La carretera estaba
cubierta por una neblina ligera, guiado sólo por la luz de media luna, Baltazar
bajaba camino al pueblo. Quería pasar el fin de semana con unos viejos amigos
de infancia; pero el transporte se había cortado hace un par de horas; era una región
supersticiosa y los chóferes no quisieron seguir conduciendo en medio de la
noche de un viernes 13.
Los grillos cantaban desde las sobras, tocando sus violines anatómicos y erizando los nervios de Baltazar, las luces del caserío se veían tras la próxima colina; así que apresuró el paso, en medio de su soledad ya no consideraba tan tontas las supersticiones de la gente.
A lo lejos divisó un punto negro a contra luz del pueblo: parecía un gran perro pastor esperando en medio de la carretera; se pregunto si el perro lo atacaría o si ladraría para llamar a un amo con un revolver.
A medida que se acercaba notó que el perro no se movía, parecía esculpido en medio del concreto, se sintió tonto de temerle a una estatua; al llegar junto a la figura se sorprendió de lo bien hecha que estaba, casi aprecia respirar. Un impulso le obligo a tocarla, pero al acercar su mano a la cabeza, la figura se redujo alejándose de él.
Baltazar alejó su mano instintivamente, pero la figura continuo encogiéndose hasta que se convirtió en un pequeño gato negro que se cobró vida al instante. El gato estiro su agraciado cuerpo, se frotó entre las piernas de Baltazar, para luego correr hacía el monte y perderse en la negrura de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario