrozada a golpes por una piedra se levantó el viejo Gastón  con la ropa aun húmeda y llena de tierra y los ojos blancos como perlas.


Los grito de la pareja de ladrones y asesinos se extendió por toda la montaña, seguidos de un penetrante olor a canela. 

Día 175: Ego.


Había una vez, un ego diminuto y escuálido, parecía la sombra de una hormiga desnutrida. El ego, imperceptible  se paseaba por el amplio corredor cuidando no ser aplastado por otros egos más imponentes y robustos. Se pasaba la noche acurrucado en un rincón, en medio de la oscuridad mientras los otros reían y gozaban en pequeños grupos.

Un día, en medio de uno de sus recorridos por el pasillo, a un gran ego de porte imponente se le cayó algo del bolsillo: Un espejo. El minúsculo ego se observo un momento ante el extraño objeto. Estaba esquelético, demacrado con las orejas saltonas y el rostro de garabato. Era pálido y transparentoso como el fantasma de una sombra; entonces el ego se encogió otro tanto, sus brazos eran largos y huesudos, sus piernas estaban muy juntas y sus pies eran demasiado gruesos para su cuerpo. El ego se encogió otra pisca.

Pero en medio del rostro de garabato habían dos ojos que brillaban como rubís, con una extraña luz propia, el ego los vio y pensó que eran hermosos, entonces se estiro hasta doblar su tamaño. Entonces, vio sus labios largos y carnosos y el ego se extendió otro tanto. Ahora sus brazos no parecían tan largos, parecían precisos y certeros; y el ego se hizo gigante, su cabeza tocó el techo del pasillo mientras continuaba mirándose al espejo.

El ego vio su cabello sedoso, su nariz respingada y sus ojos centelleantes, entonces desvió su mirada del espejo y se dio cuenta que los demás egos eran ahora pequeños bultos que lo observaban con curiosidad desde abajo. El ego creció tanto que rompió la estructura y pudo observar el cielo.


Era grande y majestuoso, brillando con luz propia. El ego se dio cuenta que era justo como el cielo y que no descansaría hasta hacerse tan grande como él. 

jueves, 24 de julio de 2014

Día 174: Tocar.


Se despertó repentinamente, la sensación había sido clara y definida: Lo habían tocado en la pantorrilla. Se sintió como un dedo huesudo acariciándole la cara interna de la pantorrilla. Se sacudió en la cama tratando de patear el pánico lejos de sí. La idea de ser observado continuaba, pero en la habitación no había nada mas que el brillo del reloj digital y las sombras arrugadas de un montón de ropa apilado sobre una silla.

Trató de dormir de nuevo, pero cuando estaba cerrando sus ojos, tiraron de su almohada, casi sacándola de la cama. Ahora se sentó rígido, era obvio que alguien intentaba asustarlo. Trato de encender la luz con el interruptor que había junto a la cama, así que deslizo su mano por la pared. Pero justo antes de tocarlo, una mano huesuda le acaricio el brazo.

Así pasó la noche, cada vez que intentaba bajar de la cama, una mano le sujetaba el pie. Le acariciaba el rostro, tiraba de la sabana o le movía el cabello. Finalmente, cuando el amanecer se acercaba, con la luz leve del sol naciente, pudo ver una mujer delgada y alargada que se escabullía desde debajo de la cama hacia fuera de la habitación. 

miércoles, 23 de julio de 2014

Día 173: Pasión.


Lady Kristen era una mujer que sin duda atraía las miradas de los caballeros que frecuentaban sus opulentas fiestas y banquetes. No por que poseyera una extraordinaria belleza ni por algún dote de gracia que trascendía el plano concreto de su existir. Lady Kristen era una mujer atrapada entre la pasión y el colapso, su rostro, lejos de la fresca juventud y apartado del gesto de la sabiduría propia que dan los años tenía una expresión llamativa muy diferente a la belleza y para nada similar a la admiración. Sus ojos, ni cafés ni negros, parecían congelados en un punto intermedio de una gran pasión que nunca fue, como alguien a punto de ver el cielo, al borde del orgasmo, con un chispor de vida.

Este estado, semicatatonico semiconvulsivo la hacían todo un espécimen para los hombres que frecuentaban su compañía. Las conversaciones que estos entablaban con ella frecuentemente tenían como objetivo determinar que suceso había dejado a Lady Kristen en este estado; pero todos eran infructuosos ya que la juventud y la infancia de Lady Kristen había sido poco menos que interesantes o particulares. Ella era la persona promedio materializada.

