domingo, 2 de marzo de 2014

Día 30: Algodón.

El sol se alzaba en lo mas alto del cielo, pero a la vez, parecía que estuviera a pocos centímetro del la cabeza de Diego, como si pudiera levantar la mano y empujarlo con la punta de los dedos. No deseaba más que irse a meter en su casa, o recostarse bajo un árbol, pero aún faltaban muchas cosas por hacer: tenía que acabar de cosechar, ir a reparar la cerca del lado norte de la finca (esa que la maldita vaca del vecino había estado dañando) y bajar al pueblo a pagar los impuestos. Se limpio el sudor de la frente y pensó seriamente dejar las cosas como estaban e irse al norte nuevo; sopeso la idea brevemente, pero la imagen del rostro avejentado de Gabriela se dibujo de repente frente a él, si volvía lo iban a matar. Mejor así, tostando sus culpas bajo el sol del sur y gastando segundo a segundo su existencia en el mundo.

Un ruido llamó su atención y vio que el algodón frente a él se había salpicado de algo, lo tomo entre sus manos y vio que era sangre, la sentía tibia y viscosa ente su dedos, entonces bajo su mirada y vio un agujero que abría un boquete en su pecho, se giró para ver quien le había disparado, pero en ese momento otra bala le atravesó la garganta, haciendo que su cuerpo cayera hacia atrás y llenando aún mas el algodón de sangre .

Arriba, en el monte, un hombre sostenía un arma que aun soplaba humo desde su negra boca sin dientes y miraba como la mancha roja se extendía a través del campo de algodón. "Ese tipo ni se movió", dijo otro hombre, uno mas joven que sostenía un cigarrillo casi acabado en su mano izquierda. "Pues claro" le respondió el hombre del arma "que no sabía que ese tipo mató a la mamá. A la vieja Gabriela para quedarse con finca y el campo del algodón. Y uno para hacer eso no puede tener corazón"

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