Como pequeñas batallas perdidas,
olvidadas en medio del silencio, como cadáveres de soldados escondidos en el
armario y entre las sabanas. Así es mi casa, un gran campo de batalla mudo, con
luchas a blanco y negro que se llevan a
cabo en mi pasillo, en la concina, en la sal de estar y hasta en el
baño. El problema yace en que mi enemigo vive conmigo, me despierta en las mañanas,
desayuna junto mí y me acompaña a trabajar. No me deja un minuto en paz, me
sigue con su mirada penetrante y con su presencia silenciosa. Y lo que me
atormenta de esto, es que vivo en soledad: mi enemigo se asoma al espejo cada
mañana.
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