jueves, 20 de noviembre de 2014

Día 290: Confort

-El problema es cuando nuestra zona de confort no es un qué, sino un quién –Se llevó el cigarrillo a la boca y lo consumió de una bocanada que hizo arder mi garganta. –Su simple presencia no aquieta y extingue nuestra llama de aventura.

Rose era una mujer recorrida por las cicatrices propias de la belleza: unos labios quebradizos y descolgados, fieles vestigios de montañas carnosas y relucientes. Ojos brillantes y grandes ocultos tras unos lentes negros; una nariz respingada que se había recostado lentamente en su rostro y los surcos remarcados y secos de las líneas de expresión que alguna vez fueron estridentes carcajadas. Ahora era una mujer de apariencia más digna, casi honorable. Su llamada me había tomado por sorpresa, habíamos perdido contacto hace mucho, casi veinte años, escuchar su voz fue una mezcla de sentimientos: parte de mi se alegraba por saber que aun existía y otra se estremeció ante la posibilidad que estuviera agonizando. Ahora sentados en la oscuridad de su amplio salón de baile, viendo al fuego agitándose en la chimenea; esa posibilidad no es descartada; sin duda el tiempo no ha sido piadoso con Rose.

-No me has llamado y pedido que cruce el país para escuchar esa revelación, ¿cierto? –Me parece melancólico y patético seguir enamorado de ella, y el saber que habría venido a escuchar eso para ver sus labios moviéndose en la penumbra me hacía sentir en parte humillado y en parte furioso. Ya no estoy para estas dudas existenciales a los 70 años –Dime la verdad, ¿Por qué has querido verme?

Una nube de humo brotó desde su garganta y se disolvió en la negrura del cuarto, cerró sus ojos brevemente y una lagrima rodo empañó sus lentes.

-Isabela murió la semana pasada –La sentencia me tomó por sorpresa, yo pensaba que si alguno de nosotros iba a vivir para siempre, esa sería Isabela con sus ojos de miel y su cabello plateado atado en una trenza –Pasó mientras dormía, los médicos han dicho que ni siquiera sintió como sus pulmones se fueron apagando.

-Rose, yo no sé qué decir para  consolarte –Se me hizo un nudo en la garganta, y una presión similar a mi primer infarto hace diez años empezó a subirme por el estómago. –Yo…

-No seas estúpido, tu consuelo pudo llegarme por teléfono –Se secó la lagrima en un gesto descuidado y encendió otro cigarrillo –Lo que busco es un cómplice para un secreto. Redención.  

La palabra se deshilacho tan pronto como salió de su boca temblorosa.

-¿Qué quieres decir? –Rose mantenía la vista fija en fuego, como si no hubiera escuchado mi pregunta.

-Yo la amaba, y nunca se lo dije porque ella estaba enamorada de ti, pero aparentemente tu amabas a alguien más –La deliciosa ironía que cortaba el aire a nuestro alrededor me desinfló, tantas décadas perdidas, los tres corriendo en círculos. –y ahora que se ha ido me doy cuenta todo lo que deje pasar, todas las cosas que le herede al mañana sin siquiera gozarlas, la llama de mi cuerpo arde, pero ya no hay combustible para alimentarla.


-Se exactamente cómo te sientes –Ahora ya también enciendo un cigarrillo, mi doctor me lo ha prohibido, pero qué diablos, ahora más que nunca la vida es muy corta –Sólo nos queda esperar a consumirnos. 

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