Había fumado desde que tenia memoria, recordaba esa vez que salió
de la clase para ir al baño y término fumando con el conserje mientras los demás
niños aprendían a sumar. El olor se había impregnado en su cabello, en sus
uñas, en su aliento y pequeñas ráfagas de olor se desprendían de él cada vez
que parpadeaba.
Pero fumar no era lo único que hacia. También era el mejor
reparando autos, lo llamaban dos y tres
veces al día para arreglar desde viejas carcasas que la gente guarda por cariño, hasta lujos autos que sólo les
faltaba predecir el clima.
En uno de esos viajes se hallaba retirado, en algún lugar
hacia una gran hacienda en medio de la nada, había fumado ya 12 cajetillas y la
13 estaba a la mitad. Se detuvo a un lado del camino para pedir indicaciones a
un viejo que arreaba unas cabras.
-Buenos días- dijo el fumador en forma animada- ¿Cómo le va?
El anciano de las cabras lo miró con desconfianza, no es común
ver extraños en esta zona del país.
-Me preguntaba si sabe donde esta la hacienda de la familia
Vargas, la mas grande del pueblo-
continuo el fumador- la he estado buscando por casi tres horas pero creo que me
he alejado demasiado del camino que me indicaron.
-Por aquí no vive ninguna familia con ese apellido- dijo el
anciano con voz grave y seca- pero si busca una hacienda grande, es por allá.
El dedo larguirucho del
anciano le mostro un camino apenas perceptible entre los matorrales. El anciano
partió con su rebaño de cabras y se adentro en el espeso monte. El fumador lo
miro alejarse, desconcertado cuando se fijo que a una de las cabras le faltaba
una pata, pero cuando levanto la cabeza para preguntarle al anciano si
necesitaba ayuda con el animal sólo pudo ver al hombre hacerle un gesto obsceno
con sus largos dedos.
El fumador continuó su camino entre la densa maleza a la
espera de hallar una verja o un camino más amplio, pero no aprecia ninguno. Cuando
la noche se acercaba escuchó ruidos de pisadas a su alrededor, y el
indistinguible olor de un cerillo que se enciende en la humedad. El hombre
destapo la 20 caja de cigarrillos mas inquieto que nunca. Varias veces estuvo a
punto de echarse a correr cuando sentía que lo tomaban de la camisa o le
tiraban el cabello.
Luego de 40 terroríficos minutos, escondido en un monto de
barro fresco pudo ver la inconfundible huella de una pata de cabra; sólo una. Y
el recuerdo del hombre con la cabra coja regreso a su mente, el anciano había
estado jodiendolo.
Así en cuanto escucho una risita apagada tras un árbol se abalanzo
de inmediato dejando caer la cajetilla de cigarrillos número 23.
La noche cayó en la hacienda de la familia Vargas, quienes
aun se preguntaban donde estaba el mecánico. Todos tenían prisa por arreglar el
auto familiar y salir de allí desde que las personas empezaron a desaparecer y
las historias de un demonio empezaron a circular.
A la mañana siguiente el patrón de la hacienda no aguantó más
y con 15 de sus hombres mas valientes fueron a buscar al mecánico. Hacia el
medio día, atraídos por un fuerte olor a cigarrillo, encontraron el cadáver de
un hombre desnudo atado a un árbol, con los ojos vidriosos, cual animal
disecado, la boca abierta en un grito eterno y mudo de dolor y pavor. Con todos
los órganos a un lado y las heridas cerradas con lazo de ganadería.
Junto al cadáver se halló un cajetilla de cigarrillos y la
huella de una única pata de cabra.
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