Era
una gran vena palpitante que se abría paso desde las entrañas de la montaña,
delgados casquetes de hielo se formaban en el nacimiento y se diluían lentamente
conforme bajaba la corriente. Arremolinado en algunos lugares produciendo un
sonido similar al rugido de un león; calmo en otros, como una manta estática
que cubría el lecho distorsionado al paso de la luz.
El
rio avanzaba rasgando la tierra, creando grietas que la vegetación rodeaba en
su sed de vida, creando un leve murmullo que marcaba el compás del canto de las
aves que acudían a beber su agua fría y pura.
El
rio se abrió pasó centímetro a centímetro, en una incesante marcha hacia el
mar, sin importar cuanto le tomara, el rio seguía firme su camino con la
esperanza del olor a sal y el horizonte ininterrumpido que se extendía hasta el
infinito. A su paso por la gran llanura, el rio se encontró con una conjunto
humano, que uso su fuerza, su potencia y su fertilidad para regar sus cultivos,
satisfacer a sus bestias y movilizar su maquinaria.
Fue
cuestión de tiempo antes que el caudaloso rio se debilitara, perdiera su
transparencia y su caudal se redujera a un delgado hilo que se atascaba entre
la tierra húmeda. Eventualmente, y tras mucho esfuerzo, el rio pudo cumplir sus
sueño: una de sus gotas logró tocar el océano.
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