viernes, 19 de septiembre de 2014

Día 229: Desfile.


La fiesta aún no había terminado, pero Ramírez ya quería irse, estaba muy mareado y casi no tenía dinero; la última vez que estuvo así despertó en una banca del parque sin las tarjetas de crédito. Así que se despidió del anfitrión de la fiesta, de algunos conocidos y le hizo un gesto obsceno con el dedo a una chica que se había negado a tener sexo en el baño.
No recordaba donde había dejado las llaves del auto, hurgó en sus bolsillos, en algunos contenedores de cristal llenos de colillas de cigarrillos y en las masetas de la casa, pero no estaban en ningún lugar. A pesar de haberse despedido, muchos de los asistentes continuaron ofreciéndole bebidas, por lo que Ramírez hizo uso de su último gramo de fuerza de voluntad y se marchó con la esperanza de recordar donde había dejado las llaves a la mañana siguiente.
Bajó por la calle mientras el bullicio y la luz se quedaban atrás, un viento frio soplaba hacia el norte arrastrando envolturas de papel y hojas secas recién caídas de los arboles, tras caminar algunas manzanas, sólo se escuchaba el viento silbar por las cañerías y las garras de algún gato callejero en los techos de metal.
Giró en la esquina del parque, ahora sólo debía pasar esa calle y dos más para llegar a casa. A la distancia se veía un grupo de luces y una tonada pegajosa subía por el aire endulzándolo un poco, un ligero olor a incienso empezó a parecer. Conforme se acercaba se dio cuenta que una multitud parecía avanzar en una fiesta, habían figuras con vistosos trajes danzado mientras avanzaban por la calle: Era un desfile.
A medida que el desfile se acercaba, Ramírez se hizo a un lado para dejarlos pasar, pero cuando pudo ver bien, la borrachera se le bajo las piel, depurada por un sudor frio que le recorrió el cuerpo: Las figuras que danzaban era esqueletos a medio vestir con piel seca como cartón en algunos segmentos de su cuerpo. Todos exponían en alguna proporción huesos amarillentos de apariencia mohosa.
Muchos iban desnudos, otros llevaban ropa de seductores trajes llenos de lentejuelas y sedas tornasol que cambiaban de color con sus giros vivarachos. Un grupo en la parte de atrás, parecía tener un trozo de caucho extendido entre las costillas, que hacía de diafragma y les permitía hacer sonar sus trompetas al ritmo de una alegre tonadas de fiesta. Un par de esqueletos se besaron entre la multitud haciendo sonar sus cráneos al chocar, otros hacia piruetas que despegaban sus huesos y los volvían unir como si nada, un grupo en los flancos lanzaba flores y otro en el medio parecía beber un liquido pegajoso de olor acido que resbalaba por sus pechos vacíos dejando un rastro verdoso tras ellos.
El desfile giró en una esquina y un viento arremolinado que los seguía se llevo el olor y la música sobre los edificios hasta convertirlos en extraño murmullo entre los ladrillos de las casas vecinas. Ramírez corrió a su casa con renovada sobriedad y un pánico creciente.

Con la salida del sol, se hizo lógico para Ramírez pensar que todo había sido producto de los tragos de la noche, nunca se lo contó a nadie; no quería ser el loco ebrio del lugar. A demás, no acababa de convencerse a si mismo que el liquido espeso y verdoso de olor acido que había en la suela de sus zapatos no provenía del desfile de esqueletos. 

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