Es un hombre delgado, como si la carne de su cuerpo se hubiera secado,
dándole la apariencia de un cuasihumano degradado por el paso del tiempo, seco como la arena
del desierto. Tenia un cráneo prominente y marcado, su piel se estiraba como
una capa de látex sobre un armazón. Sus pupilas estaban tan dilatas que daba la
impresión que sus ojos eran abismos negros de interminable profundidad. Su
cabeza casi calva, estaba cubierta por una fina capa de cabello blanco,
imperceptible a simple vista.
A pesar de su figura aterradora, se moviliza por el mundo inadvertido,
como una sombra en la noche, como un susurro en una orquesta. Hoy esta de
visita en un hospital, con sus dilatadas pupilas puede ver la existencia de
todos: su dolor, sus culpas, sus glorias y anhelos. Unos pocos lo ven:
moribundos que desdibujan las líneas de este mundo y abren sus mentes a
realidades superiores, desconocidas e inciertas. El hombre se detuvo en medio
de la sala de emergencias, como una neblina que se extendía era atravesado por
los pasos presurosos de los enfermeros y los médicos del lugar; dejo que su
presencia se extendiera por todo el edificio: los ancianos, los niños y los
heridos, todos los que lo necesitaban supieron de inmediato que había llegado.
El hombre cerro sus ojos, levantó su huesuda mano derecha y poniendo la
larga uña de su pulgar sobre el dorso de la falange final del su índice, dio
una larga exhalación. Movió su dedo pulgar, como desgarrando con su uña infinidad
de pequeños hilos, acto seguido dio una profunda inhalación tratando de llenar
sus pulmones con las almas liberadas de sus trajes de carne.
El hombre se retiro a cumplir su labor en otro lugar, con un corte había
cosechado 30 almas. Ahora no tenía una hoz, cortarlas una por una era trabajoso
y anticuado, este nuevo método era mejor.
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