Como
una gran mano que esperaba el eso de un caballero, el risco se elevaba en
dirección al mar; la espuma salada se lanzaba contra la tierra y relucía como
hilo plateado que se disolvía en el aire frio de la noche. La gran luna llena se imponía cual reloj
reluciente, marcando el compás de la noche.
El
viejo lobo, con el pelo cobrizo y blanco se sentaba en el borde de la tierra y
lanzaba su lastimero aullido al viento, que lo llevaba cual aroma por todo el
continente, rebajándolo hasta convertirlo en un leve susurro imperceptible a
aquellos que no supieran apreciar lo oculto. Años de canciones ofrecidas a la
eternidad habían despertado leyendas entre los humanos que escuchaban el
concierto a la luna, todos podían sentir aquel sentimiento de soledad que se
aplacaba, el reconfortante sentimiento de la compañía. Incluso durante la
ausencia de la luna en el cielo oscuro, el lobo acudía a la cita esperada, daba
su serenata y se ocultaba de nuevo en el bosque mientras preparaba el próximo concierto.
Una
noche, el viejo lobo no apareció a la cita estelar, dejando a la luna brillar
con una luz difuminada por una extraña neblina en medio del cielo. Las noches
pasaron y la luna llena siguió esperando al viejo lobo y a su canción, pero
ninguno apareció. La luna se mostró llena durante todo el mes, pero su pareja
no aparecía, eventualmente se hizo obvio que el lobo no volvería, su conjunto
de conciertos habían terminado para siempre.
La
luna debía continuar con su recorrido, cubriéndose lentamente con el velo de
sombras antes de mostrar su cuerpo desnudo relucir en la espuma marina; pero
sin importar el paso del tiempo, la luna regresa al viejo risco, esperando
escuchar el eco de las canciones del lobo. Y entre los poblados cercanos, que
la observaban esperar con nostalgia, surgió una teoría: “Tanto le canto el lobo
a la luna, que la acabo enamorando”
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