miércoles, 3 de septiembre de 2014

Día 213: Pecera.


El ruido del motor se esparcía como una vibración, un largo y rápido latido que recorría toda la habitación marcando el compás de la madrugada, los peces de colores exploraban la pecera en sus tres dimensiones y retomaban el camino como si nunca lo hubieran visto antes.
La idea de ver a sus pequeños amigos nadar tan alegremente en su reducido espacio, producía en Darío un sosiego que lo llenaba de pies a cabeza con un calor discreto. Las últimas noches de insomnio le habían llenado de la cabeza con ideas extrañas de sombras danzantes en las esquinas, de cuchillos oxidados y extensos charcos de sangre que manchaban lujosas cortinas.
Pero esos pequeños animalillos suspendidos en el agua burbujeante, moviendo sus aletas coloridas, sin parpadear dejándose caer para ascender de nuevo; esa paz imperturbable había hecho un gran impacto en la vida de Darío. Se fijo en la hora: 3:45 am. Era tiempo de su otro hobby. Se puso la larga gabardina, guardó el revolver en el bolsillo, y antes de salir echó un dedo pálido al interior de la pecera.

Mientras un extraño cubierto se alejaba por la calle oscura, un grupo de pececillos mordisqueaba lo que quedaba del ultimo trofeo de caza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario