domingo, 13 de julio de 2014

Día163: Jardín.


El sol de verano se extendía sobre el jardín como un líquido denso que goteaba de las hojas de los rosales y se desparramaba por el césped haciéndolo lucir resplandeciente. Una libélula sobrevolaba con su cuerpo de hilo y sus alas de algodón sobre la cabeza del gato atigrado que dormía a la sombra del pórtico moviendo su cola como un péndulo que marcaba el ritmo invisible de la vida.
La casa, por otro lado, era sombría y llena de telarañas que ocupaban las ventanas rotas, un extraño olor húmedo y podrido se desprendía por entre las tablas del techo y los tornillos oxidados chirriaban a causa del tiempo que pasaba sobre ellos, aún en perfecta quietud. El gato se sobresaltó ante un ruido que escapa a las capacidades humanas y reteniendo su cola se sentó mientras observaba lentamente el jardín haciendo a sus orejas danzar al ritmo del extraño sonido haciendo vibrar el cascabel de su collar.
Desde afuera Emilio veía al gato estático, necesitaba reparar la bicicleta y su padre no quería darle el dinero; así que recuperar al gato perdido de su vecina y cobrar la recompensa era su mejor opción. Observó el deslumbrante jardín y la decrepita casa en medio de este, formando un extraño y mágico contraste en al final de la cuadra: Rosales, arboles frutales, una zona de cactus que extendían sus espinas puntiagudas y una enredadera que trepaba por un costado de la casa y se introducía en una ventana rota.
Emilio saltó la pequeña verja y de inmediato un frio le ataco las entrañas, como el animal que presiente que hay algo peligroso oculto en medio de la oscuridad, pero la imagen de la bicicleta averiada se apoderaba de su mente. El gato seguía embelesado, como atrapado por una misteriosa fuerza que lo anclaba al viejo piso de madera. La sensación de peligro no se detenía, lejos de todo se agitaba en su vientre como un animal herido que huía a su guardia.
Justo cuando tuvo al gato al alcance de su mano, alcanzó a ver como las pupilas del gato se contraían presas del pánico y este se alejaba rápidamente dando saltos por la hierba y haciendo caer de espaldas a Emilio por la impresión. “Que raro” pensó el muchacho “¿Qué habrá pasado?”

En ese momento sintió como algo se abrazaba a su pierna: ¡Una rama llena de espinas se aferraba a su pierna! Emilio pateó con fuerza pero mas ramas acudían a su cuerpo, apresándolo, tirando de su carne y rasgando su ropa. Emilio se agitaba y gritaba con desesperación mientras las plantas lo arrastraban por el pasto en dirección a la casa; pero toda su lucha era en vano. Nadie lo escuchaba.


Esa noche sus padres y los vecinos lo buscan desesperación, recorrieron calles, hospitales y morgues en su búsqueda, pero a nadie se le ocurrió buscar en la ultima casa de la cuadra, la deteriorada construcción con un impresiónate jardín y una enredadera –ahora con unos extraños frutos rojos colgando de sus ramas- que trepaba por un costado de la casa y se introducía en una ventana rota.

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