Y
es que el alma va unida al corazón por un hilito de sangre, tal vez sea por eso
que algunos nos morimos de a gotitas, con un hilito que se deshilacha con el trajín
de la vida diaria, que se estira y se arruga en una madeja carmesí que nos hace
poner rojas las orejas o se nos cae de la cara hasta las rodillas. El largo de
este hilo y su grosor varía de persona a persona, de país a país, de año en
año. A veces el hilo se corta, a veces el hilo lo rompen, a veces uno mismo se
lo arranca.
Este
hilito suele anudarse en el hilo de otra persona, a veces salido en medio de un
suspiro y en ocasiones se hacen nudos enredados con la lengua en un beso bajo
un farol. Y así como se anuda, se desanuda o se revienta de tanto tirar cada
uno para su lado; el problema viene a ser cuando el hilo se rompe más cerca de
uno que del otro, y queda alguien con un hilo incompleto y la otra persona
queda andando por la vida con un pedazo de uno.
Así
como el hilito se enreda, se deshilacha, en medio de sustos, deudas, uno que
otro cigarrillo, amarrado a una lata de cerveza y a veces, el hilito amarrado a
un cuchillo o una bala. Este hilo también puede salir disparado por la boca
cuando a uno lo atropella un auto, se cae por una ventana o le dicen cuanto
debe en el banco.
Y
es que uno también puede sentir el hilito, lo puede saborear al fondo del
paladar, escapándose por la nariz o como escurriéndose por el oído. También se
puede sentir cuando se anuda en el pecho o se atranca en la garganta, incluso
hay algunos pervertidos que lo sienten por allá en el vientre, haciendo un
ovillo.
En
esas personas que ya tiene el hilo muy delgado –o yo que sé, los textiles no
son mi fuerte –el hilo se revienta y se escapa por la boca en las noches de
estrellas titilantes o en medio de una tos que envuelve a la gente en la
amoratada muerte. Cuales fuesen los motivos para que el hilo se rompa, al final
todos quedamos en lo mismo: Un corazón descolgado y alma suelta.