domingo, 16 de noviembre de 2014

Día 286: Museo.


La tarde avanzaba rápidamente en las cercanías, pero al interior, el tiempo parecía atascado entre los engranajes del reloj. El viaje al museo había sido tan, o incluso mas aburrido de lo que se había imaginado: un montón de ventanas estáticas y trozos de mármol pausados como en el tiempo en la habitación. Ocasionalmente alguien tosía o murmuraba pero el ruido terminaba rápidamente dejando tras de sí un eco voluble.
No entendía porque su clase había escogido ese lugar en lugar de ir al zoológico como cada año. En el gran recinto sólo habían ancianos de elegantes trajes, muy viejos para bailar o disfrutar la vida; todos parecían interesados en los cuadros y esculturas que –para sus ojos –empezaron a ser copias multicolor de otras versiones en otras alas del museo.
Se alejó un poco del grupo para observar el mundo real en movimiento: un ave volaba rápidamente haciendo giros cerrados sobre un gran árbol cuyas delicadas flores se abrían pausadamente expulsando un olor que atravesaba la ventana. El sol descendía alargando las sombras como dedos largos y monstruosos se agitaban por alcanzar el edificio antes de la caída de la noche. Un perro melancólico aullaba a un gato sobre un tejado rojizo que se veía al fondo, tras el árbol.
La maestra tocó su hombro con un gesto delicado interrumpiendo la escena que danzaba frente a los ojos del muchacho:
-El museo está cerrando, es hora de irnos –La mujer señaló a unos guardas de seguridad que guiaban una multitud fuera de la habitación. La mujer miro brevemente hacía el frente y sonrió  –Me alegra que hayas encontrado una pintura que gustara.

El muchacho miro de nuevo: el sol, el árbol, las flores, el perro, el gato y el pájaro de acuarela se detuvieron inmediatamente inmortalizados en el viejo lienzo.

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