El mistrio de Lady Kristen se prolongo durante todo su existir, levantando rumores sobre experiencias cercanas a la muerte, el hechizo de algún amante ignorado, una maldición familiar y diversas y curiosas enfermedades nuevas –en una ocasión un doctor venido del extranjero se ofreció a diagnosticar y tratar esta nueva afección. Pero tras un exhaustivo examen físico y varia otras pruebas, el medico no pudo mas que determinar de Lady Kristen era perfectamente saludable –Sea como fuese, el perpetuo gesto de la dama causaba intriga en hombres, mujeres, criadas y lores que extendían por todo lo ancho y largo del país.

El día de su muerte, fue un día cualquiera, sin más presagio que un par de huevos duros que reventaron en la estufa. Su velorio fue a cámara ardiente, sus conocidos y allegados esperaron que durante esta última y final observación los secretos de Lady Kristen fueran al fin revelados. Lejos de desvanecer el misterio, este se acrecentó; pues en su ultima lecho. Cuando era incapaz de pronunciar palabra y comunicarse con el mundo mortal, fue la única vez que se vieron sus ojos centellear, su piel rejuvenecer y su baca dibujando una sonrisa.

Día 172: Pecado.


Algo que no tarde en darme cuenta es que sin importar lo mucho que corras y lo atrás que dejes las cosas, estas siempre terminan alcanzándose. Ya sea por las virtudes moleculares de un pecado o por las ondas electromagnéticas que destila un cuerpo que ha dejado la pureza en el pasado, es inevitable toparse con los errores y el pasado que se opone al futuro.

Es ingenuo pensar que las culpas, grandes o chicas, accidentales o planeadas, sucias o impecables no nos alacazaran. Los pecados son de esos que te patean cuando estas en el piso, y por mas que intentes levantarte regresa. Lo peor es que no puedes escapar de ellos, porque cada pecado es en si, parte de uno mismo y a la larga, nadie escapa de si mismo.

Todos somos nuestros jueces, jurados y verdugos

lunes, 21 de julio de 2014

Día 171: Alcantarilla.


Las sucias alcantarillas respiraban pesadamente haciendo que su nauseabundo aliento infestara las calles de la ciudad como un firme recordatorio de las porquería y la suciedad que cada ser humano sobre la faz de la tierra dejaba a su paso. El grupo de seis se movía en silencio, muy pegados los unos de los otros, pero sin tropezar; cual ciempiés humano se movía coordinamente entre la mugre y el lodo de las alcantarillas, que serpenteaban a lo largo de la ciudad.
Guiados sólo con una linterna, el grupo se dirigía camino al banco, estaba arreglando algunas instalaciones y por un error deliberado, el banco había quedado vulnerable a un ataque subterráneo. Este “error” era obra de Mateo, uno de los obreros que, con ayuda de una cercana pandilla de colegas, decidieron que o serían obreros para siempre y que esta era la manera mas fácil de salir de sus penurias económicas.
Habían caminado por aproximadamente quince minutos, una pequeña oleada e impaciencia empezó a recorrer el grupo, que se llenaba de susurros y empujones. Mateo los chistó varias veces mientras recorrían el nauseabundo laberinto. Algo llamó la atención de todos, un “splash” indicativo que algo había caído en el agua podrida. Algunas olas se levantaron y golpearon las paredes, llegándoles hasta la rodilla.
El agua continuaba en movimiento, el sonido había cambiado: había algo caminado en el agua. Mateo dirigía el haz en dirección al sonido, pero este siempre se alejaba, como si jugara con ellos. Decidieron que era una rata y continuaron caminando en medio de la oscuridad, estaba cerca al banco y ya era muy tarde para retractarse. Durante el trayecto se sentían observados, perseguidos, les tiraban de la ropa y algo de forma serpenteante se frotaba contra sus piernas; la extraña criatura permanecía esquiva al haz de luz y en varias oportunidades  se escuchaba el eco de risas agudas que esparcían por el túnel.
El camino restante pareció eterno, pero finalmente emergieron en la caja fuerte, Mateo les indicó el camino y permaneció en las alcantarillas hasta que todos habían subido, entonces sintió como se frotaban contra sus piernas, en un ágil movimiento dirigió la linterna y pudo ver a la criatura: era del tamaño de un gato grande, tenia una cola similar a la de las serpientes, estaba cubierto por un pelaje negro y brilloso por el que se asomaban algunas espinas, sus patas eran cortas y terminaban en largas garras. En su cabeza había un par de orejas de murciélago, la criatura no tenía ojos y una gran nariz de rata encapotaba una fila de dientes amarillos y desiguales que sobresalían de su boca.
Lo vio durante sólo un segundo, pero el pánico lo invadió, subió rápidamente pero no pudo serenarse mientras empacaban el dinero. Nadie pudo convencerlo de volver a bajar, a pesar que no habían mas rutas de escape; entonces Mateo ilumino el pequeño túnel desde arriba y todos pudieron ver a la criatura jugueteando en el agua. A la mañana siguiente seis personas fueran capturadas por un robo fallido al banco.
-Que raro –Dijo el policía que rellenaba el papeleo, todos habían admitido la culpa por sugerencia de sus abogados, pero ninguno había explicado porque no habían huido –El túnel estaba allí, el agujero estaba abierto y no se había activado la alarma ¿Por qué sencillamente no huyeron?
Su compañero levanto los hombros en un gesto de desinterés
-¿Quien sabe? Tal vez estaban locos de culpa o… -Se metió un cigarrillo a la boca –Ya sabes lo que dicen, hay muchas cosas raras andando por las alcantarillas.


