La agitada calle parisina palpitaba como una pequeña
arteria a punto de estallas, las personas se empujaban mientras permanecían
inmersas en sus vidas privadas. El joven y delgado pintor, mezcla de inanición
de mala suerte, era el único público de esa mascarada que corría con
regularidad hora tras hora en la agitada ciudad luz.
Ofrecía sus pinturas a los extraños pasajeros de un
segundo, quienes ni siquiera se dignaban a observar su meticuloso trabajo. El
artista sabía que no podría continuar así: todos sus sueños se desvanecían con
el sonar de los pasos en la calle empedrada, el cielo encapotado y una llovizna
ligera eras las ultimas cosas que el artista pudo dibujar, antes de caer de
cabeza en su dibujo.
Al llegar la noche, unos vagabundos encontraron junto
a la basura, el equipaje del pintor y entre ellos, el retrato de un joven
exitoso y sonriente que dibujaba en una habitación de Paris.
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