El juez observaba con la mirada severa y estrecha al hombre
que habían traído ante él, era flaco con casi todos huesos visibles, una nariz
aguda y unos pómulos muy grandes para su cara. El acusado, mudo de nacimiento, había
sido testigo y acusador clave en varios juicios recientes, señalando culpables
y victimas.
Tras arduas investigaciones, se hizo obvio que muchos de los
señalamientos del hombre eran blasfemias mudas, mentiras que habían llevado a
largos encierros y castigos inhumanos a almas inocentes. El hombre como tal, no
cargaba sangre sobre sus manos, pues la incompetencia de algunos investigadores
y los juicios apresurados, habían permitido la proliferación de estas
calumnias. El hombre sólo había sido un engranaje más en una serie de eventos
negligentes.
Sin embargo, su crimen no podía quedar impune; el juez se irguió
en la silla y con voz potente sentenció: “Si su crimen fue señalar inocentes,
que su castigo sea que nunca mas pueda señalar. ¡Que le corten los índices!”
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