El rojo se apoderaba de él, se le
calaba en los ojos y le deshacía la mente dentro de la cabeza, le hacía temblar
las manos y doler el pecho. Se sentía molesto, molesto con su padre, molesto
con la mujer que no lo amaba y molesto con el ser sin ombligo.
Él la amaba y deseaba hacerla
feliz, si ella quería la dejaría entrar en él, si ella quería él desobedecería
a su padre, si ella quería el los mataría a todos; pero ella no quería nada de
él.
Un día sin más ruido que la caída
de una hoja, su padre la echó y él estalló con el ruido de una montaña que se
derrumba; ahora él los mataría a todos, aunque ella no quisiera. Atacó a su
padre, con sed de sangre y hambre de ella y su padre no tuvo más opciones que
echarlo junto con ella.
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