viernes, 1 de agosto de 2014

Día 179: Secreto.

Su presencia es requerida de manera inmediata en el poblado limítrofe de Aramentis. Atentamente El Departamento de Control Animal Nacional” El telegrama de escasas dos líneas no contenía mas información. Así que empaqué mis maletas y tomé el tren camino al alejado pueblo. La localidad era un caserío, básicamente un montón de granjas acorraladas entre las tupidas montañas del oeste y el basto océano bordeado por grandes riscos; sin playas ni lugar para el turismo por su difícil acceso.
Llegué a la estación del centro urbano más cercano, la ultima evidencia de civilización. Tras un no tan breve viaje en caballo y otro tramo a pie, a través de pantanos, trochas densas y casi impenetrables; finalmente las construcciones humanas empezaron a aparecer en el rasgado horizonte. Un par de hombre salió a mi encuentro.
-¿Usted es el tipo del gobierno? –me dijo el mas alto.
-Sí, soy el experto que enviaron, me llamó Thomas. –Dije ofreciéndole mi mano - ¿Para que me necesitan?
Los dos hombres se miraron en un gesto de complicidad, pero ninguno me dio la mano; no deben estar acostumbrados a los extranjeros. Pongo mi mano en el bolsillo, ni se presentaron ni nada; el aislamiento no excusa para la grosería.
-Venga con nosotros –Dijo el hombre mas bajo.
Durante todo ese día me llevaron a lo largo de varias hectáreas en casi todas las granjas de la localidad: Había algo que mataba su ganado. Al principio creí que me llamaron para hacer el controlar la plaga, pero al ver tantas armas en cada casa, me di cuenta que ese no era problema. Luego, por las heridas de los cuerpos, ya no estaba tan seguro que clase de depredador era.
Los animales habían sido eviscerados, limpiamente vaciados, con el pelaje intacto, cuya única herida era una apertura en el vientre, del tamaño de un puño. Y todos tenían un único orificio en la frente, similar a un disparo.
Cerca de la noche, un anciano se ofreció a contarme una historia de una criatura que llamaban “El zuruco”. Nadie lo había visto durante el día, pero desde hace unos meses, tras el naufragio desde una nave extranjera en una noche de tormenta, contra los acantilados; las muertes no se hicieron esperar, al principio eran pocas, al punto que sospecharon de un cazador furtivo. Pero cuando fueron numerosas, frecuentes y tan misteriosas descartaron esa posibilidad: ningún humano podía matar y eviscerar de manera tan limpia a 15 reses en una noche. Ahora que los animales empezaron a escasear; y en vistan del gran apetito del ser, empezaron a temer que atacara humanos.
-Si están tan asustados por esta cosa ¿Por qué no hacen su historia publica?  A nuestro país le encanta estas historias sensacionalistas.
-Porque –Dijo el anciano mientras ponía un cigarro en su boca –Somos un colectivo discreto, en medio de la nada. Cualquier cosa que digamos será tomada como habladurías de un montón de montañeros ebrios.
La idea era coherente, cuando ellos me contaron esto antes de ver los cuerpos, yo también pensé que era el miedo cegador de una comunidad cerrada. Pronto fue hora de ir a dormir, así que uno de los hombres me guío hasta su casa, donde me hospedare hoy antes de regresar a la civilización, mañana.

Cruzamos un tramo con la hierba alta hasta el pecho, la brisa lo mueve lentamente como un mar denso y solido. Una figura se mueve entre las plantas y emerge justo en una curva que da el sendero: es un ser de un metro, negro, con el cuerpo cubierto por una piel gruesa, como de puerco, con algún pelo grueso y oscuro sobresaliendo ocasionalmente en su piel. Tenía unos ojos pequeños y verdes, relucientes que parecían generar luz propia. Una nariz de murciélago, un tórax pequeño, tres garras en cada mano, patas como de canguro y una larga cola que terminaba en un largo aguijón completaban el conjunto.
Mi mente unió en los puntos en la penumbra: el aguijón y el agujero en las cabezas del ganado. La criatura nos observo curioso un momento antes de saltar de regreso a los matorrales y seguir corriendo. Esa noche no pude dormir, los alaridos del ganado a lo largo de la región era aterradores.
A la mañana siguiente, mientras maniobraba entre la espesa vegetación, no puede evitar sentir como si un par de ojos pequeños me vigilaran desde las sombras.


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