martes, 2 de septiembre de 2014

Día 212: Luna.


Como una gran mano que esperaba el eso de un caballero, el risco se elevaba en dirección al mar; la espuma salada se lanzaba contra la tierra y relucía como hilo plateado que se disolvía en el aire frio de la noche.  La gran luna llena se imponía cual reloj reluciente, marcando el compás de la noche.
El viejo lobo, con el pelo cobrizo y blanco se sentaba en el borde de la tierra y lanzaba su lastimero aullido al viento, que lo llevaba cual aroma por todo el continente, rebajándolo hasta convertirlo en un leve susurro imperceptible a aquellos que no supieran apreciar lo oculto. Años de canciones ofrecidas a la eternidad habían despertado leyendas entre los humanos que escuchaban el concierto a la luna, todos podían sentir aquel sentimiento de soledad que se aplacaba, el reconfortante sentimiento de la compañía. Incluso durante la ausencia de la luna en el cielo oscuro, el lobo acudía a la cita esperada, daba su serenata y se ocultaba de nuevo en el bosque mientras preparaba el próximo concierto.
Una noche, el viejo lobo no apareció a la cita estelar, dejando a la luna brillar con una luz difuminada por una extraña neblina en medio del cielo. Las noches pasaron y la luna llena siguió esperando al viejo lobo y a su canción, pero ninguno apareció. La luna se mostró llena durante todo el mes, pero su pareja no aparecía, eventualmente se hizo obvio que el lobo no volvería, su conjunto de conciertos habían terminado para siempre.

La luna debía continuar con su recorrido, cubriéndose lentamente con el velo de sombras antes de mostrar su cuerpo desnudo relucir en la espuma marina; pero sin importar el paso del tiempo, la luna regresa al viejo risco, esperando escuchar el eco de las canciones del lobo. Y entre los poblados cercanos, que la observaban esperar con nostalgia, surgió una teoría: “Tanto le canto el lobo a la luna, que la acabo enamorando”

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