La multitud se conglomeró a las afueras de la casa vieja. Adentro la
anciana y sus dos hijas miraban como el gentío enardecido encendía las
antorchas y mostraban sus machetes y cuchillos mientras le exigían salir para pagar
por la sequía, la plaga y la miseria que las brujas habían traído al pueblo.
La anciana, seca y decrepita como una momia sin vendajes se asomó la
puerta, seguida de sus hijas, dos mujeres jóvenes que tentaban a los hombres
del pueblo. La viuda imploró por sus vidas diciendo que la llegada de las
calamidades había sido una mera coincidencia, y debido a que nadie podía
levantar una queja puntual y real sobre la familia, al multitud empezó a
disolverse lentamente.
Hasta que el cura del pueblo arrojó, guiado por un sentido casi divino, una
pequeña cantidad de agua bendita sobre las mujeres, que empezaron gritar y a expulsar humo de las heridas que el
agua dejaba en sus pieles.
La multitud se reagrupo rápidamente mientras el cura continuaba
arrojando agua a las mujeres, pero
cuando creían que las tenían en su poder, se convirtieron en un tres pajaros
blancos que se alejaron gritando en medio de la noche
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