“Acérquense todos, pues escuchar
esta historia podría salvar su vida” narraba el hombre con la barba desprolija
mientras hacía sonar su viejo acordeón en medio del bar. Muchos bajaron sus
vasos y prestaron atención a sus ojos fugaces e inquietos.
“En los mares del norte, donde el
hilo se corta con el agua salada, hay un barco cubierto con brea hirviente y
moho rojizo que tiñe el mar de color sangre a su paso. La vela de este barco está hecha con la piel de
los enemigos del capitán: una bestia con disfraz de hombre, con brazos gruesos
como árboles, piernas largas como puentes y manos que parecen garras.
La bestia del norte se arrancó la
mano derecha para incrustarse una espada de corte irregular, que desgarra la
carne de quienes se topan en su camino, tiene dientes de tiburón, que él mismo
mató y acuñó a su boca sangrante y rancia. El rostro de esa bestia esta
desfigurado por el fuego del infierno que lo escupió hacía el inicio de los
tiempos. Sus ojos son sólo espacios blancos y secos que reflejan el miedo de
sus adversarios y en su pecho hay un gran agujero lleno de vidrio roto que
rodea el lugar donde en un tiempo yacía su corazón.
La bestia del norte ha asolado
ciudades en una noche, violando a las mujeres hasta la muerte y arrancado las
entrañas de los hombres que se atreven a hacerle frente. Incendia las
construcciones hasta los cimientos y cambia la piel de su vela mientras se
prepara para volver a partir a una nueva masacre.”
El acordeón saltaba entre notas
agudas y graves al tiempo que la historia avanzaba y el hombre se paseaba entre
las mesas cantando las hazañas del bestia del norte: distrayendo a todos de un
barco de brea hirviente que se acercaba desde el horizonte.
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