sábado, 12 de julio de 2014

Día 162: Sargento

Sólo vi al Sargento dos veces: la primera fue siete años después de la Guerra de la Rabia, en ese entonces era joven, radiante, con el cabello lustroso y la mirada determinada. La segunda vez fue la semana pasada: sabía que su raza envejecía rápido, pero nunca imagine que tal decrepitud pudiera manifestarse en un cuerpo con tal rapidez. Estaba en la cafetería, en la ultima mesa al lado de la ventana tomando café negro y fumando medio cigarrillo; al principio pensé que me había equivocado, que era imposible, pero cuando me hizo un gesto amigable con la mano fue imposible negar que esa era mi fuente.

El sargento y yo nos habíamos reunido por primera vez cuando su cargo de conciencia pesó mas que todas las medallas y las amenazas que le llegaron tras  dirigir el gran ejercito central contra los rebeldes del norte; y me relato con lujo de detalles los intrincados planes de traición, sacrificio y corrupción que llevo a ambas partes a prolongar la guerra mas allá de la cordura y la esperanza. Pero ahora, este decrepito y viejo hombre, con pocos cabellos sobre su cabeza y dentadura falsa hacen parecer que estos últimos 5 años se hubieran dilatado algunas décadas para él.

-Me están matando –Dijo mientras se llevaba a la boca algunas pastillas de colores brillantes –Pero no sé como lo hacen, a veces creo que es el agua, a veces creo que es la comida y a veces que son estos medicamentos que me entregan cada mes.

Muchas preguntas se tropellaban en mi mente, era obvio que lo estaba matando el gobierno, pero ¿Por qué no se iba? ¿Por qué seguía tomando esos medicamentos? ¿Por qué me había vuelto a llamar? No me decido que quiero preguntar primero.

-Aun así –Continuó el Sargento melancólico –No me muero lo suficientemente rápido para su gusto. A veces hay alguno de ellos, parado bajo mi ventana o esperando a que suba a un auto antes de seguirme.

-¿Entonces, están aquí? –La sorpresa me invadió, haciéndome dar un pequeño salto en mi asiento.

El Sargento afirmo con un movimiento leve de la cabeza y señalando discretamente con el mentón a una mujer sentada en la barra del restaurante y a una pareja sentada en la mesa que da a la salida del restaurante.

-No me queda mucho –Dijo el  Sargento carraspeando un poco y acercándose un poco me da la mano, siento como se enfría su piel ajada y curtida  –Pero esto bastará. Ahora escúcheme bien, usted va a ir al baño, va a entrar al tercero desde la puerta, va a mover una baldosa suelta y saldrá por el callejón de atrás, va a irse al aeropuerto y va a salir del país con este boleto. El vuelo sale en 40 minutos, y le va a contar esta historia al mundo. Todo esto lo va a hacer sin mirar atrás, sin mediar palabra y sin llorar.

En un gesto discreto, apenas perceptible, el Sargento cambia nuestros maletines y me da a mi uno mas pesado. Se despide con gesto nostálgico y yo, son decir nada sigo sus instrucciones; lo miro un segundo, para asegurarme de no olvidar al viejo héroe de guerra.
Hago todo tal y como me lo dijo el hombre, en cuanto entro al baño un ruido de platos rotos inunda el restaurante, pero yo continuo, al salir al callejón se escuchan disparos saliendo del pequeño recinto y haciendo estallar los cristales. Entonces yo corro, corro por miedo, corro por nostalgia, corro por dolor, corro por un amigo.


Me tardo 30 minutos de interminable paranoia para llegar al aeropuerto, en medio del maletín que me dio El Sargento está el boleto de avión, puedo ver que esta lleno de muchos papeles y fotografías –que algún tiempo después y desde tierras extranjeras, descubro que son permisos para la experimentación en población civil, corrupción y los planes para una nueva guerra –En medio del vuelo, una azafata nos llama la atención: noticias locales acaban de informar que hubo un robo a una pequeña cafetería del centro, hay varias civiles heridos y un héroe de guerra muerto.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario