domingo, 7 de septiembre de 2014

Día 216: Alquitrán.


El día que mi abuelo murió fue todo un acontecimiento para el personal del hospital, pero no para nuestra familia –tal vez porque somos de esas familias consientes que la muerte asecha, así que vivimos nuestras vidas a la espera del sueño final –Una enfermera entró llorando a la habitación para decirnos que al fin había fallecido el ilustre Gregorio. Pero mi abuela no pudo mas que suspirar aliviada que todo el sufrimiento de mi abuelo al fin hubiera terminando.
En esos momentos yo tendría 4 o 5 años, pero la imagen se grabo en mi mente, mas que como una fecha, como un suceso de vital importancia, tal vez se grabo como fuego en mis recuerdos por los grandes contrastes: mi tío militar me tenia en sus brazos, el calor de su cuerpo discrepaba con la fría habitación; el abuelo yacía mas silencioso que nunca rodeado de aparatos que chillaban y pitaban. Su piel amoratada resaltaba en las paredes y sabanas blancas del cuarto, y el olor a cigarrillo que siempre anunciaba su presencia no había disminuido pese al desinfectante y alcohol que había por todo el edificio.
Mi abuelo era todo un personaje, desde que cumplió los 60 y se jubiló, se sentaba todo el día en el jardín, tomaba sólo café y encendía un cigarrillo con el que estaba por apagarse, hasta consumir tres cajetillas diarias, solía sentarme cerca de él. Pero era muy temperamental como para querer sujetarme; así que a la tierna edad de 3 años mi abuelo y yo sólo compartíamos una actividad: beber café.
La razón por la que muerte de mi abuelo había sido sorpresiva era por los intensos esfuerzos del equipo de salud, ya que a pesar del intenso flujo de oxigeno puro en los litrajes mas altos que los equipos de esa época pudieron permitir, mi abuelo sólo saturaba el 70%, pero seguía tan lucido como las mañanas en el jardín.

Cuando abrieron el pecho de mi abuelo en busca de respuestas, el forense sólo pudo encontrar un par de pulmones forrados por una gruesa capa de al menos 3 centímetros de espeso alquitrán. Dicen que cuando su cuerpo se abrió, un intenso olor a café tibio lleno la cuadra entera. Y hoy, ya a casi 20 años de su partida, el cementerio local sigue con olor intenso a café espeso; y de una de sus tumbas mas antiguas, gotea un rastro constante de alquitrán.   

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