A veces siento que escribir para mi se ha hecho un mal crónico, cuando menos pienso, me encuentro garabateando en pedazos de papel arrugado o en un viejo cuaderno, con historias breves como suspiros y otras que se quedan revoloteando durante años tras los ojos. Escribir cambia, cual enfermedad degenerativa (y cuya analogía puede estar mejor adaptada de lo que creo), de acuerdo a la posición de mi cuerpo, a la época del años y la interacción con otras cosas.
Y como todo evento crónico, me acompañará a la muerte, mas allá de ella; definirá mi futuro y llenará de recuerdos mi pasado. El escribir es una compañera caprichosa, repentina y celosa que consume menta y alma de su pareja; avivandola y haciendole caer en el vació de la expectativa. Esta compañera, que cargo a cuestas, me atormenta y avivas se quedará conmigo como una cicatriz, una pastilla en las mañanas y revisión periódica del medico. Y así como una enfermedad crónica, no concibo mi vida sin ella.
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