En medio de la estrechura y la
oscuridad, estaba acurrucada en una
orilla; había un pulso tibio y húmedo que la acariciaba, evitaba moverse pues esta constante caricia le traía sosiego
y paz a duro interior. Los años pasaron y aunque el constante flujo de calor y
humedad la arrullaba; la idea de que había mas allá de esa esquina empezó a inquietarle:
las sorpresas que esperaban después de la curva siguiendo el flujo.
Un día, con el flujo particularmente
denso, se estiró un poco dejándose elevar por la corriente: recorrió un largo y
sinuoso laberinto que se ensanchaba y se estrechaba en otras secciones; el
flujo también cambiaba: se hacía lento y denso en algunos sectores mientras en
otros lugares era liviano y turbulento. Pronto encontró un orificio que no pudo
atravesar: el flujo a su alrededor rebosó el contenedor inundando todo a su al
redor: la muerte fue inevitable. La placa de grasa había ocluido el flujo de
sangre hacía de cerebro de manera catastrófica.
Fue el acta de defunción la única testigo
de ese viaje: “Causa de muerte: Tromboembolismo”
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