lunes, 28 de julio de 2014

Día 176: Canela.


Le había caído sal a la canela. Era un mal presagio. La canela se hundió hasta el fondo del recipiente lleno de agua hirviente mientras los granos de sal se desvanecían en el contenedor. Miro por la ventana, un halo claro encerraba al sol en una prisión arcoíris. Otro mal presagio.

Jesús entró corriendo con más sangre en la camisa que el rostro, las manos apretadas contra el pantalón y los zapatos llenos de lodo.
-¿Esta muerto, cierto? –Pregunto Sara. Jesús asintió con la mirada llena de terror -¿Lo enterraste ya?
Esta vez Jesús negó cerrando los ojos. Sara tomo la vieja pala que estaba junto a la puerta del jardín trasero y se la dio “Termina el trabajo”. La noche no tardó en llegar con un abrumador calor húmedo que parecía asfixiar a la pareja, así que salieron al pórtico de la casa a recibir un poco de brisa. Había valido la pena matar al viejo hacendado y quedarse con esa remota casa de campo al borde de la frontera; todos detestaban tanto al viejo que nadie vendría a buscarlo.
El viento soplaba genialmente trayendo un olor  de humo proveniente del pueblo cercano, un extraño sonido empezó a brotar, primero lejano como el trote de un caballo, luego fuerte como el corazón justo frente a la oreja. Las flores recién plantadas se agitaron y bajo ellas, con la cabeza destrozada a golpes por una piedra se levantó el viejo Gastón  con la ropa aun húmeda y llena de tierra y los ojos blancos como perlas.


Los grito de la pareja de ladrones y asesinos se extendió por toda la montaña, seguidos de un penetrante olor a canela. 

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