Día 170: Espina.


La observaba desde el arbusto, con el arco listo, en unos segundos ella alcanzaría en medio de su carrera, la posición adecuada en el prado y estaría al alcance de su flecha sedienta de sangre. Era una extranjera alta, delgada, con el cabello largo hasta la cintura, de un color cenizo, con una cara fina tallada con excesivo cuidado por los genes de su familia. Corría agitada, con el pánico dilatando sus ojos negros.
El soldado tomó posición y afinó la visión mientras la mujer corría por el prado, una trampa se disparo de entre las hojas aprisionado las piernas de ella, haciéndola patalear de la angustia. Era una zona fronteriza, los extranjeros eran comúnmente usados como esclavos, frecuentemente considerados sólo como bolsas de pus y era de vital importancia para el imperio acabar con su raza inferior; por eso le habían enviado allí: matar a una esclava que huía a escasos metros de la frontera sin duda iniciaría la disputa. Podía saborear la sangre y oler la pólvora quemada que se extendería por el suelo y el cielo.
Tiro su brazo derecho hacia atrás con fuerza, presto a soltar la flecha y ponerle fin a la agitación de la mujer que se movía desesperada en al trampa. Un súbito frio le entró por las costillas y paralizo sus pulmones, se desmayó.
 Los prosistas  -Entidades encargadas de guiar y vigilar que las acciones humanas obedezcan siempre al destino trazado por los amos –Observaron al joven caído y a la mujer que luchaba cada vez con menos fuerzas y mas angustia.
-¿Qué haces? –Dijo Concordia, el prosista encargado de las acciones que desencadenan la paz -¡Sabes que no debemos interferir en las acciones de los mortales a menos que los amos lo ordenen!
-He visto lo que pasará –Dijo Caos, el prosista encargado de la guerra y el desorden, mientras pateaba el cuerpo del soldado –No vale la pena, esas criaturas ya han soportado mucho y si los amos no van a hacer nada, nosotros que tenemos el poder deberíamos hacerlo.
-Entonces, ¿Qué sugieres que hagamos? –Dijo Concordia, repentinamente interesado en la posibilidad de hacer algo sin una orden previa –Si manipulamos a los mortales y algo sale mal será nuestra culpa, pero si algo sale bien…
-Es fácil, si algo sale bien ganamos todos. Pero si vamos a perder vamos a hacerlo en grande, por el gran premio hermano. –Dijo Caos, mientras maquinaba y recorría cientos de estrategias de las que había sido testigo a lo largo de la eternidad.
Hizo dormir a la mujer al igual que al hombre, momentos atrás y se acercó a ella, hizo un movimiento con las manos, como si estuviera hilando algún tejido delicado, como entretejiendo el aire entre sus dedos. Pronto un hilo delgado de sangre brotó la nariz de la mujer, el constante hilar de las manos del prosista lo hizo condensarse en cristal turbio y centelleante cuyo interior parecía palpitar. Se acercó al hombre inconsciente y descubriéndole el pecho empezó a empujar el cristal en su interior. Podía sentir la elástica piel cediendo en el punto critico, el musculo desgarrado, el hueso astillado y finalmente, la densa masa de musculo que el corazón; cediendo ante la presión que ejercía.
-¿Qué haces? –Preguntó Concordia mientras veía la cara de dolor que hacia el humano mientras el cristal entraba en su pecho.
-Esto se llama el hechizo del corazón ajeno. Pongo una espina de sangre de otra persona en su corazón, así cuando despierte su corazón latirá única y exclusivamente mientras la sangre de la espina lo alimente –Explicó Caos mientras terminaba de poner el cristal y volviéndole a cerrar la camisa se alejó del humano –Un interesante efecto segundario, es que quien tenga la espina queda locamente enamorado del portador de la sangre original.
-¿Y no se agota nunca? ¿Qué pasa si la otra persona muere? –Concordia estaba intrigado, no solía manipular mortales tan directamente.
-Nada, esa espina se alimenta de la vida del huésped, su combustible no se agota mientras le portador de la espina sigue vivo, por eso dije que era un molesto efecto secundario –Dijo Caos, con un tono de voz que daba a entender que estaba perdiendo el interés –Ahora vámonos, es cuestión de tiempo para que los amos se den cuenta que nada ha sucedido.
Los prosistas se disolvieron en una brisa cálida que recorrió el prado y se oculto entre los arboles. Al mismo tiempo el hombre y la mujer despertaba, él sentía algo atascado en pecho, como una costilla desviada; ella sentía la angustia de ser prisionera nuevamente. Buscó en la cercanías algo con que liberarse, al frontera de su libertad estaba a pocos kilómetros, tal vez uno o dos cuando mucho; repentinamente su mirada se encontró con la de un hombre que salía de los arbustos, estaba vestido como un militar y tenia en su mano un arco que arrastraba tras de si, parecía perdido.

El hombre se encontró la mirada de la mujer –Era hermosa, podía sentir su sangre agitarse por esos ojos -Su cara, su figura, su pánico y su proximidad le hicieron sentir una espina en el corazón. 

Día 169: Antiguo.



El gran golem de piedra estaba posado inerte frente a la gran cripta; con la mirada apagada y el alma callada a la espera de una figura mistica. El caballero bajo las oscuras y mohosas escaleras, iluminado solo por una gastada antorcha a punto de apagarse.

El caballero miro la gran estatua con asombro, le habían dicho que la princesa estaba oculta tras el gran portón de oro. Exploro alrededor de la gran estatua en busca de trampas, pero solo había soledad. El caballero se acercó a la puerta con la esperanza de pasar sin problemas.

Un pequeño temblor se esparció por el lugar, hasta convertirse en un gran terremoto, el golem se puso de pie en un salto y sin darle tiempo al caballero lo aplasto con su puño gigantesco.

El golem se sentó de nuevo a esperar a la princesaDía 169: Antiguo.

El gran golem de piedra estaba posado inerte frente a la gran cripta; con la mirada apagada y el alma callada a la espera de una figura mistica. El caballero bajo las oscuras y mohosas escaleras, iluminado solo por una gastada antorcha a punto de apagarse.

El caballero miro la gran estatua con asombro, le habían dicho que la princesa estaba oculta tras el gran portón de oro. Exploro alrededor de la gran estatua en busca de trampas, pero solo había soledad. El caballero se acercó a la puerta con la esperanza de pasar sin problemas.

Un pequeño temblor se esparció por el lugar, hasta convertirse en un gran terremoto, el golem se puso de pie en un salto y sin darle tiempo al caballero lo aplasto con su puño gigantesco.
El golem se sentó de nuevo a esperar a la princesa 

viernes, 18 de julio de 2014

Día 168: Costumbre.


Tenías la mala costumbre de suponer que las personas son inteligentes, y en cierta medida no te culpo, a todos nos gusta soñar. La mañana en cuestión te pusiste esa vieja camisa tan gastada y deshilachada que tanto te gustaba, los jeans que parecían sucios de tanto usarlos y esos viejos tenis que ya no se sabe de que color son por tantas lavadas. “La ropa vieja” me dijiste una vez “es la mejor, es la prueba de que el paso del tiempo no es impune, pero se puede tomar con agrado”.
Salimos a buscar el estanque local para ir a pescar, yo estaba de vacaciones y tu parecías muy interesado en llevarme a ese lugar “No es por pescar, es por ir a pescar” dijiste, y yo sólo pude pensar que tanto aire puro te estaba haciendo mal. El lugar en cuestión era una laguna de 30 metros por 45, de agua quieta, como una gran mancha de ópalo en medio del bosque. Nos sentamos en una saliente y arrojamos las cañas de pescar, estaba todo cayado, pero tú insistías en llenarlo todo con una trivial conversación de la gente de las grandes ciudades.
Tu energía era contagiosa en ese momento y yo también me uní a la conversación sobre la gente del campo, entonces tu guardaste silencio, al principio pensé que te había ofendido, pero señalaste con el mentón unas ondas que se esparcían desde el centro del agua hacia lo bordes, sea lo que fuese avanzaba hacia nosotros.
Una figura empezó a emerger del agua, parecía una anciana con su piel pálida y arrugada, con una capa de algas oscuras y descompuestas, unos ojos amarillos penetrantes y unos colmillos que sobresalían en una cara que terminaba en una barbilla puntuda. La vieja empezó a ganar velocidad mientras se deslizaba por el agua hacia nosotros. Te tomé del brazo, pero parecía que tal espanto te había encantado, te negabas a moverte y yo tenia la fuerza suficiente para arrastrarte. La anciana sacó del agua un largo y huesudo brazo –rayos, debía tener mas de un metro- y te trapo por la pierna, durante un segundo pareciste reaccionar y empezaste a patalear, yo te halaba, pero ella muy fuerte, en unos instantes te tiro al gua y yo me lance detrás de ti.
El agua estaba turbia y lodosa, numerosas formas como largos gusanos me rozaban la piel y se enredaban en mis piernas, no podía ver hacia donde estaba la superficie, ni donde estabas tú, era como estar en medio de una noche viscosa. Al principio me movía la alzar rozando material baboso y frio, finalmente pude sacar mi cabeza del agua y acercarme a la orilla: te habías desvanecido junto con la anciana, el agua estaba en calma como un gran espejo para el cielo.
Corrí de regreso al pueblo, la policía y algunos vecinos me ayudaron a buscarte, pero era como si te hubieras disuelto en el agua. Me acusaron de muchas cosas, pero no pudieron probar nada –Claro, yo nunca te lastimaría –además, la gente del pueblo es supersticiosa y creen firmemente que en este lago hay una bruja, cosa que nunca compartirían con citadinos como tu o como yo.

Supongo que te extraño, si no fuera así no habría regresado al lago, con una pistola y un cuchillo, sé que ahora estas fuera de mi alcance, pero tu tenias tus costumbres: “suponer que las personas son inteligentes”, y yo tengo las mías: “nadie se mete con mis amigos y se sale con la suya”

jueves, 17 de julio de 2014

Día 167: Antología.


 Es una recopilación de obras notables por algún motivo en particular, de alguien o algo específico.

La razón por la que Henry era un asesino tan exitoso y prometedor, no era su falta de apego hacia otros seres humanos, su débil e inexistente moral que le impedía ser fiel a cualquiera que no fuese él mismo, sus ojos y fríos y rápidos ni mucho menos el revolver que guardaba bajo la almohada. Henry era asesino porque podía hacer una cosa que pocas personas sobre la faz de la tierra saben hacer: Guardar secretos.
Su carácter reservado y casi antipático lo hacían un sujeto que pocas personas querían tratar, no podían evitar sentirse juzgados por el constante silencio exhalado por cada fibra de su ser, por su mirada penetrante y el constante chasquido de sus dedos.
Tal vez fue por eso que su entierro fue uno de los mas concurridos de toda la comarca, aquel misterioso hombre que vivía alejado entre el misterio y el mito en la parte mas alta de la colina tomado como un monje solitario alejado del violento pueblo, suscitaba entre los pobladores una muestra de miedo y respeto que siguieron días después de su muerte.
A pesar de su poca interacción con la sociedad como tal, se le considero un ídolo y un héroe, pues nunca hizo ningún mal a nadie. Fue por esto que se ganó el lugar mas codiciado en el cementerio (si es que eso puede existir)  justo en su centro exacto, rodeado de victimas de la violencia. El cura tenia la esperanza que la paz y la quietud del hombre acompañaran a los atormentados en la otra vida. Era imposible para el cura, el enterrador y el pueblo en general, que a Henry lo estaban enterrando en el epicentro de la antología de su larga carrera como asesino.