viernes, 18 de julio de 2014

Día 168: Costumbre.


Tenías la mala costumbre de suponer que las personas son inteligentes, y en cierta medida no te culpo, a todos nos gusta soñar. La mañana en cuestión te pusiste esa vieja camisa tan gastada y deshilachada que tanto te gustaba, los jeans que parecían sucios de tanto usarlos y esos viejos tenis que ya no se sabe de que color son por tantas lavadas. “La ropa vieja” me dijiste una vez “es la mejor, es la prueba de que el paso del tiempo no es impune, pero se puede tomar con agrado”.
Salimos a buscar el estanque local para ir a pescar, yo estaba de vacaciones y tu parecías muy interesado en llevarme a ese lugar “No es por pescar, es por ir a pescar” dijiste, y yo sólo pude pensar que tanto aire puro te estaba haciendo mal. El lugar en cuestión era una laguna de 30 metros por 45, de agua quieta, como una gran mancha de ópalo en medio del bosque. Nos sentamos en una saliente y arrojamos las cañas de pescar, estaba todo cayado, pero tú insistías en llenarlo todo con una trivial conversación de la gente de las grandes ciudades.
Tu energía era contagiosa en ese momento y yo también me uní a la conversación sobre la gente del campo, entonces tu guardaste silencio, al principio pensé que te había ofendido, pero señalaste con el mentón unas ondas que se esparcían desde el centro del agua hacia lo bordes, sea lo que fuese avanzaba hacia nosotros.
Una figura empezó a emerger del agua, parecía una anciana con su piel pálida y arrugada, con una capa de algas oscuras y descompuestas, unos ojos amarillos penetrantes y unos colmillos que sobresalían en una cara que terminaba en una barbilla puntuda. La vieja empezó a ganar velocidad mientras se deslizaba por el agua hacia nosotros. Te tomé del brazo, pero parecía que tal espanto te había encantado, te negabas a moverte y yo tenia la fuerza suficiente para arrastrarte. La anciana sacó del agua un largo y huesudo brazo –rayos, debía tener mas de un metro- y te trapo por la pierna, durante un segundo pareciste reaccionar y empezaste a patalear, yo te halaba, pero ella muy fuerte, en unos instantes te tiro al gua y yo me lance detrás de ti.
El agua estaba turbia y lodosa, numerosas formas como largos gusanos me rozaban la piel y se enredaban en mis piernas, no podía ver hacia donde estaba la superficie, ni donde estabas tú, era como estar en medio de una noche viscosa. Al principio me movía la alzar rozando material baboso y frio, finalmente pude sacar mi cabeza del agua y acercarme a la orilla: te habías desvanecido junto con la anciana, el agua estaba en calma como un gran espejo para el cielo.
Corrí de regreso al pueblo, la policía y algunos vecinos me ayudaron a buscarte, pero era como si te hubieras disuelto en el agua. Me acusaron de muchas cosas, pero no pudieron probar nada –Claro, yo nunca te lastimaría –además, la gente del pueblo es supersticiosa y creen firmemente que en este lago hay una bruja, cosa que nunca compartirían con citadinos como tu o como yo.

Supongo que te extraño, si no fuera así no habría regresado al lago, con una pistola y un cuchillo, sé que ahora estas fuera de mi alcance, pero tu tenias tus costumbres: “suponer que las personas son inteligentes”, y yo tengo las mías: “nadie se mete con mis amigos y se sale con la suya”

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