lunes, 31 de marzo de 2014

Día 59: Desierto.

El avión se había estrellado en medio de un océano sólido, que caminaba  al ritmo del viento. Esteban, llevaba ya tres días bajo el sol abrazante, su última botella de agua se había acabado en la mañana y ya no tenía líquido corporal para nada: sentía los ojos secos y vidriosos, cada vez que parpadeaba sentía que se frotaba papel de lija en la córnea. El día parecía no terminar, como si alguien, un dios sanguinario probablemente, hubiera pegado al sol en un punto fijo en el cielo; la ineludible realidad de la muerte ataco a Esteban, justo cuando sintió sus pulmones en llamas, como si tuvieran fiebre. Se derrumbó en lo alto de una duna, con los labios resquebrajados y el pecho seco, fue en ese momento que el desierto reclamo su cuerpo, entrando por cada orificio de su cuerpo, comiéndoselo como una gigantesca boca que se come caramelo. 

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