Para pedir un favor buscas
en el cielo. Para pedir un trato buscas
en el infierno. Pero nunca debes buscar a Elan.
El
pantano estaba húmedo, cubierto por una fría manta de neblina que se extendía
como una sombra palpitante a través de la oscuridad, el agua podrida se agitaba
pausadamente, casi en cámara lenta, perturbada por el vuelo de algunos insectos
que se disolvían en la noche y algunos caimanes, que asomaban sus ojos en la
superficie como pequeñas lunas sedientas de sangre. La cabaña desvencijada se levantaba
como el cadáver semidescompuesto de un gigante varado en un banco de arena, su
techo de paja estaba casi caído, dejando entrar el frio viento de la noche en
medio de un silbido. Por su única ventana rota se asomaba una luz tibia y
titilante que hacía danzar a las sombras de los manglares cercanos como milpiés
que ardían en llamas.
Adentro
de la cabaña, los cuerpos despellejados de conejos y ardillas colgaban desde el
techo, atados con grueso hilo de cáñamo entretejido con los huesos de algunos
otros animales. El cráneo de lo que alguna vez fue el jefe de bomberos,
reposaba sobre una manta desgastada en el suelo, desnudo y bañado por la luz de
una vela negra; las cuencas ahora vacías parecían contener ojos perturbados que
bailaban a punto de escurrirse por el marmolado contenedor. Pentagramas
dibujados toscamente con tiza en las húmedas paredes mohosas, se desintegraban
lentamente, absorbidos por la hambrienta madera. Les quedaban pocas horas de
vida.
Diversas
imágenes de santos con numerosos brazos, de personajes con cabeza de cabra y
una que otra virgen con la piel color canela adornaban todo aquello que no
estaba cubierto por pentagramas u oculto en medio de la oscuridad expectante. El
sacerdote respiraba agitadamente, en parte por el ambiente lisiado del pequeño
lugar y en parte por la excitación que llenaba sus venas resecas y marchitas.
Era un hombre con la calcinada, casi cuero, casi caucho con un extraño color
entre purpura y grisáceo; una larga barba enmarañada como nidos de arañas se
regaba por todo su rostro y se fundía con el vello crespo de su pecho. Sus ojos saltones y
vidriosos cual muñeca de porcelana observaban cada movimiento realizado por las
sombras, temía ser atacado antes de terminar con todo. El anciano movía sus
dedos huesos, ya sin carne como pequeñas polillas que revoloteaban alrededor de
la vela que se consumía con rapidez.
Los
canticos pronunciados por su boca arenosa se extendían a lo largo del pantano,
moviendo las hojas resecas de algunas ramas muertas y empujando al frio viento
de regreso al interior de las raíces del manglar. Un relámpago silencioso rasgó
el cielo y la tierra en algún lugar al sur de la cabaña mientras un olor
avinagrado inundaba el lodo cerca del pantano. El hombre aceleró sus canticos
mientras un sudor frio y espeso caía por sus hombros raquíticos, la vieja camiseta
deshilachada se adhería a su cuerpo como una piel descompuesta que se sujeta
para no caer. El hedor se hizo tan intenso que l vista del hombre se hizo
borrosa mientras su mente bailaba en la intensa curiosidad y el pavor
desenfrenado: No importa cuántas veces lo haga, siempre es aterrador convocar
un demonio.
Y
entonces, fruto de lo inesperado, como un cocodrilo que atrapa a ciervo que
bebe de la orilla del pantano, uno de los viejos arboles que rodeaba la cabaña
cedió ante su propio peso, desgarrando el barro podrido que aprisionaba sus raíces
cayó sobre la mitad de la cabaña que se encontraba en la oscuridad, partiéndola
al medio con un aterrador rugido crocante. Este hecho provocó duda en el sacerdote,
quien detuvo su cantico en la parte cumbre: con el hechizo incompleto los
pentagramas terminaron de consumirse en las viejas paredes y la vela terminó de
escurrirse sobre el cráneo sonriente. El tiempo había terminado.
“¡¿Quién será?!” Se preguntó el hombre enterrado en medio
de la oscuridad, con la oración incompleta cualquiera estaba invitado a venir: “Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer”
El sacerdote repasaba nervioso los nombres mientras observaba la oscuridad en
busca de movimiento, sus oídos, abiertos de par en par por el terror parecían
maximizar los pequeños aleteos de las criaturas de la noche que huían
despavoridas del lugar. El árbol caído, aun yacía recostado sobre la pared este
de la cabaña, dejando sus hojas caer como pelambre sobre el piso que agrietaba
a cada momento con un pequeño palpitar.
El hombre pensó en irse,
abandonar el altar y correr en medio del pantano, pero sabía que no encontraría
ayuda de ninguna clase, ni humano ni de otros planos. Morir aquí era mejor que
ser cazado en medio de la oscuridad. “¿Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer?”
continuaba pensando mientras los sonidos del pantano bajaban el volumen, para
la llegada de su nuevo invitado.
-¿De verdad crees que alguno de
esos idiotas interrumpirá su ocupado horario, por un mero mortal? –La voz
emergió desde el árbol caído, era cálida y dulce, con un ligero acento que
indicaba que su dueño no estaba hablando su lengua materna –Tal vez por eso no
merezcan salir de fiesta.
Desde el gran matorral creado por
la copa del árbol, un hombre hizo su aparición: vestía de traje negro, con una
corbata roja oculta bajo el saco y unos relucientes zapatos de charol. Su
rostro era pálido como la luna, con un aligera barba que rodeaba sus labios
delgados y unos ojos negros parecían brillar con intensidad. El hombre chasqueó
sus dedos y la madera expuesta de algunas vigas empezó a arder con una llama
azul que proyectaba sombras vino tinto sobre todo el pantano.
-¿Vienes a cerrar el trato? –El hombre
se encogía de miedo ante la presencia del ser sobrenatural, era evidente que no
era ninguno de los invitados que esperaba.
El hombre rio con gracia sarcástica
y potente, sus colmillos blancos centellearon con luz propia mientras la lengua
bífida se asomaba fugazmente a través de su boca y negaba con la cabeza. La insolencia
humana no tenía límites.
Con la llegada de la mañana lo
hizo también el silencio, las aves no regresaron a los nidos cercanos y los
caimanes se alejaban rápidamente de la cabaña a medio demoler que se erguía
herida en medio del pantano. La barca de un pescador se desvió por un canal
poco transitado: la corriente del pantano había cambiado repentinamente desde
la noche anterior, parecía que el agua fluía en sentido opuesto al habitual. Un
fuerte olor atrajo la atención de un pescador: parecía ser carne podrida
mezclada con azufre; curioso el pescador entró al despojo de la cabaña ya que
esta parecía que fuese a colapsar en cualquier momento. Los ojos del pescador
casi se salen de sus orbitas ante el cuadro que yacía en medio de la destrozada
habitación: Lo que parecía ser un hombre despellejado colgaba por sus brazos de
una viga, un gran charco de sangre se expandía gota a gota bajo su cuerpo,
mientras sus ojos vidriosos miraban con desesperación a su alrededor. En la pared
del fondo, calcinado en medio de la madera había escrita una palabra: “Elan”.
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