viernes, 12 de septiembre de 2014

Día 222: Árbol.


Se despertó cuando una punzada le agitó los intestinos, anudándolos en su interior, una oleada fría le subía por el cuello y se escapaba como una neblina fina por sus oídos. El ataúd era mas estrecho esta vez, casi no podía moverse, ni siquiera podía expandir el pacho con comodidad.
Se retorció unos centímetros hasta que pudo traer su brazo hasta su cuello, para mover el otro brazo, tomó una gran bocanada de agua y sumió el estomago para hacerle paso. Cuando ambos estuvieron cerca a su cuello los usó para presionar la tapa, pero esta no cedía; tal vez ahora estuviera enterrado mas profundo. Comenzó a arañar y a golpear hasta que el trozo de madera tronó levemente y una pequeña grieta se dibujó desde una unión de dos tablas, recorriendo la pieza desde su cabeza hasta los pies.
Unos pequeños grumos empezaron a caer, algunos le entraron el ojo izquierdo y otros en la comisura del labio. Él siguió en su intento de escape: utilizo sus dedos para arrancar los trozos de madera rota, algunas astillas se enterraron en su carne, pero siguió como si nada. Al arrancar un trozo importante una avalancha de tierra cayó sobre su cuerpo; empezó a agitarse con la esperanza de no estar tan profundo, pero no parecía haber fin en esa capa de tierra. Por suerte no estaba compactada, moverse fue relativamente fácil, era mucho menos apretado que el ataúd.
Cuando logró sacar su cabeza de la tierra, un leve resplandor surgía por el oriente: se acercaba el amanecer y agotaba su energía. Se arrastró lentamente por el suelo hasta que encontró una vieja lapida de la cual sujetarse para poder ponerse en pie. Ahora que su cuerpo se hallaba casi podrido no podía levantarse con facilidad, pero aun así logro llegar hasta el borde del cementerio, saltar la verja y encontrar el camino hasta el árbol  en el centro del parque local. Mientras los gatos callejeros escapaban y los perros ladraban desde las casas, él escaló el árbol con dificultad, sabiendo que la próxima vez podría ser demasiado débil o muy poco estable para lograrlo.
Una fuerza visceral lo empujaba cada mañana, tal vez la misma fuerza que ponía la cuerda allí. Cuando los rayos del sol dieron de lleno en el pueblo y las personas empezaron su vida diaria, el cura y el alguacil del pueblo se encontraron frente al viejo árbol: El cuerpo cuasi descompuesto de un hombre se mecía en la horca, hecha de una cuerda desgastada, llena de hongo.
-Parece que Saúl aun no puede perdonarnos –Dijo el alguacil con una mirada amarga.
-Bueno, era inocente y no le creímos –Dijo el cura mientras se persignaba con insistencia.

-Aun así, preferiría rencontrarme con él en la otra vida, y no cada mañana en ese árbol. –Declaró el alguacil antes de disponerse a bajar el maltrecho cuerpo para volverlo a enterrar. 

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