lunes, 2 de febrero de 2015

Día 363: Injuria.




Es toda expresión proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona.
El lugar estaba casi desprovisto de seres vivos, pero los cuerpos del enemigo se extendían a lo largo y ancho del campo de batalla, creando una alfombra de muerte y podredumbre, algunas armas yacían silenciosas como cadáveres recubiertos de latón con su boca humeante salpicada de sangre.
El reducido escuadrón restante recorría el camino acabando con los enemigos heridos que se retorcían entre la pérdida de sangre y el dolor, mientras algunos miraban con nostalgia la ciudad enterrada en el horizonte con ansias de regresar a los brazos de su familia; tres rezagados reían y hacían bromas en la retaguardia.
-¿A cuántos mataste tú? –Hank, el alto y fornido pateaba algunas cabezas flácidas que desparramaban su contenido lentamente –Creo que yo maté a unos veinte, tal vez mas.
-No estoy seguro, yo disparaba al azar –Path se limitaba a observar si había respiración o breves movimientos antes de terminar con lo que quedaba de esos hombres. La verdad él no quería estar en la guerra, era muy flaco y alto, hubiese preferido ser nadador –Espero no haberle dado a nadie de nuestro bando. ¿Y tú, Rex?
Rex lucía un adolescente, con el cabello rizado y los labios rojos parecía que acababa de entrar a la pubertad.
-La verdad, yo no disparé –Sus compañeros se detuvieron sorprendidos, lo observaron con los ojos bien abiertos, incrédulos ante este comentario –Yo guardaba mis balas para un mejor blanco.
Los otros se encogieron de hombros y siguieron, ya habían notado que Rex era algo extraño, extrañamente inofensivo. El escuadrón terminó de recorrer el campo y se agruparon: la batalla había terminado; y por los rumores, este era el último batallón que tenía el enemigo. Parecía que la paz estaba al borde del campo.
El líder daba instrucciones mientras la docena de hombres se unía, atentos y cansados esperaban irse a casa. Sólo faltaba Rex, quien los observaba desde unos cuantos metros; tomo su fusil y vació su cargador contra los hombres que caían rápidamente en una lluvia de plomo y sangre.
Cuando todos estuvieron en el piso, Rex se acercó e inspeccionó los cuerpos que yacían vacíos en una pila, como un adorno fresco entre tanta podredumbre. El pequeño hombrecillo suspiró al aire y se marchó en dirección contraria a la ciudad en el horizonte: era hora de avisarle a sus colegas que el ejército enemigo había sido eliminado por completo.

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