Desde que tenia memoria le había picado la mano izquierda,
era un escozor caliente y hormigueante que caminaba en la palma de su mano. Con
el tiempo aprendió a ignorarlo, hasta el punto en el que podían pasar semanas enteras
sin rascarse. Pero la molestia estaba siempre allí.
Cuando cumplió los 25 su vida estaba resuelta, se había posicionado
como el jefe local de una gran empresa multinacional, había entablado una relación
con una joven arquitecta de la ciudad y su salud no había tenido quebrantos en
15 años. Pero cuando menos esperas las cosas es cuando suceden.
El cielo se hallaba despejado y las cigarras cantaban su
triste melodía al frio viento nocturno cuando un calor hormigueante interrumpió
su sueño; la comezón de su mano se hizo
tena intensa que casi se arranca la piel tratando de rascarla, no pudo
calmarla, así que paso media noche con la mano en un balde lleno de agua.
A la mañana siguiente, en la gran junta de inversionistas,
tuvo que interrumpir su discurso para rascar su mano, hasta que le saco sangre,
aunque el escozor no se iba sí lo hacían los accionistas ante tan sangriento y
extraño suceso.
Esa noche tampoco pudo dormir, el calor y el hormigueo
continuaron incluso bajo el agua helada. Cuando saco su mano a la mañana siguiente
era una masa sin piel, palpitante, caliente y picante. Se cubrió la mano y se
fue a trabajar sin haber dormido una sola hora. Sus empleados insistieron en
llevar lo e Urgencias y muchos de ellos cuestionaban su salud mental tras
alejar a la mayoría de inversores el día anterior.
Los doctores no encontraron nada inusual que pudiese
explicar la comezón y uno de ellos sugirió que estaba trabajando demasiado,
pero él pudo ver cuando claramente escribía en su libreta la recomendación de
visitar un psiquiatra.
Esa noche cuando su pareja se reunió con el y empezaron el siempre deseado acto del amor, él tuvo que
cortarlo de manera repentina, a las puertas de l orgasmo, cuando su mano ardía
en comezón, calor y hormigueo. La ira de ella y la falta de sueño sólo
sirvieron para despertar su odio hacia la mano.
Tarde es noche, un superior lo llamo, diciendo que se había
enterado de su visita al hospital y de las opiniones de los doctores, así que
le daría una licencia hasta que se sintiera mejor. Pero los días pasaron con
ardor, calor y comezón y sin llamado de la oficina; aparentemente la licencia
se hizo permanente. Ella tampoco llamaba y el sueño tampoco acudía solo el hormigueo
de la mano. Para el día 23 se hizo insoportable, había perdido su trabajo, su
novia y su salud, por culpa de esa maldita mano.
En la tarde del 25 de ausencia al trabajo un policía entro
en la casa, pues nadie había sabido de él. Todo lo que el oficial encontró fue
un hombre delgado como un hilo y pálido como el papel recostado sobre un gran
charco de sangre junto a un trozo de carne que en algún momento debió de haber
sido una mano izquierda.
Mientras el personal del hospital discutía que hacer con el
individuo, que había sobrevivido por pura suerte. En la habitación, él despertó
cuando un escozor caliente y hormigueante que caminaba se extendía a través de
su rostro.
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