domingo, 1 de febrero de 2015

Día 362: Súcubo.


El apartamento estaba silencioso, alguna gota ocasional que caía desde la ducha resonaba por los cuartos, un gato derribó los botes de basura en la calle y algún vecino muy enfermo estornudó estruendosamente. Gildardo dormía plácidamente en el viejo colchón de plumas heredado por su abuelo, las mantas habían  caído por un lado de cama, semiocultas por la mesa de noche abarrotada con papeles  y un vaso de agua. El viejo reloj cuco de la sala marcaba las 3 34 de la mañana cuando una neblina roja empezó a emerger entre la unión del techo y las paredes del cuarto.
Lentamente una mujer cabello negro hasta la cadera, con gruesos labios rojos, largas pestañas, estrecho vientre y largas piernas, se solidificó en medio del cuarto. La mujer levitó, moviéndose sobre la neblina fresca hasta la cama de Gildardo; ella ya lo había poseído muchas veces, se había acostumbrado a la lucha antes de obtener de él lo que quería, como su respiración se agitaba y su cuerpo parecía hervir en medio de la noche.
Observó su pecho rítmico, con movimientos lentos y pausados, aún tenía en sus manos algunos apuntes llenos de tachones y secciones resaltadas: estaba próximo a un examen. El súcubo recogió la manta del suelo  y lo arropo suavemente, tratando de despertarle; sabía que estaba tan cansado que no podría obtener de  él lo que de verdad quería, al menos no esta noche. Se alejó nuevamente para regresar a su forma de neblina y desaparecer entre los ladrillos.
Gildardo despertó por un segundo, pero volvió a dormirse de inmediato, creyó haber olido el perfume de una mujer

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