-¿Y si lo hago, entraré al cielo?, le preguntó la prostituta en la confesión.
El joven de ojos oscuros la observaba con tentación, hacia días que lo hacía, en la esquina de bar en frente de la iglesia cada noche durante dos años.
Dudó un segundo, observo la imagen de la santisima trinidad que le habia regalado la comunidad tras años y años de impecable servicio a la comunidad, pero los santos de yeso no ofrecieron consuelo ni respuestas.
Tomó aire, se encomendo al padre Todopoderoso y pidió fuerzas.
-Sí hija mía, si lo haces entraras al cielo, recuerda que hasta las prostitutas pueden hacer pactos con Dios.
Ella se levantó, miró la imagen del sagrado corazón, suspiro y con la experiencia y agilidad propia del oficio se desabrochó el sosten sin sacarse la camisa, se recosto en el altar de las consagrasiones y entre susurros y llantos proclamo:
- Hagase en mí segun tu voluntad, he aquí la esclava del Señor.
Era la segunda mujer que Gabriel veia, brevemente recordó a María y su piel suave e inmaculada, su cabello de seda y sus ojos marrones. Cerro los ojos, se encomendo a su Padre nuevamente y se propuso engendrar otro mesias.
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