martes, 8 de julio de 2014

Día 158: Dama

Si he de contar una historia que me inmortalice será ésta, no seré el héroe valiente y carismático ni una persona con suerte, pero te guste o no yo seré el héroe de esta historia.

Mi historia, como muchas otras empiezan con el final de un cuento previo, uno que llamaremos Italia; obviamente no el final de Italia, sólo uno de los millones de sucesos que día a día inundan sus calles.

Yo era un pintor, no muy bueno y no muy lúcido, pero pintor al fin y al cabo. Me dedicaba a retratar personas en las calles, nobles, vagabundo, extranjeros y en ocasiones, otros pintores. Mi fama no me daba para el pan y el vino de cada vino pero cada noche sin falta y sin devoción iba a pequeñas iglesias sólo por la ostia.

La noche que nos interesa, es una noche de verano, cuando el calor subía más allá del olor a incienso y las plegarias se difuminaban de apoco entre la cera de las velas. Yo dormía en un rincón poblado de ratas y artistas baratos cuando un ruido me despertó. Bajo un farol en la calle principal se hallaba una dama, de exquisitas cuervas y rebosante belleza, similar diría yo, a lo que debe ser una virgen elegida por Dios y así en contra de todos mis instintos, rompiendo años y años de abstinencia me persigne. La dama hacia resonar sus zapatos y miraba calle abajo con impaciencia, me dirigí hacia ella con especial cuidado de no asustarla.

-          Es muy tarde para que una dama ande sola en mitad de la noche- le dije con cuidado y confianza.

La mujer olía a lavanda y la leve brisa que se levantaba hacia danzar su cabello al ritmo de una música invisible tocada desde el fondo de nuestros corazones.

-          No, no lo es, y además no estoy sola espero a alguien- la voz de  la mujer era suave y aguda, como el trino de ave que se escucha a lo lejos cantar su canción al tiempo.

-          Pero aun así es muy peligroso. ¿cómo sabe que no voy a matarla?- pregunte sin rodeos.

-          ¿Cómo sabe usted que yo no voy a matarlo?- pregunto la mujer con tono burlón mientras una curva se formaba en su labio.

El chiste no me hizo gracia, tal vez yo no tuvieran dinero, apariencia o pulcritud, pero sí tenía modales y ante todo, era yo un caballero.

-          En ese caso creo que cuidare que usted no mate nadie mientras espera a su compañero.

-          Dudo mucho- dijo ella en todo sarcástico y algo nostálgico - que usted pueda hacer algo. Además…

La mujer dejo su frase sin terminar mientras su vista se concentraba en algún de la nada, el ala de su nariz se levantó un  poco y con gran violencia giró su cabeza hacia uno de los edificios cercanos. Yo le seguí con la mirada para ver como tres enorme figuras nos vigilaban desde lo alto, la brisa de verano sopló desde el sur y se llevo con ella las tres figuras y a la mujer de elegantes zapatos que había estado junto a mí dejando atrás sólo el recuerdo de su olor a lavanda.

Me dirigía de nuevo a mi callejón rodeado de lienzos y pinturas cuando algo más llamo mi atención. Un hombre de apariencia regia hizo una entrada pomposa saliendo de tras de una de las grandes casas señoriales, sus zapatos brillaban con pequeños faroles mientras el sonido de sus manos rozando su pantalón de seda llena las calles vacías. Él debía ser el caballero  que la dama de lavanda estaba esperando.

Saco un lujoso reloj de bolsillo y miro alrededor.

-          Si busca a la dama, ya se ha marchado- le grite desde la distancia.

El ceño de hombre se frunció muy rápido y en un par de largas zancadas estuvo frente a mí.

-          ¿Qué quiere decir con que la dama se ha marchado? Yo no vengo a buscar prostitutas, yo espero a MÍ dama.

-          Yo no le hablo de prostitutas, la dama que olía a lavanda lo estuvo esperando pero ya se fue.

-          ¿Sabe por qué se ha marchado?

-          Yo creo que se ha asustado.- dije recordando las figuras del techo

-          ¿asustado?- repitió el hombre con incredulidad-¿de qué se ha asustado?

-          De las figuras que la observaban, desde allá- dije señalando al edificio.

El disgusto del hombre se acrecentó.

-          Ellos- dijo con voz seca- ¿Quién les dijo?- el ala de la nariz del hombre se levanto como la de la mujer- tú- dijo con ira creciente- tú estás persignado, tú les avisaste.

Mi sorpresa se hizo evidente y el resto de la situación también. Él hombre pomposo no era humano. Y la mujer de lavanda tampoco lo era.

-          ¡No sabes lo que acabas de hacer, estúpido simio calvo! Ella debía verse conmigo, ella traería lluvias de sangre, la ruptura de los cielos y el fuego en el reino de Dios.


El hombre cerró su mano sobre cuello mientras hablaba en un idioma que hacía que me dolieran los huesos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario