Le había caído sal a la canela. Era un mal presagio. La canela se hundió
hasta el fondo del recipiente lleno de agua hirviente mientras los granos de
sal se desvanecían en el contenedor. Miro por la ventana, un halo claro encerraba
al sol en una prisión arcoíris. Otro mal presagio.
Jesús entró corriendo con más sangre en la camisa que el rostro, las
manos apretadas contra el pantalón y los zapatos llenos de lodo.
-¿Esta muerto, cierto? –Pregunto Sara. Jesús asintió con la mirada llena
de terror -¿Lo enterraste ya?
Esta vez Jesús negó cerrando los ojos. Sara tomo la vieja pala que
estaba junto a la puerta del jardín trasero y se la dio “Termina el trabajo”.
La noche no tardó en llegar con un abrumador calor húmedo que parecía asfixiar
a la pareja, así que salieron al pórtico de la casa a recibir un poco de brisa.
Había valido la pena matar al viejo hacendado y quedarse con esa remota casa de
campo al borde de la frontera; todos detestaban tanto al viejo que nadie
vendría a buscarlo.
El viento soplaba genialmente trayendo un olor de humo proveniente del pueblo cercano, un
extraño sonido empezó a brotar, primero lejano como el trote de un caballo,
luego fuerte como el corazón justo frente a la oreja. Las flores recién
plantadas se agitaron y bajo ellas, con la cabeza destrozada a golpes por una
piedra se levantó el viejo Gastón con la
ropa aun húmeda y llena de tierra y los ojos blancos como perlas.
Los grito de la pareja de ladrones y asesinos se extendió por toda la
montaña, seguidos de un penetrante olor a canela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario