viernes, 19 de octubre de 2012

Durmiendo.


Estaba cansado, le dolía el vientre y sentía los ojos secos; la luz fluorescente  del recinto hacia que le palpitara la cabeza. Busco a tientas la sabana, pero no la encontró, así que se levanto desnudo de la cama y recorrió la habitación hasta que la encontró doblada en un asiento. Se la llevo con él y se recostó de nuevo, tapándose todo el cuerpo con la esperanza de poder volver a dormir.

Cuando el forense entró a la habitación se sorprendió al borde del infarto; podría jurar que había dejado descubierto el cadáver.  

Diario de un monstruo


Cuando ingresas a una casa, lo último que quieres es que te escuchen. Pero a mi me encanta que me escuchen deslizándome en la oscuridad con mis garras húmedas y mi cola larga que mueve asientos y cierra y abre puertas. Adoro meterme en los armarios y dejar que mis ojos brillantes se vean desde la cama de los dueños de la casa. Cuando hago sonar unas viejas escaleras de madera o tiro de las sabanas de alguien y este despierta preguntando “¿Quién está allí?” trato de contener la risa, pero a veces no puedo.

También paso la noche jugueteando con el cabello de las niñas y pasando la cola enfrente del hocico de los perros para que despierten a todo el barrio. Así es como paso la noche; y durante el día me refugio atemorizado, en las alcantarillas, que un humano juguetón como yo, entre a mi casa.