Si he de contar una historia que
me inmortalice será ésta, no seré el héroe valiente y carismático ni una
persona con suerte, pero te guste o no yo seré el héroe de esta historia.
Mi historia, como muchas otras
empiezan con el final de un cuento previo, uno que llamaremos Italia;
obviamente no el final de Italia, sólo uno de los millones de sucesos que día a
día inundan sus calles.
Yo era un pintor, no muy bueno y
no muy lúcido, pero pintor al fin y al cabo. Me dedicaba a retratar personas en
las calles, nobles, vagabundo, extranjeros y en ocasiones, otros pintores. Mi
fama no me daba para el pan y el vino de cada vino pero cada noche sin falta y
sin devoción iba a pequeñas iglesias sólo por la ostia.
La noche que nos interesa, es una
noche de verano, cuando el calor subía más allá del olor a incienso y las
plegarias se difuminaban de apoco entre la cera de las velas. Yo dormía en un
rincón poblado de ratas y artistas baratos cuando un ruido me despertó. Bajo un
farol en la calle principal se hallaba una dama, de exquisitas cuervas y
rebosante belleza, similar diría yo, a lo que debe ser una virgen elegida por
Dios y así en contra de todos mis instintos, rompiendo años y años de abstinencia
me persigne. La dama hacia resonar sus zapatos y miraba calle abajo con
impaciencia, me dirigí hacia ella con especial cuidado de no asustarla.
-
Es
muy tarde para que una dama ande sola en mitad de la noche- le dije con cuidado
y confianza.
La mujer olía a lavanda y la leve
brisa que se levantaba hacia danzar su cabello al ritmo de una música invisible
tocada desde el fondo de nuestros corazones.
-
No,
no lo es, y además no estoy sola espero a alguien- la voz de la mujer era suave y aguda, como el trino de
ave que se escucha a lo lejos cantar su canción al tiempo.
-
Pero
aun así es muy peligroso. ¿cómo sabe que no voy a matarla?- pregunte sin
rodeos.
-
¿Cómo
sabe usted que yo no voy a matarlo?- pregunto la mujer con tono burlón mientras
una curva se formaba en su labio.
El chiste no me hizo gracia, tal
vez yo no tuvieran dinero, apariencia o pulcritud, pero sí tenía modales y ante
todo, era yo un caballero.
-
En
ese caso creo que cuidare que usted no mate nadie mientras espera a su
compañero.
-
Dudo
mucho- dijo ella en todo sarcástico y algo nostálgico - que usted pueda hacer
algo. Además…
La mujer dejo su frase sin
terminar mientras su vista se concentraba en algún de la nada, el ala de su
nariz se levantó un poco y con gran
violencia giró su cabeza hacia uno de los edificios cercanos. Yo le seguí con
la mirada para ver como tres enorme figuras nos vigilaban desde lo alto, la
brisa de verano sopló desde el sur y se llevo con ella las tres figuras y a la
mujer de elegantes zapatos que había estado junto a mí dejando atrás sólo el
recuerdo de su olor a lavanda.
Me dirigía de nuevo a mi callejón
rodeado de lienzos y pinturas cuando algo más llamo mi atención. Un hombre de
apariencia regia hizo una entrada pomposa saliendo de tras de una de las
grandes casas señoriales, sus zapatos brillaban con pequeños faroles mientras
el sonido de sus manos rozando su pantalón de seda llena las calles vacías. Él
debía ser el caballero que la dama de
lavanda estaba esperando.
Saco un lujoso reloj de bolsillo
y miro alrededor.
-
Si
busca a la dama, ya se ha marchado- le grite desde la distancia.
El ceño de hombre se frunció muy
rápido y en un par de largas zancadas estuvo frente a mí.
-
¿Qué
quiere decir con que la dama se ha marchado? Yo no vengo a buscar prostitutas,
yo espero a MÍ dama.
-
Yo
no le hablo de prostitutas, la dama que olía a lavanda lo estuvo esperando pero
ya se fue.
-
¿Sabe
por qué se ha marchado?
-
Yo
creo que se ha asustado.- dije recordando las figuras del techo
-
¿asustado?-
repitió el hombre con incredulidad-¿de qué se ha asustado?
-
De
las figuras que la observaban, desde allá- dije señalando al edificio.
El disgusto del hombre se
acrecentó.
-
Ellos-
dijo con voz seca- ¿Quién les dijo?- el ala de la nariz del hombre se levanto
como la de la mujer- tú- dijo con ira creciente- tú estás persignado, tú les
avisaste.
Mi sorpresa se hizo evidente y el
resto de la situación también. Él hombre pomposo no era humano. Y la mujer de
lavanda tampoco lo era.
-
¡No
sabes lo que acabas de hacer, estúpido simio calvo! Ella debía verse conmigo,
ella traería lluvias de sangre, la ruptura de los cielos y el fuego en el reino
de Dios.
El hombre cerró su mano sobre
cuello mientras hablaba en un idioma que hacía que me dolieran los huesos.
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