Llegar a la conclusión que la vida
no es justa no me tomó mucho tiempo, no es algo que desconociera antes de hoy;
pero supongo que hay diferentes tipos de injusticas, unas que duelen más que
otras. Hay esfuerzos chicos que no nos dejan nada si fracasamos como una
raspadura en la rodilla al correr y caernos, perder un examen para el que se
estudió la noche anterior o un billete de lotería al que no le acertamos un
solo número.
Pero hay otras injusticias que nos
desgarran, nos llevan a cuestionarnos si tantos sacrificios valen la pena; si
toda la energía que invertimos de verdad puede mover los intricados engranajes
que mueven al mundo. A veces –por no decir que casi siempre –todos nuestros
esfuerzos son en vano: perder un amigo, la muerte de un sueño, años y años de
trabajo que se desvanecen en segundos por fulanos de traje al otro lado del país.
Hay éxitos enormes, que justifican
toda la existencia, y otros pequeños que impulsan la vida de sus dueños al
menos una semana más. Así mismo hay desastres tan grandes que pueden arruinar
todo cuanto una persona había planeado su futuro; algunos se impulsan en estas
derrotas consolándose con la esperanza que así la victoria será más dulce,
otros se rinden y se entregan a la derrota. Sea cual fuere el caso, el sinsabor
de la frustración es inevitable.
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