Se despertó en la mitad de la noche, con sangre en el rostro y las sabanas rasgadas por el gran cuchillo oxidado. Se limpio el sudor de la frente y busco en la oscuridad alguna figura que pudiera estar espiándolo.
Lejos, al otro lado de la habitación, sentada en una vieja mecedora movida por el viento pudo ver el cadáver de la anciana, dueña de la casa donde dormía, mirándolo con sus ojos blancos, su cuello degollado y el vestido con el que la había enterrado lleno de tierra.
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