Es toda expresión
proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra
persona.
El lugar estaba casi desprovisto de seres vivos,
pero los cuerpos del enemigo se extendían a lo largo y ancho del campo de
batalla, creando una alfombra de muerte y podredumbre, algunas armas yacían
silenciosas como cadáveres recubiertos de latón con su boca humeante salpicada
de sangre.
El reducido escuadrón restante recorría el camino
acabando con los enemigos heridos que se retorcían entre la pérdida de sangre y
el dolor, mientras algunos miraban con nostalgia la ciudad enterrada en el
horizonte con ansias de regresar a los brazos de su familia; tres rezagados
reían y hacían bromas en la retaguardia.
-¿A cuántos mataste tú? –Hank, el alto y fornido
pateaba algunas cabezas flácidas que desparramaban su contenido lentamente –Creo
que yo maté a unos veinte, tal vez mas.
-No estoy seguro, yo disparaba al azar –Path se
limitaba a observar si había respiración o breves movimientos antes de terminar
con lo que quedaba de esos hombres. La verdad él no quería estar en la guerra,
era muy flaco y alto, hubiese preferido ser nadador –Espero no haberle dado a
nadie de nuestro bando. ¿Y tú, Rex?
Rex lucía un adolescente, con el cabello rizado y
los labios rojos parecía que acababa de entrar a la pubertad.
-La verdad, yo no disparé –Sus compañeros se
detuvieron sorprendidos, lo observaron con los ojos bien abiertos, incrédulos ante
este comentario –Yo guardaba mis balas para un mejor blanco.
Los otros se encogieron de hombros y siguieron, ya
habían notado que Rex era algo extraño, extrañamente inofensivo. El escuadrón
terminó de recorrer el campo y se agruparon: la batalla había terminado; y por
los rumores, este era el último batallón que tenía el enemigo. Parecía que la
paz estaba al borde del campo.
El líder daba instrucciones mientras la docena de
hombres se unía, atentos y cansados esperaban irse a casa. Sólo faltaba Rex,
quien los observaba desde unos cuantos metros; tomo su fusil y vació su
cargador contra los hombres que caían rápidamente en una lluvia de plomo y
sangre.
Cuando todos estuvieron en el piso, Rex se acercó e
inspeccionó los cuerpos que yacían vacíos en una pila, como un adorno fresco
entre tanta podredumbre. El pequeño hombrecillo suspiró al aire y se marchó en dirección
contraria a la ciudad en el horizonte: era hora de avisarle a sus colegas que
el ejército enemigo había sido eliminado por completo.
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