Dibujando relieves desiguales y
tersos, con amplias llanuras fértiles iluminadas por un sol tibio que se metía
por la ventana en la habitación de dibujo, el topógrafo dibujaba sobre una hoja
blanca los bosquejos que soñaba visitar.
Dos volcanes gemelos que
centelleaban en medio de la noche con lava verde como esmeraldas. La estrecha cueva
por la cual bajaba una cristalina cascada espumosa. Una muralla blanca, casi de
marfil rompía un abismo tibio rodeado de un campo floral que desprendía aromas
en la mañana y al medio día. Una gran cordillera que atravesaba de oriente a
occidente con dos grandes montes
Dos fosas separadas por una meseta palpitante,
una gran llanura tibia con un pequeño cráter simétrico en el centro, dos
penínsulas que se extendían hasta un gran mar espumoso y una gran selva a la
cabeza de todo.
El topógrafo pasó la tarde,
dibujando el mapa del cuerpo de la mujer.
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