No
podía evitar imaginar al ese dolor de muelas como un pequeño duende que se
escondía en la garganta, que quedaba colgando allí con cada pastilla para el
dolor, pero se las ingeniaba para regresar a abrazar a la ultima muela inferior
del lado derecho.
Cansada ya de esto, decidí ir al dentista, un hombre
encorvado cual signo de interrogación con un ojo desviado, como siempre
estuviera observando por el rabillo del ojo derecho. La vieja silla rechinaba y
lanzaba susurros metálicos con cada movimiento que daba; el hombre me indicó
que me sentará en ella mientras extraía de un cajón cercano una vieja toalla de
manos, llena de sangre seca. Tal vez esto no fue tan buena idea.
El
hombre cubrió su rostro, enfocando su único ojo hábil en mi rostro mientras el
otro ojo permanecía guardián de la puerta. Me colocó la toalla sobre el pecho y
haciendo sonar aparatos metálicos a mi alrededor, sustrajo lo que parecía un
pequeño taladro y puso en mi boca una pequeña sonda de succión que parecía
agitarse y jadear.
El
taladró lanzó su aullido al viento de la pequeña habitación antes de ir a mi
boca rápidamente los gritos desesperados del duende en mi boca se esparcieron
por todo el recinto mientras su cuerpo pulverizado se esparcía por boca.
Oleada
tas oleada de su sangre se combinaba con la mía, producto de un pulso mediocre
y una baja percepción de la profundidad de mi dentista. De apoco empezaba a
encresparme en el viejo asiento, tratando de mantener la cabeza inmóvil y
contrarrestar las puntadas erráticas que daba el taladro al interior de mi
boca.
Cuando
todo hubo terminado y pude retirarme, mientras el dentista limpiaba sus
aparatos medievales y me miraba con ese extraño ojo me dijo: "Esa muela se
arregló, pero me pareció ver que tienes problemas con la muela del lado izquierdo".
En esos momentos, sentí como otro duende se abrazaba al último diente inferior
del lado izquierdo.
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