Se despertó cuando una punzada le agitó los intestinos, anudándolos
en su interior, una oleada fría le subía por el cuello y se escapaba como una
neblina fina por sus oídos. El ataúd era mas estrecho esta vez, casi no podía
moverse, ni siquiera podía expandir el pacho con comodidad.
Se retorció unos centímetros hasta que pudo traer su brazo
hasta su cuello, para mover el otro brazo, tomó una gran bocanada de agua y sumió
el estomago para hacerle paso. Cuando ambos estuvieron cerca a su cuello los
usó para presionar la tapa, pero esta no cedía; tal vez ahora estuviera
enterrado mas profundo. Comenzó a arañar y a golpear hasta que el trozo de
madera tronó levemente y una pequeña grieta se dibujó desde una unión de dos
tablas, recorriendo la pieza desde su cabeza hasta los pies.
Unos pequeños grumos empezaron a caer, algunos le entraron el
ojo izquierdo y otros en la comisura del labio. Él siguió en su intento de escape:
utilizo sus dedos para arrancar los trozos de madera rota, algunas astillas se
enterraron en su carne, pero siguió como si nada. Al arrancar un trozo
importante una avalancha de tierra cayó sobre su cuerpo; empezó a agitarse con
la esperanza de no estar tan profundo, pero no parecía haber fin en esa capa de
tierra. Por suerte no estaba compactada, moverse fue relativamente fácil, era
mucho menos apretado que el ataúd.
Cuando logró sacar su cabeza de la tierra, un leve resplandor
surgía por el oriente: se acercaba el amanecer y agotaba su energía. Se
arrastró lentamente por el suelo hasta que encontró una vieja lapida de la cual
sujetarse para poder ponerse en pie. Ahora que su cuerpo se hallaba casi
podrido no podía levantarse con facilidad, pero aun así logro llegar hasta el
borde del cementerio, saltar la verja y encontrar el camino hasta el árbol en el centro del parque local. Mientras los
gatos callejeros escapaban y los perros ladraban desde las casas, él escaló el árbol
con dificultad, sabiendo que la próxima vez podría ser demasiado débil o muy
poco estable para lograrlo.
Una fuerza visceral lo empujaba cada mañana, tal vez la misma
fuerza que ponía la cuerda allí. Cuando los rayos del sol dieron de lleno en el
pueblo y las personas empezaron su vida diaria, el cura y el alguacil del
pueblo se encontraron frente al viejo árbol: El cuerpo cuasi descompuesto de un
hombre se mecía en la horca, hecha de una cuerda desgastada, llena de hongo.
-Parece que Saúl aun no puede perdonarnos –Dijo el alguacil
con una mirada amarga.
-Bueno, era inocente y no le creímos –Dijo el cura mientras
se persignaba con insistencia.
-Aun así, preferiría rencontrarme con él en la otra vida, y no
cada mañana en ese árbol. –Declaró el alguacil antes de disponerse a bajar el maltrecho
cuerpo para volverlo a enterrar.
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