viernes, 22 de enero de 2010

Sangre de mi sangre

¿Sangre de mi sangre? En cuanto comprendí el significado de las palabras fruncí tanto el ceño que si mi frente hubiera sido de cristal se habría roto en miles de pedacitos, la ira hizo temblar mis manos y mi boca se lleno de un sabor amargo. Era mentira, obviamente, era imposible. ¿Sangre de mi sangre?, repetí las palabras nuevamente como si hubiera alguna clase de error gramatical, como si al estar todas juntas fuese físicamente imposible; pero no, estaban juntas y no había problema en ello.

¿Sangre de mi sangre? Me habían comparado con un monstruo, uno horrible e indefenso, uno tan repulsivo que contrajo mi estomago el solo imaginar su existencia; esa criatura era es un monstruo-no me cabe la menor duda- y me habían comparado con él; “sangre de mi sangre” la ira recorrió mis venas vacías y las hizo hormiguear, la lengua me peso y escuchaba como se freía mi cerebro en el liquido de mi cabeza, mis pulmones se disolvían en el odio que recorrió mi cuerpo quemándome como acido.

Seria hipócrita de mi parte decir que el odio hacia esa cosa era porque era un monstruo; ya que yo también- a mi modo- soy un monstruo, uno muy diferente, uno que causa dolor – un dolor muy diferente al que causaría este nuevo monstruo- uno que perturba a muchos y de el cual los humanos “normales” se alejan. Pero este pequeño engendro atraía a los humanos a sus garras de papel, su cuerpo cálido quemaría como acido las almas de quienes lo rodearan y ellos estarías complacidos de que así fueran. Ese...Ese…ese pequeño…. ¡AHH! solo saber que existe hace que mis ojos se nublen, mis músculos se tensen, mi piel se erice, mis manos truenen….

¿Sangre de mi sangre? Observe su vientre una última vez: esa pequeña aberración crecía allí, escondido, a salvo, indiferente del notorio odio que descargaba sobre su aun no nato ser, ignorante de cuanto mal iba a causar. No era el anticristo, tal vez ni si quiera sería una mala persona, incluso tenía más probabilidades de ser amado que yo misma, él era inocente de mi injustificado odio; bueno no del todo: su único pecado era poseer sangre de monstruo, de uno mayor, de uno que causa dolor, miedo, intranquilidad, de uno incapaz de ser amado. Su único pecado era ser sangre de mi sangre.

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