Era la mañana del quinto día buscando cazar al tigre, toda la semana había estado lluviosa pero aún así no encontraba huellas del animal, ni restos de sus cazas, el guía había decido irse a casa hace tres días; le había insistido que cesara la caza y volviera después; pero Lazard estaba decidido.
Llevaba dos horas acurrucado en medio de unos matorrales, cerca a un arroyo, esperando que el tigre viniera a beber, con el radio puesto a bajo volumen tratando de pasar el tiempo sintonizando una extraña estación local, el idioma era fluido y musical; y aunque Lazard no entendía una sola vocalización, lo encontraba mágico y relajante.
La tormenta reapareció en el cielo y lleno de estática el radio, por lo que Lazard decidió apagarlo; fue en ese momento, que escuchó al tigre agazaparse a sus espaldas
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