-El
problema es cuando nuestra zona de confort no es un qué, sino un quién –Se llevó
el cigarrillo a la boca y lo consumió de una bocanada que hizo arder mi
garganta. –Su simple presencia no aquieta y extingue nuestra llama de aventura.
Rose
era una mujer recorrida por las cicatrices propias de la belleza: unos labios
quebradizos y descolgados, fieles vestigios de montañas carnosas y relucientes.
Ojos brillantes y grandes ocultos tras unos lentes negros; una nariz respingada
que se había recostado lentamente en su rostro y los surcos remarcados y secos
de las líneas de expresión que alguna vez fueron estridentes carcajadas. Ahora
era una mujer de apariencia más digna, casi honorable. Su llamada me había
tomado por sorpresa, habíamos perdido contacto hace mucho, casi veinte años,
escuchar su voz fue una mezcla de sentimientos: parte de mi se alegraba por
saber que aun existía y otra se estremeció ante la posibilidad que estuviera
agonizando. Ahora sentados en la oscuridad de su amplio salón de baile, viendo
al fuego agitándose en la chimenea; esa posibilidad no es descartada; sin duda
el tiempo no ha sido piadoso con Rose.
-No
me has llamado y pedido que cruce el país para escuchar esa revelación, ¿cierto?
–Me parece melancólico y patético seguir enamorado de ella, y el saber que habría
venido a escuchar eso para ver sus labios moviéndose en la penumbra me hacía sentir
en parte humillado y en parte furioso. Ya no estoy para estas dudas
existenciales a los 70 años –Dime la verdad, ¿Por qué has querido verme?
Una
nube de humo brotó desde su garganta y se disolvió en la negrura del cuarto,
cerró sus ojos brevemente y una lagrima rodo empañó sus lentes.
-Isabela
murió la semana pasada –La sentencia me tomó por sorpresa, yo pensaba que si
alguno de nosotros iba a vivir para siempre, esa sería Isabela con sus ojos de
miel y su cabello plateado atado en una trenza –Pasó mientras dormía, los médicos
han dicho que ni siquiera sintió como sus pulmones se fueron apagando.
-Rose,
yo no sé qué decir para consolarte –Se me
hizo un nudo en la garganta, y una presión similar a mi primer infarto hace
diez años empezó a subirme por el estómago. –Yo…
-No
seas estúpido, tu consuelo pudo llegarme por teléfono –Se secó la lagrima en un
gesto descuidado y encendió otro cigarrillo –Lo que busco es un cómplice para
un secreto. Redención.
La
palabra se deshilacho tan pronto como salió de su boca temblorosa.
-¿Qué
quieres decir? –Rose mantenía la vista fija en fuego, como si no hubiera
escuchado mi pregunta.
-Yo
la amaba, y nunca se lo dije porque ella estaba enamorada de ti, pero
aparentemente tu amabas a alguien más –La deliciosa ironía que cortaba el aire a
nuestro alrededor me desinfló, tantas décadas perdidas, los tres corriendo en círculos.
–y ahora que se ha ido me doy cuenta todo lo que deje pasar, todas las cosas que
le herede al mañana sin siquiera gozarlas, la llama de mi cuerpo arde, pero ya
no hay combustible para alimentarla.
-Se
exactamente cómo te sientes –Ahora ya también enciendo un cigarrillo, mi doctor
me lo ha prohibido, pero qué diablos, ahora más que nunca la vida es muy corta –Sólo
nos queda esperar a consumirnos.
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