viernes, 24 de abril de 2015

Elan.


Para pedir un favor buscas en el  cielo. Para pedir un trato buscas en el infierno. Pero nunca debes buscar a Elan.

El pantano estaba húmedo, cubierto por una fría manta de neblina que se extendía como una sombra palpitante a través de la oscuridad, el agua podrida se agitaba pausadamente, casi en cámara lenta, perturbada por el vuelo de algunos insectos que se disolvían en la noche y algunos caimanes, que asomaban sus ojos en la superficie como pequeñas lunas sedientas de sangre. La cabaña desvencijada se levantaba como el cadáver semidescompuesto de un gigante varado en un banco de arena, su techo de paja estaba casi caído, dejando entrar el frio viento de la noche en medio de un silbido. Por su única ventana rota se asomaba una luz tibia y titilante que hacía danzar a las sombras de los manglares cercanos como milpiés que ardían en llamas.
Adentro de la cabaña, los cuerpos despellejados de conejos y ardillas colgaban desde el techo, atados con grueso hilo de cáñamo entretejido con los huesos de algunos otros animales. El cráneo de lo que alguna vez fue el jefe de bomberos, reposaba sobre una manta desgastada en el suelo, desnudo y bañado por la luz de una vela negra; las cuencas ahora vacías parecían contener ojos perturbados que bailaban a punto de escurrirse por el marmolado contenedor. Pentagramas dibujados toscamente con tiza en las húmedas paredes mohosas, se desintegraban lentamente, absorbidos por la hambrienta madera. Les quedaban pocas horas de vida.
Diversas imágenes de santos con numerosos brazos, de personajes con cabeza de cabra y una que otra virgen con la piel color canela adornaban todo aquello que no estaba cubierto por pentagramas u oculto en medio de la oscuridad expectante. El sacerdote respiraba agitadamente, en parte por el ambiente lisiado del pequeño lugar y en parte por la excitación que llenaba sus venas resecas y marchitas. Era un hombre con la calcinada, casi cuero, casi caucho con un extraño color entre purpura y grisáceo; una larga barba enmarañada como nidos de arañas se regaba por todo su rostro y se fundía con el vello  crespo de su pecho. Sus ojos saltones y vidriosos cual muñeca de porcelana observaban cada movimiento realizado por las sombras, temía ser atacado antes de terminar con todo. El anciano movía sus dedos huesos, ya sin carne como pequeñas polillas que revoloteaban alrededor de la vela que se consumía con rapidez.
Los canticos pronunciados por su boca arenosa se extendían a lo largo del pantano, moviendo las hojas resecas de algunas ramas muertas y empujando al frio viento de regreso al interior de las raíces del manglar. Un relámpago silencioso rasgó el cielo y la tierra en algún lugar al sur de la cabaña mientras un olor avinagrado inundaba el lodo cerca del pantano. El hombre aceleró sus canticos mientras un sudor frio y espeso caía por sus hombros raquíticos, la vieja camiseta deshilachada se adhería a su cuerpo como una piel descompuesta que se sujeta para no caer. El hedor se hizo tan intenso que l vista del hombre se hizo borrosa mientras su mente bailaba en la intensa curiosidad y el pavor desenfrenado: No importa cuántas veces lo haga, siempre es aterrador convocar un demonio.
Y entonces, fruto de lo inesperado, como un cocodrilo que atrapa a ciervo que bebe de la orilla del pantano, uno de los viejos arboles que rodeaba la cabaña cedió ante su propio peso, desgarrando el barro podrido que aprisionaba sus raíces cayó sobre la mitad de la cabaña que se encontraba en la oscuridad, partiéndola al medio con un aterrador rugido crocante. Este hecho provocó duda en el sacerdote, quien detuvo su cantico en la parte cumbre: con el hechizo incompleto los pentagramas terminaron de consumirse en las viejas paredes y la vela terminó de escurrirse sobre el cráneo sonriente. El tiempo había terminado.
“¡¿Quién será?!” Se preguntó el hombre enterrado en medio de la oscuridad, con la oración incompleta cualquiera estaba invitado a venir: “Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer” El sacerdote repasaba nervioso los nombres mientras observaba la oscuridad en busca de movimiento, sus oídos, abiertos de par en par por el terror parecían maximizar los pequeños aleteos de las criaturas de la noche que huían despavoridas del lugar. El árbol caído, aun yacía recostado sobre la pared este de la cabaña, dejando sus hojas caer como pelambre sobre el piso que agrietaba a cada momento con un pequeño palpitar.
El hombre pensó en irse, abandonar el altar y correr en medio del pantano, pero sabía que no encontraría ayuda de ninguna clase, ni humano ni de otros planos. Morir aquí era mejor que ser cazado en medio de la oscuridad. “¿Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatán, Lucifer?” continuaba pensando mientras los sonidos del pantano bajaban el volumen, para la llegada de su nuevo invitado.
-¿De verdad crees que alguno de esos idiotas interrumpirá su ocupado horario, por un mero mortal? –La voz emergió desde el árbol caído, era cálida y dulce, con un ligero acento que indicaba que su dueño no estaba hablando su lengua materna –Tal vez por eso no merezcan salir de fiesta.
Desde el gran matorral creado por la copa del árbol, un hombre hizo su aparición: vestía de traje negro, con una corbata roja oculta bajo el saco y unos relucientes zapatos de charol. Su rostro era pálido como la luna, con un aligera barba que rodeaba sus labios delgados y unos ojos negros parecían brillar con intensidad. El hombre chasqueó sus dedos y la madera expuesta de algunas vigas empezó a arder con una llama azul que proyectaba sombras vino tinto sobre todo el pantano.
-¿Vienes a cerrar el trato? –El hombre se encogía de miedo ante la presencia del ser sobrenatural, era evidente que no era ninguno de los invitados que esperaba.
El hombre rio con gracia sarcástica y potente, sus colmillos blancos centellearon con luz propia mientras la lengua bífida se asomaba fugazmente a través de su boca y negaba con la cabeza. La insolencia humana no tenía límites.

Con la llegada de la mañana lo hizo también el silencio, las aves no regresaron a los nidos cercanos y los caimanes se alejaban rápidamente de la cabaña a medio demoler que se erguía herida en medio del pantano. La barca de un pescador se desvió por un canal poco transitado: la corriente del pantano había cambiado repentinamente desde la noche anterior, parecía que el agua fluía en sentido opuesto al habitual. Un fuerte olor atrajo la atención de un pescador: parecía ser carne podrida mezclada con azufre; curioso el pescador entró al despojo de la cabaña ya que esta parecía que fuese a colapsar en cualquier momento. Los ojos del pescador casi se salen de sus orbitas ante el cuadro que yacía en medio de la destrozada habitación: Lo que parecía ser un hombre despellejado colgaba por sus brazos de una viga, un gran charco de sangre se expandía gota a gota bajo su cuerpo, mientras sus ojos vidriosos miraban con desesperación a su alrededor. En la pared del fondo, calcinado en medio de la madera había escrita una palabra: “Elan”.

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