sábado, 22 de noviembre de 2014

Día 292: Bomba.


El maletín negro abandonado en medio de la estación de trenes esperaba pacientemente que su dueño reapareciera desde la multitud. Niños que corrían con sus cortas piernas para no perder a sus madres, hombres de traje que hablaban charlas cortadas a través de un pequeño celular, mujeres de largos vestidos y cabello trenzado que recorrían ágilmente el reducido espacio invadido por personas ruidosas y desconsideradas: el lugar estaba atiborrado.
Una pantalla mostraba que el próximo tren llegaría en unos tres minutos, cientos de personas emergiendo del largo cilindro metálico mientras muchas otras intentaban entrar a toda costa. El espectáculo está preparado, sólo faltaba la apertura del  gran telón. Conforme se reducía el tiempo en el reloj, las personas se apeñuscaban cada vez más y más en las cercanías del puente de abordaje, las conversaciones se transformaron en una discreta algarabía mientras el maletín seguía esperando a su dueño.
El gran tren llego con sorprendente silencio, opacado por la muchedumbre que intentaba adentrarse en él y los gritos ofuscados de los que intentaban salir, ancianos que empujaba jovencitas, niños escarbando entre las piernas de los adultos, hombres chocando entre ellos en un gran caos que sólo duraría segundos antes de regresar a la acostumbrada calma de cada uno.

Repentinamente una gran onda desgarro los gruesos muros, aplastando a mucho y al parecer, desintegrando aquellos que estaban mas próximos. Una gran oleada de calor se esparció por todo el recinto, las instalaciones eléctricas se agitaban como venas agonizantes por los agujeros en la pared. Y de todo aquel desastre causado por la bomba, sólo quedó de testigo un viejo maletín negro que alguien había olvidado hace semanas. 

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