Hacía mucho que la naturaleza
humana había tomado un camino que nadie pudo predecir: muchas de las emociones clásicas,
como tristeza y alegría se habían extinguido. Arrancados para siempre del espíritu
humano por burocracia y la política como precio de la paz.
Las emociones, volubles e
impredecibles hacían de las comunidades conflictivas e infelices. Con un estado
de ánimo unánime y universal, la paz y el bienestar se habían garantizado a lo
largo y ancho del planeta. Pronto, cualquier emoción volátil y espontanea quedó
prohibida del reportorio de expresiones naturales.
En un mundo plano sólo
existe una salida que evita la explosión de la comunidad utópica formada: una
vez al año, las personas se reunían a plantar semillas que daban lugar a
formidables bosques, cuyos arboles adoptaban expresiones en sus cortezas
similares a llantos secos y carcajadas silenciosas.
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