El sol de verano se extendía sobre el jardín como un líquido denso que
goteaba de las hojas de los rosales y se desparramaba por el césped haciéndolo
lucir resplandeciente. Una libélula sobrevolaba con su cuerpo de hilo y sus
alas de algodón sobre la cabeza del gato atigrado que dormía a la sombra del
pórtico moviendo su cola como un péndulo que marcaba el ritmo invisible de la
vida.
La casa, por otro lado, era sombría y llena de telarañas que ocupaban
las ventanas rotas, un extraño olor húmedo y podrido se desprendía por entre
las tablas del techo y los tornillos oxidados chirriaban a causa del tiempo que
pasaba sobre ellos, aún en perfecta quietud. El gato se sobresaltó ante un
ruido que escapa a las capacidades humanas y reteniendo su cola se sentó
mientras observaba lentamente el jardín haciendo a sus orejas danzar al ritmo
del extraño sonido haciendo vibrar el cascabel de su collar.
Desde afuera Emilio veía al gato estático, necesitaba reparar la
bicicleta y su padre no quería darle el dinero; así que recuperar al gato
perdido de su vecina y cobrar la recompensa era su mejor opción. Observó el
deslumbrante jardín y la decrepita casa en medio de este, formando un extraño y
mágico contraste en al final de la cuadra: Rosales, arboles frutales, una zona
de cactus que extendían sus espinas puntiagudas y una enredadera que trepaba
por un costado de la casa y se introducía en una ventana rota.
Emilio saltó la pequeña verja y de inmediato un frio le ataco las
entrañas, como el animal que presiente que hay algo peligroso oculto en medio
de la oscuridad, pero la imagen de la bicicleta averiada se apoderaba de su
mente. El gato seguía embelesado, como atrapado por una misteriosa fuerza que
lo anclaba al viejo piso de madera. La sensación de peligro no se detenía,
lejos de todo se agitaba en su vientre como un animal herido que huía a su
guardia.
Justo cuando tuvo al gato al alcance de su mano, alcanzó a ver como las
pupilas del gato se contraían presas del pánico y este se alejaba rápidamente
dando saltos por la hierba y haciendo caer de espaldas a Emilio por la impresión.
“Que raro” pensó el muchacho “¿Qué habrá pasado?”
En ese momento sintió como algo se abrazaba a su pierna: ¡Una rama llena
de espinas se aferraba a su pierna! Emilio pateó con fuerza pero mas ramas acudían
a su cuerpo, apresándolo, tirando de su carne y rasgando su ropa. Emilio se
agitaba y gritaba con desesperación mientras las plantas lo arrastraban por el
pasto en dirección a la casa; pero toda su lucha era en vano. Nadie lo
escuchaba.
Esa noche sus padres y los vecinos lo buscan desesperación, recorrieron
calles, hospitales y morgues en su búsqueda, pero a nadie se le ocurrió buscar
en la ultima casa de la cuadra, la deteriorada construcción con un impresiónate
jardín y una enredadera –ahora con unos extraños frutos rojos colgando de sus
ramas- que trepaba por un costado de la casa y se introducía en una ventana rota.
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