domingo, 21 de septiembre de 2014

Día 230: Rebaño.


La carretera rodeaba la montaña, penetrándola en algunos puntos y sosteniéndose de vigas de cemento y hierro que salían por un costado, era un gran laso que parecía estrangular a la enorme roca. El auto era sólo una luz que recorría las cerradas curvas y los estrechos túneles como una luciérnaga agonizante en busca del agua. Lorena y Arturo conversaban animadamente sobre la mudanza, estaban muy emocionados con empezar de nuevo, otro trabajo con mejor paga. La distancia que tenían que recorrer para llegar no parecía problema.
El camino se volvió recto tras un rato, el sol bajaba lentamente tras el horizonte como un gigante bostezando, el paisaje se tornó dorado en algunos sectores y obscuro en otros, conectados por un puente ocre que se estrechaba lentamente. El auto entro en un peque bosquecillo que hacia de amplificador para todas las pequeñas criaturas de la noche empezaban a emerger de sus guaridas: las cigarras y las ranas hacían su opera vespertina, mientras el sonido de insectos zumbantes se agrandaba en un eco profundo. Arturo interrumpió la conversación de manera sorpresiva:
-¿Pasa algo? –Preguntó Lorena.
-Me pareció escuchar un ruido, como una oveja herida o algo así –Dijo Arturo mientras agudizaba el oído.
Unas figuras emergieron de entre los arboles: un rebaño de ovejas atravesaba la carretera lentamente. Lorena suspiró aliviada, pero Arturo contuvo la respiración. Preocupada por la reacción de su compañero, Lorena observo con cuidado a los animales iluminados por los faros del auto; al hacerlo un escalofrío le bajo por el vientre: los cráneos y patas de los animales estaban desprovistos de piel, sus cuencas vacías sobresalían en sus cabezas amarillas; lo que parecía ser la lana era en realidad un combinación de telarañas densas y hojas secas que se habían enredado de entre los arboles. El rebaño estaba compuesto por entre 25 y 30 animales que desfilaban haciendo sonar sus secos huesos en medio de la noche.
Una figura más alta, vestida de camisa larga, pantalón grueso y sobrero de ala ancha salió del bosque, rodeado por los animales. Arturo pensó que el tipo estaba loco por andar entre los animales, así que le hizo una seña con la mano, tal vez pudiera hallar una explicación para eso. Pero el extraño, que pareció verlo por el rabillo del ojo, lejos de acercarse, llevo su mano a la cabeza y se quitó el sombrero; su calavera blanca y lustrosa centelló un segundo mientras hacía un gesto de saludo con la otra mano.

El rebaño y su pastor terminaron de cruzar  frente al auto, dejando como única evidencia de su presencia, el lastimero eco de los balidos de las ovejas 

No hay comentarios:

Publicar un comentario