La habitación estaba callada, los objetos reposaban en las esquinas, como bultos inanimados desde el inicio de los tiempos, afuera la luna fría parecía un agujero en el cielo por el cual se filtraba la luz del infinito, difuminando la existencia del hombre como una serie de lineas de luz que se extendian hasta el olvido. Recostado en el viejo sofá, casi vencido por el sueño, dejó el libro de poesia francesa y se dirigio a su habitación.
La sombra de una mujer recorrio la parte alta de las escaleras y entro en el baño, perdiendose en la tina llena de agua fria; Aleyx Boyka miro con nostalgia el pequeño cuarto, acaricio la margen de la puerta antes de cerrarla.
Se dirigio a la habitación, donde la sombra de varias mujeres lo observaban atentas desde cada rincón de la habitación; por un momento Aleyx pensó en irse y no volver nunca, pero esa era casa y esas sombras de tormento eran su nueva vida salpicada de pasado.
Aleyx se desvistió y al guardar su ropa en el armario, se di cuenta que tambien era observado desde el interior: una joven de finos rasgos y reducida estatura lo miraba con ojos brillantes, de manera expectante; como si pudiera materializarse en cualquier segundo, ambos extendieron sus manos y cuando estuvieron a punto de tocarse un frio le recorrio el bajo vientre y lo obligo a cerrar la puerta de golpe.
Se recostó en la cama, y la horda de sombras se abalanzó sobre su cuerpo, muchas otras subieron las escaleras y la joven del armario saltó fuera del mismo, acomodando la cabeza de él sobre sus piernas delgadas. Todas cubrieron su cuerpo como mantas frias y eternas. Aleyx Boyka se recostó esa noche, como todas las anteriores y las futuras; sabiendo que jamás podría sacar de su vida las sombras de sus relaciones.
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