La fiesta aún
no había terminado, pero Ramírez ya quería irse, estaba muy mareado y casi no
tenía dinero; la última vez que estuvo así despertó en una banca del parque sin
las tarjetas de crédito. Así que se despidió del anfitrión de la fiesta, de
algunos conocidos y le hizo un gesto obsceno con el dedo a una chica que se
había negado a tener sexo en el baño.
No recordaba
donde había dejado las llaves del auto, hurgó en sus bolsillos, en algunos contenedores
de cristal llenos de colillas de cigarrillos y en las masetas de la casa, pero
no estaban en ningún lugar. A pesar de haberse despedido, muchos de los
asistentes continuaron ofreciéndole bebidas, por lo que Ramírez hizo uso de su último
gramo de fuerza de voluntad y se marchó con la esperanza de recordar donde había
dejado las llaves a la mañana siguiente.
Bajó por la
calle mientras el bullicio y la luz se quedaban atrás, un viento frio soplaba
hacia el norte arrastrando envolturas de papel y hojas secas recién caídas de
los arboles, tras caminar algunas manzanas, sólo se escuchaba el viento silbar
por las cañerías y las garras de algún gato callejero en los techos de metal.
Giró en la
esquina del parque, ahora sólo debía pasar esa calle y dos más para llegar a
casa. A la distancia se veía un grupo de luces y una tonada pegajosa subía por
el aire endulzándolo un poco, un ligero olor a incienso empezó a parecer.
Conforme se acercaba se dio cuenta que una multitud parecía avanzar en una
fiesta, habían figuras con vistosos trajes danzado mientras avanzaban por la
calle: Era un desfile.
A medida que el
desfile se acercaba, Ramírez se hizo a un lado para dejarlos pasar, pero cuando
pudo ver bien, la borrachera se le bajo las piel, depurada por un sudor frio
que le recorrió el cuerpo: Las figuras que danzaban era esqueletos a medio
vestir con piel seca como cartón en algunos segmentos de su cuerpo. Todos exponían
en alguna proporción huesos amarillentos de apariencia mohosa.
Muchos iban
desnudos, otros llevaban ropa de seductores trajes llenos de lentejuelas y
sedas tornasol que cambiaban de color con sus giros vivarachos. Un grupo en la
parte de atrás, parecía tener un trozo de caucho extendido entre las costillas,
que hacía de diafragma y les permitía hacer sonar sus trompetas al ritmo de una
alegre tonadas de fiesta. Un par de esqueletos se besaron entre la multitud haciendo
sonar sus cráneos al chocar, otros hacia piruetas que despegaban sus huesos y
los volvían unir como si nada, un grupo en los flancos lanzaba flores y otro en
el medio parecía beber un liquido pegajoso de olor acido que resbalaba por sus
pechos vacíos dejando un rastro verdoso tras ellos.
El desfile giró
en una esquina y un viento arremolinado que los seguía se llevo el olor y la música
sobre los edificios hasta convertirlos en extraño murmullo entre los ladrillos
de las casas vecinas. Ramírez corrió a su casa con renovada sobriedad y un pánico
creciente.
Con la salida
del sol, se hizo lógico para Ramírez pensar que todo había sido producto de los
tragos de la noche, nunca se lo contó a nadie; no quería ser el loco ebrio del
lugar. A demás, no acababa de convencerse a si mismo que el liquido espeso y
verdoso de olor acido que había en la suela de sus zapatos no provenía del
desfile de esqueletos.
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